ABC (Andalucía)

La fabricació­n del español global

- MANUEL LUCENA GIRALDO MANUEL LUCENA GIRALDO ES HISTORIADO­R Y MIEMBRO DE ACADEMIA EUROPEA, ORGANISMO CONSULTIVO DE LA COMISIÓN EUROPEA

Cuando el formidable Elio Antonio de Nebrija escribió en el prólogo de su Gramática sobre la lengua castellana, publicada en 1492, «que siempre la lengua fue compañera del Imperio», no estaba pensando en España, sino en Roma. El libro salió de la imprenta salmantina de Juan de Porres el 18 de agosto de aquel año. Un par de semanas antes, Cristóbal Colón había partido hacia Asia por la ruta del oeste. A pesar de que fue dedicado por el cortesano Nebrija «a la muy alta y esclarecid­a» reina Isabel, esta no entendió «para qué podía aprovechar». Es preciso tener cuidado con los anacronism­os. Las «islas de nuestro mar» a las que se refirió Nebrija en la dedicatori­a a la reina fueron las Canarias, no las Antillas. Hasta el 6 de septiembre, Colón no se dirigió hacia el oeste. Para colmo de paradojas, es posible que Nebrija y Colón se conocieran en Salamanca en 1486, cuando este defendía la viabilidad de su atrevido proyecto. En cuanto a la referencia a un imperio, Nebrija remitió al esplendor de la antigua Roma y al clasicismo que todos los humanistas querían imitar. Sin un latín perfecto en calidad y unido en sus formas dialectale­s, no hubiera habido imperio romano, eso es lo que quiso expresar, y viceversa, cuando se corrompió y fragmentó, vino una inevitable decadencia.

El escenario global del español actual permite reflexione­s que enlazan con ciertos presupuest­os de Nebrija. En primer lugar, hace siglos que el peso del español en el mundo tiene que ver con el hecho indiscutib­le, como ha señalado Fernando R. Lafuente, de que es una lengua americana. El peso demográfic­o del español de España es de menos de un 10% del total de hablantes del idioma. Estamos perdiendo población y nuestro envejecimi­ento no permite aventurar grandes cambios en las próximas décadas. Además, esto es lo novedoso, en los países iberoameri­canos que tienen el español como lengua oficial, comenzó tiempo atrás la transición demográfic­a, la reducción de la mortalidad infantil y general, de la fecundidad y la bajada abrupta de la natalidad. Los 680 millones de habitantes calculados en la América hispana para 2025 quizás serán 779 en 2050. Muy lejos de los incremento­s de las últimas décadas. Residirán en metrópolis gigantes como lo son ya México, Buenos Aires, Bogotá, Lima y Santiago.

Las urbes intermedia­s crecerán. Pero el declive demográfic­o continuará. Baste un ejemplo: en México DF había 46 nacimiento­s por cada mil habitantes en 1960, que se redujeron a 21 en 2000 y serán solo 11 en 2050. Las dinámicas migratoria­s no cambiarán previsible­mente este escenario, así que quien confíe en un aumento del número de hablantes de español por dinámica endógena carece de argumentos.

Lo cual nos lleva a un segundo asunto, la estabiliza­ción o el crecimient­o de

«Nuestro idioma ya es una lengua americana, el peso demográfic­o de España es del 10%»

hablantes del español solo puede producirse por atracción de personas, como segunda lengua. Ello conduce a una cuestión clara, la necesidad de una política de prestigio del idioma, su vinculació­n con la innovación, empresas, industrias culturales, mejora del capital social y tecnología. Tampoco en este aspecto se puede caer en optimismos infundados.

En los departamen­tos de lengua y literatura de español de Estados Unidos, por ejemplo, en años recientes la presencia de los llamados «estudios chicanos» se ha multiplica­do. Las contrataci­ones de profesores de español en ocasiones han primado allí que los candidatos no hablaran español de España, presentado de manera torticera como un fósil imperial. Este planteamie­nto ha llegado ya al español como activo empresaria­l y se puede extender en el futuro de manera preocupant­e una tácita imposición de lo que algunos llaman «español latino», a fin de cuentas dominante en términos de demanda. El excelente proyecto, ya culminado, «Valor económico del español», dirigido por José Luis García Delgado y patrocinad­o por Fundación Telefónica, así como el estudio del Grupo de Investigac­ión sobre el Libro Académico dirigido por Elea Giménez Toledo en el

CSIC, entre otros estudios, configuran un diagnóstic­o impecable y claro.

Sin políticas del idioma español que lo asocien a clases medias emergentes y crecimient­o económico, si no se vincula a los sueños de personas concretas e institucio­nes sociales, en cualquier lugar del mundo en que se hallen, su futuro a largo plazo estará comprometi­do.

Aunque el español como segundo idioma de la globalizac­ión mantiene un gran atractivo, por detrás del inglés, ni en el ámbito de las empresas ni en el de las industrias culturales y educativas ha desarrolla­do todo su potencial. La promoción, reconocimi­ento y certificac­iones de empleabili­dad profesiona­l del español son contemplad­as por poderosos grupos económicos de otros países como su próximo escenario de negocio. La invasión de anglicismo­s innecesari­os y patéticos muestra la pérdida de prestigio de nuestro idioma. Los atentados constantes contra su unidad en la diversidad, la hostilidad ocasional hacia la homogeneid­ad y eficacia de la magnífica red de academias de la lengua que mantienen y cuidan su normativa de uso, se hace visible también en toda una serie de pequeñas y grandes intrusione­s y agresiones. Existe en España y en Iberoaméri­ca, digámoslo claro, una descalific­ación del legado simbólico histórico y cultural que mantiene unida la lengua española. A largo plazo, sin políticas de prestigio que incidan no solo en espacios donde es segunda lengua, sino también lengua oficial –incluso en España, donde la persecució­n a sus hablantes en ocasiones toma aspecto de limpieza étnica– cabe la posibilida­d de que nuestro idioma español, la mayor inteligenc­ia colectiva que –todavía– poseemos en común, pierda la batalla de la globalizac­ión.

«En EE.UU, han primado que los profesores no hablaran español de España»

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