Se puso a Roma por montera
∑ Llegó a prostituirse para poder suministrar drogas a su amante
Marina Punturieri no llegó a ser musa de Federico Fellini, pero le conoció lo suficientemente -a él y a su obracomo para convertir su existencia en una proyección permanente del espíritu de La Dolce Vita. Empezó su peculiar trayectoria cuando abrió, a la edad de 17 años, un taller de alta costura en la Plaza de España junto Paola Ruffo di Calabria, futura Reina (consorte) de los Belgas. El siguiente paso para consolidar su posición en la Ciudad Eterna consistió en desposarse con Alessandro Lante della Rovere -descendiente del linaje de los papas Sixto IV y Julio II- con quien tuvo a su única hija, Lucrezia, que hoy es una conocida actriz.
Estas nupcias fueron el último acto convencional de Punturieri antes de dar rienda suelta a su impulso libertario: mientras su matrimonio hacía aguas, inició un idilio con el pintor Franco Angeli, exponente de la Escuela de la Piazza del Popolo, movimiento artístico que marcó tendencia en la Roma de los sesenta. En esos años conoció a Pierpaolo Pasolini y Alberto Moravia, con quienes mantuvo una sólida amistad hasta sus respectivas muertes.
Junto a Angeli, tal y como reconoce sin tapujos en su primer libro «Cocaína en el Desayuno», Punturieri transgredió las líneas hasta el punto de prostituirse para poder suministrar a su amante la cantidad de drogas que solicitaba. Su siguiente compañero fue el conocido periodista Lino Jannuzzi, un socialista que acabó reciclándose en el berlusconismo. Al igual que hizo con Angeli, reseñó este amorío en otro libro.
El carpetazo a esta ajetreada vida sentimental lo dio en 1982 al casarse con Carlo Ripa di Meana, un marqués de ideas avanzadas, comisario europeo de Medio Ambiente en el primer equipo de Jacques Delors y ministro de la misma cartera en un gobierno italiano de los noventa. La boda civil reflejó a la progresía italiana de aquel momento: uno de sus testigos fue Moravia, siendo Bettino Craxi el de su nuevo marido.
Esta etapa de quien ya era una figura de referencia en la vida social estuvo marcada por sus apariciones televisivas tanto en programas de entretenimiento -no dudó, ya bien entrada en los cuarenta, en ejercer de azafata en el show de un canal de Berlusconicomo en tertulias de mayor enjundia a las que acudía para defender diversas causas medioambientales, la animalista entre ellas. Y si los platós no bastaban, atizaba la polémica por otros medios.
Lo demostró con un desnudo integral que invadió los carteles publicitarios de Italia nada más ser fichada por una organización de defensa del bienestar animal. «El único pelaje del que no me avergüenzo», rezaba la leyenda. Su originalidad ha vuelto a quedar de manifiesto en la preparación de una muerte que vislumbraba desde que el cáncer que padecía se tornó irreversible. Según confesó ante las cámaras, llegó a pensar en el suicidio asistido; al final optó por la sedación paliativa profunda.