El amor de Henri Michaux
∑ Cómplice esencial, en ella el poeta y pintor encontró a la compañera ideal
Micheline Phankim, «Kim-Chi», nos ha dejado abruptamente. Reumatóloga de padre vietnamita y madre francesa, estuvo casada con el siquiatra Cyrille Koupernik. Pero en 1961, entró en su vida Henri Michaux, y todo cambió. Cómplice esencial, en ella el poeta y pintor encontró a la compañera ideal, con la que a lo largo de los veintitrés años siguientes realizó viajes importantes, como el que en 1963 los condujo a la India, invitados por Octavio Paz, o los varios a África. Otra amistad que compartieron fue la de Borges. Michaux a René Bertelé, también en 1963, desde Marrakech: «Vivo la increíble unión, incesante, insaciable. La inclinación inverosímil vuelta natural. Asia habita la mujer de sueño. Perfección. Taoísmo. Genio de la armonía, de la armonización».
Uno la conoció, en Londres, en 1999, cuando la muestra Michaux de la Whitechapel. En 2001, para la retrospectiva Juan José Luis González Bernal en el Cervantes de la capital francesa, me prestó un dibujo del surrealista zaragozano, y un ejemplar de «Sifflets dans le temple» (1936), con frontispicio del poeta-pintor. En 2006, durante la preparación de la exposición michauxiana «Icebergs», para el Círculo de Bellas Artes, su apartamento frente a la Torre Eiffel, poblado de obras de arte primitivo y de obras maestras de Saura, Hantaï, Zao Wou-Ki y naturalmente Michaux, se convirtió en el lugar ideal para mi investigación. Lienzos, carpetas y carpetas de obra original y gráfica, y además la biblioteca, la correspondencia, y sobre todo su memoria privilegiada, y la erudición de Franck Leibovici, responsable de los Archives Michaux.
Casi vecina de la embajada de España y del Cervantes, estos últimos años Micheline Phankim frecuentó ambas casas. La recuerdo por ejemplo en el homenaje cervantino a la uruguaya Susana Soca (otro amor del poeta), o en la inauguración de la muestra sobre el ecuatoriano Alfredo Gangotena, celebrada en la biblioteca, y a la que ella y Thessa Herold aportaron una decena de pinturas.
Hace algo más de un año, Micheline Phankim, que soñaba con viajar a Cracovia con motivo de la inauguración de «Un bárbaro en Asia», en el Mangha Museum (fruto de nuevas investigaciones en el archivo, esta vez centradas en lo oriental) finalmente desistió, ante el frío polar que reinaba en Polonia. Unos meses después, estuvo en Bilbao, inaugurando la exposición Michaux «El otro lado».
Sin Micheline Phankim, siempre exquisita, sonriente y enigmática, habitada por recuerdos de sus vidas sucesivas (a veces hablábamos de su compatriota el pintor Le Pho, padre de Pierre Le Tan), París será menos París. Acompañada de su inseparable Henri Berghauer, hombre de la moda y del cine, en días de inauguraciones uno podía encontrársela en tres y hasta cuatro sitios seguidos, pues tenía el don de la ubicuidad, y un sentido infalible de la amistad. Inolvidables momentos de júbilo, por ejemplo en su cantina, el Marco Polo, cerca de SaintSulpice. «Ombre per l’eternità», tituló Michaux su texto chiriquiano, que le debo a ella. Sombra eterna, sí, la suya.