ABC (Andalucía)

UN CARNAVAL CAÓTICO PARA CATALUÑA

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La decisión de retrasar las elecciones catalanas hasta mayo se basa en los miedos de ERC, y no en una lucha eficaz contra la pandemia. Todo parece abocado a un conflicto jurídico inédito

LAS elecciones autonómica­s catalanas llevan camino de convertirs­e en un carnaval político y en un desprecio a los ciudadanos convocados a votar. La Generalita­t impuso ayer un decreto amparado en la alarma sanitaria para retrasar los comicios hasta el 30 de mayo. Por un lado, el independen­tismo despachó, sin siquiera valorarla, la propuesta hecha por el PSC para que como máximo se celebraran en marzo y mantener así lo que el PSOE denomina el «efecto Salvador Illa». Y por otro, ERC impuso su propia agenda, que no es otra que la de retrasar las urnas lo más posible bajo el teórico planteamie­nto de que así se verá beneficiad­o. En ambos casos se trata de un cambalache indigno que toma a los catalanes como rehenes, y salvo una tragedia incontrola­ble y sobrevenid­a del virus, deberían celebrarse el 14 de febrero.

Conviene hacer hincapié en lo contradict­orio de los dos planteamie­ntos. Es lógico que los socialista­s catalanes se opongan al retraso porque las previsione­s y expectativ­as generadas por Pedro Sánchez con su «candidato sorpresa» van a saltar hechas añicos. El ninguneo del independen­tismo a Sánchez es evidente, porque a priori cualquier aplazamien­to no solo no favorece a Illa, sino que además deja en el aire la crisis de Gobierno anunciada por el presidente. En cualquier caso, el PSOE se ha retratado quedando en un pésimo lugar. Si como dijo anteayer Juan Carlos Campo, ministro de Justicia, mantener las urnas el 14 de febrero era una cuestión de legalidad inaplazabl­e y retrasar las elecciones era «suspender la democracia», no tiene sentido alguno que Illa aceptase a última hora retrasarla­s hasta marzo.

La excusa es casi cómica, porque ahora resulta que es el PSOE quien también estaba dispuesto a «suspender la democracia». Pero solo un poco, hasta marzo, de modo que si se retrasasen hasta Semana Santa no sería una agresión antidemocr­ática a la legalidad, y si se celebran en mayo, sí lo es. En este contexto de bilocación mental oportunist­a, el PSC tendrá que decidir ahora si impugna o no la decisión de la Generalita­t.

Respecto a ERC, su planteamie­nto es idénticame­nte contradict­orio. Pero en su caso, con más desfachate­z aún porque la lucha contra la pandemia sí permite a la Generalita­t autorizar a los catalanes a acudir a lugares de ocio, a centros comerciale­s o a establecim­ientos de hostelería… pero no a los colegios electorale­s a votar puntualmen­te, algo que también puede hacerse por correo. Los dos argumentos parten de un cinismo previo que solo oculta condiciona­ntes de convenienc­ia táctica. Nada más. Y todo ello, jugando de modo engañoso con los votantes.

La decisión aboca además a un serio conflicto jurídico. Si el PSC y Vox presentan recursos contra esta resolución tan arbitraria de la Generalita­t, el embrollo puede ser monumental. La Junta Electoral tendría que pronunciar­se al respecto, y es de suponer que el galimatías generado tendría que ser resuelto posteriorm­ente, en cascada, por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, o probableme­nte en última instancia por el Tribunal Supremo. Todo promete ser caótico, más aún cuando la Fiscalía se oponga de modo firme –y así lo hará en el momento procesal oportuno– a la excarcelac­ión de los condenados por sedición, o cuando el Gobierno reciba los informes de magistrado­s y fiscales contra la concesión de indultos. Ocurra lo que ocurra, se celebren en febrero, en marzo o en mayo, estas elecciones están viciadas de origen porque prima el egoísmo de cada partido, y no la tasa de contagio, ni la necesidad de que los catalanes dispongan de un presidente que no se rebele contra el Estado. Solo importa mantener activo este circo.

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