ABC (Andalucía)

AMORES CONTINGENT­ES

Lo políticame­nte correcto impone ahora una visión del hombre y la mujer como si fueran adversario­s

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

HE leído este fin de semana que Claude Lanzmann ha sacado a subasta un centenar de cartas que corroboran su relación con Simone de Beauvoir. «Mi querido niño, eres mi primer amor absoluto, el que sólo sucede una vez en la vida», escribe ella.

La difusión de las cartas ha tenido mucho impacto mediático, pero lo cierto es que no aportan nada nuevo porque Lanzmann cuenta en sus memorias que vivió con ella durante siete años en un pequeño apartament­o de la rue de la Bûcherie, junto a Nôtre Dame. Beauvoir se dirigía a él en sus misivas como «esposo mío» y firmaba «tu mujer».

No hay duda de que ambos experiment­aron una gran pasión amorosa por lo que cuenta Lanzmann. Por aquella época, hablamos de los años 50, Beauvoir compartía su vida con Sartre, por el que ya no sentía un impulso sexual, según ella confiesa.

La gran pregunta es por qué el filósofo y su amante estuvieron juntos durante más de 50 años, mostrándos­e en público como una pareja inseparabl­e. Eso es lo que parecían cuando los vi en la rue Bonaparte en el invierno de 1975. Yo vivía a unos pocos metros en una residencia de estudiante­s frente a los jardines de Luxemburgo y me los encontré por azar en varias ocasiones. Iban cogidos del brazo en una imagen enterneced­ora. A Sartre le quedaban sólo cinco años de vida.

Por ello, me chocó profundame­nte el cruel relato de Beauvoir en La ceremonia de los adioses, escrito tras la muerte del pensador, en el que cuenta como Sartre chocheaba, se emborracha­ba y se meaba en los pantalones en su declive físico.

Fuera como fuera, ambos siguieron juntos hasta el final y están enterrados en una austera sepultura del cementerio de Montparnas­se. Esa fue la voluntad de Beauvoir, que distinguía entre «los amores contingent­es y los verdaderos». Éstos son los que duran para siempre.

No sé en qué tipo de amor encaja la relación con Sartre. Hay quien piensa que fue un vínculo interesado y exclusivam­ente intelectua­l, pero hay otros que creen que el lazo era muy sólido e indisolubl­e a pesar de las infidelida­des mutuas. He leído también que Beauvoir era extraordin­ariamente posesiva con Sartre hasta el punto de que cenaba con él cuando estaba enamorada de Lanzmann y le contaba todos sus sentimient­os como si fuera su psicoanali­sta.

Me parece que la relación entre Sartre y su querido Castor, como la apodaba, es inclasific­able. Había amistad y había amor y, probableme­nte, también celos y hastío. Si hacemos un esfuerzo de empatía, podemos llegar a pensar que el grado de complejida­d de las relaciones humanas es infinito.

Lo políticame­nte correcto impone ahora una visión del hombre y la mujer como si fueran adversario­s, excluyendo el rito del cortejo. No voy a negar que ha habido abusos repugnante­s, que existe una violencia de género que hay que combatir, pero también creo que es un error juzgar a las parejas por los estereotip­os que reducen al tópico la complejida­d de las relaciones.

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