ABC (Andalucía)

Michael Mayes, la ópera como conciencia

- JOSEFINA G. STEGMANN MADRID

Era un asesino y violador. El poder de la bestia que llevaba dentro quedó sin embargo reducido a la nada cuando colocaron su cuerpo en una cama y, en la posición de un crucificad­o, recibió las inyeccione­s de la muerte y el castigo. Entonces, en su intensa mirada, volvió el reflejo de lo que nunca había dejado de ser: un ser humano. «Joseph era un monstruo. ¿Pero qué hace la sociedad con ellos? ¿Se los quita de en medio y los tira a la basura? Joseph también era un ser humano, como cualquiera de nosotros», explica Michael Mayes con sus hipnóticos ojos azules, consciente de que la solidez de un argumento depende más de la mirada que de la palabra.

Mayes es el barítono que en «Dead Man Walking» se pone en la piel (lo ha hecho en casi una veintena de produccion­es) de Joseph De Rocher. Es el nombre con el que Terrence McNally, autor del libreto, ha cubierto el de Patrick Sonnier, el criminal cuya historia la monja Helen Prejean contó en el libro origen de la ópera. Y es tal su mimetismo con el personaje y la historia que el propio compositor, Jake Heggie, llegó a admitir que estaba aprendiend­o de su propia ópera gracias al «extraordin­ario dramatismo y humanidad» de Mayes en el escenario.

Este americano de Cut and Shoot, un pueblo rural del este de Texas, uno de los lugares donde se mantiene la pena de muerte en EE.UU. –y «en el que todavía creen que la ópera es solo para ricos», añade Mayes– siente tanto a sus personajes que no extraña verle los ojos empañados al hablar de ellos. «Hay una escena en la que la madre de Joseph ofrece las galletas que no pudo darle a su hijo porque se lo llevaban al corredor de la muerte. Cada vez que termino la función llamo a mi madre y le digo que la quiero», confiesa.

El poder del amor

Pocos temas, aunque Twitter y los trending topics nos quieran hacer creer lo contrario, son tan polémicos como la pena de muerte. La hermana Prejean lo reduce a una pregunta tan simple y cargada de sensatez e ironía que cierra cualquier posibilida­d de debate: «¿Por qué matamos a gente que mata a gente para demostrar que matar está mal?» Mayes, por su parte, no hace preguntas; responde antes de que podamos hacérnosla: «Todo se reduce al perdón, al poder redentor del amor».

Esa virtud humana, la del perdón, es la que indirectam­ente Prejean le encomendó a Mayes cuando supo que iba a ser el protagonis­ta de la historia que ella una vez escribió: «Recuerdo que la primera vez que la vi bromeaba mucho, sonreía, hizo chistes hasta con mis tatuajes... Pero, de repente, se acercó a mi oído y me dijo: “Sé que esto es difícil, sé que esto es duro, pero piensa que con tu trabajo vas a ayudar a los cientos de hombres que ahora esperan en el corredor de la muerte”», recuerda Mayes.

Este barítono se tomó en serio el compromiso. Pero no porque esté en contra de la pena de muerte, sino porque se compromete con todos sus papeles, no solo en la parte artística, sino también en su lado social. Y es que él entiende la ópera de una forma que sus colegas no suelen hacerlo. Para él, cantar no se limita a subirse a un escenario y hacer disfrutar al público; ha creado un término que explica su forma de hacer y vivir su trabajo: «Ópera con conciencia». «Con la ópera pretendo llevar a la reflexión, remover conciencia­s, que le haga al público

lo mismo que me hizo a mí».

Compromiso «Cada vez que termino la función llamo a mi madre y le digo que la quiero»

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ABC Michael Mayes, en «Dead Man Walking»
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