AMORES CONTINGENTES
Lo políticamente correcto impone ahora una visión del hombre y la mujer como si fueran adversarios
HE leído este fin de semana que Claude Lanzmann ha sacado a subasta un centenar de cartas que corroboran su relación con Simone de Beauvoir. «Mi querido niño, eres mi primer amor absoluto, el que sólo sucede una vez en la vida», escribe ella.
La difusión de las cartas ha tenido mucho impacto mediático, pero lo cierto es que no aportan nada nuevo porque Lanzmann cuenta en sus memorias que vivió con ella durante siete años en un pequeño apartamento de la rue de la Bûcherie, junto a Nôtre Dame. Beauvoir se dirigía a él en sus misivas como «esposo mío» y firmaba «tu mujer».
No hay duda de que ambos experimentaron una gran pasión amorosa por lo que cuenta Lanzmann. Por aquella época, hablamos de los años 50, Beauvoir compartía su vida con Sartre, por el que ya no sentía un impulso sexual, según ella confiesa.
La gran pregunta es por qué el filósofo y su amante estuvieron juntos durante más de 50 años, mostrándose en público como una pareja inseparable. Eso es lo que parecían cuando los vi en la rue Bonaparte en el invierno de 1975. Yo vivía a unos pocos metros en una residencia de estudiantes frente a los jardines de Luxemburgo y me los encontré por azar en varias ocasiones. Iban cogidos del brazo en una imagen enternecedora. A Sartre le quedaban sólo cinco años de vida.
Por ello, me chocó profundamente el cruel relato de Beauvoir en La ceremonia de los adioses, escrito tras la muerte del pensador, en el que cuenta como Sartre chocheaba, se emborrachaba y se meaba en los pantalones en su declive físico.
Fuera como fuera, ambos siguieron juntos hasta el final y están enterrados en una austera sepultura del cementerio de Montparnasse. Esa fue la voluntad de Beauvoir, que distinguía entre «los amores contingentes y los verdaderos». Éstos son los que duran para siempre.
No sé en qué tipo de amor encaja la relación con Sartre. Hay quien piensa que fue un vínculo interesado y exclusivamente intelectual, pero hay otros que creen que el lazo era muy sólido e indisoluble a pesar de las infidelidades mutuas. He leído también que Beauvoir era extraordinariamente posesiva con Sartre hasta el punto de que cenaba con él cuando estaba enamorada de Lanzmann y le contaba todos sus sentimientos como si fuera su psicoanalista.
Me parece que la relación entre Sartre y su querido Castor, como la apodaba, es inclasificable. Había amistad y había amor y, probablemente, también celos y hastío. Si hacemos un esfuerzo de empatía, podemos llegar a pensar que el grado de complejidad de las relaciones humanas es infinito.
Lo políticamente correcto impone ahora una visión del hombre y la mujer como si fueran adversarios, excluyendo el rito del cortejo. No voy a negar que ha habido abusos repugnantes, que existe una violencia de género que hay que combatir, pero también creo que es un error juzgar a las parejas por los estereotipos que reducen al tópico la complejidad de las relaciones.