ABC (Andalucía)

Ricart reaparece 7 años después en un narcopiso okupa de Madrid

La Policía identificó al asesino de las niñas de Alcàsser, vestido con un mono de trabajo

- CRUZ MORCILLO

Siete años después de que Miguel Ricart, el único condenado por el triple crimen de las niñas de Alcàsser, se convirtier­a en una sombra, la sombra ha vuelto a tener rostro y ubicación. La Policía Nacional lo identificó el viernes a las 19.30 de la tarde en un «narcopiso» okupado del barrio madrileño de Carabanche­l durante una inspección rutinaria. Ricart, excarcelad­o en 2013 tras cumplir 21 años de prisión, explicó tras mostrar su DNI▶ «Venía de trabajar y me he desviado un poco». El Rubio, como se le conoce, vestía un mono de mantenimie­nto, según fuentes policiales, e iba acompañado de una toxicómana habitual de la zona. Dado que no tiene ninguna causa pendiente ni llevaba droga, se quedó en el interior del edificio, aunque se abrió un acta informativ­a.

Los agentes de la comisaría de Carabanche­l entraron al número 7 de la calle José Garrido, como tienen que hacer casi a diario, un bloque de tres plantas refugio de narcos, toxicómano­s, okupas, extranjero­s y españoles en el que nadie sabe exactament­e cuántas personas viven. «Es un fumadero de heroína, pero también se trapichea con cocaína y como MDMA, con hachís, con todo. Debe de haber más de cincuenta personas», explica un policía vecino de esa misma calle que trata junto con sus compañeros de mantener un cierto orden en ese bloque olvidado del mundo.

«Ricart ha pasado la noche aquí», cuenta Esteban, un toxicómano tembloroso que entra y sale varias veces. «Pero no durmiendo», añade y da a entender que el viernes de madrugada, entre esas paredes inmundas con los cables al aire y los cristales reventados, la fiesta de pipas y rayas se alargó muchas horas.

«Lleva mucho en Madrid»

«Vino con la pelirroja, con Saray, hacía mucho que no lo veía». Asegura que el Rubio lleva mucho tiempo viviendo en Madrid y que es un habitual del bloque en el que el trasiego de gente es constante. Se ven drogodepen­dientes en los huesos, pero también acceden jóvenes y maduros bien vestidos. «Nunca ha vivido con nosotros, viene, pilla y se va», dice Esteban. «Yo no sé dónde vive ni quiero líos».

El encuentro con la patrulla, que avanzó «La Sexta», fue casual durante una identifica­ción rutinaria en busca de individuos reclamados por la Justicia y control del trapicheo. Los agentes de Carabanche­l conocen de sobra la conflictiv­idad del bloque (dos en realidad). Casi a diario pasan por allí como prevención y por las llamadas de los vecinos. «Tenemos robos en la calle, hurtos de teléfonos en otras zonas de Madrid

que luego dan ahí el posicionam­iento, peleas y hasta puñaladas», detalla uno de los policías de Seguridad Ciudadana de esa comisaría.

El nombre de Ricart está unido a uno de los crímenes más salvajes de las últimas décadas. Es el único condenado por la violación y asesinato de Miriam, Toñi y Desirée, las tres adolescent­es valenciana­s que subieron al coche en el que viajaban el Rubio y Antonio Anglés, su camello y amigo, en agosto de 1992. Ricart fue condenado a 170 años, pero tras cumplir 21 quedó en libertad por la derogación de la doctrina Parot.

Pese a los puntos no aclarados del crimen y a que él decía ser «una puta cabeza de turco», su pena estaba extinguida. Tras salir de la cárcel de Herrera de la Mancha el 29 de noviembre de 2013, se le vigiló discretame­nte. Se desplazó a Jaén, Córdoba y Valencia, su ciudad. De ahí viajó a Gerona y menos de un mes después, acorralado por la prensa, tomó un autobús a Francia con los apellidos cambiados. No contactó ni con su hija ni con su hermana, su única familia cercana. Desde entonces nadie le había vuelto a ver. Según algunos toxicómano­s del bloque okupado de Carabanche­l, ellos sí. Los vecinos, que siguen de cerca las peleas, trapicheos y trasiego del edificio, tampoco se lo han cruzado.

Ni los policías. Ayer en poco más de dos horas por la puerta de la «narcocasa» pasaron casi tantos agentes como toxicómano­s. Dos coches camuflados, un radiopatru­lla e incluso dos funcionari­os a pie del Grupo de Hurtos del Metro. El número 7 de José Garrido, rodeado de pisos de gente trabajador­a, con un colegio a pocos metros, es un ejemplo de ese urbanismo salvaje que ha convertido en un infierno la vida de algunos ciudadanos. Lleva más de siete años okupado y con las tripas al aire. El control de la mercancía lo ejercen unos dominicano­s. Nadie quiere hablar del Rubio. «No somos unos chivatos», se excusan. Y nos echan.

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ISABEL PERMUY El número 7 de la calle José Garrido lleva más de siete años okupado. En círculo, Miguel Ricart, a su salida de prisión en 2013
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