No es santo de la devoción de Merkel, pero Laschet conoce bien sus debilidades y es un liberal capaz de pactar con los Verdes
Más que brillar, es perseverante. Merkel lo envió en 2017 a la batalla de las regionales de Renania Norte-Westfalia después del batacazo de 2012 y porque nadie creía que la CDU pudiese con la carismática Hannelore Kraft, la «Merkel roja». En el partido hacían por entonces chistes con su nombre, «Arm» (brazo) por delante, «Asch» (culo) por detrás. A partir de la victoria electoral comenzó el reconocimiento y Laschet, una de cuyas principales virtudes es conocer bien sus debilidades, se rodeó de independientes que apuntalaron su gestión y trabó relaciones estrechas con la estructura cristianodemócrata regional. Amoldó su perfil a lo que sospecha que el partido necesitará en la próxima legislatura, un liberal capaz de pactar con Los Verdes, y forjó su carácter en la escuela que Merkel ha marcado, lejos de la polarización y del populismo.
Nunca ha sido santo de la devoción de Merkel, pero se ha pegado a ella en las larguísimas negociaciones de la gran coalición y tormentosas conferencias con los Bundesländer, aprendiendo a escuchar todas las opciones, sopesar y hallar consensos. Evita los conflictos y la mala sangre se le pasa fumando un habano. «Está moldeado por la imagen cristiana del hombre», dice su amigo Michael Rutz, antiguo colega del sindicato de estudiantes católicos. En un coro de iglesia conoció a la que sigue siendo su mujer, Susanne. Continúan viviendo en la misma casa de Aquisgrán en la que crecieron sus tres hijos, de 31, 28 y 24 años, y cada verano pasan sus vacaciones familiares en la misma pensión, en el lago Bodensee.
Carece aparentemente de la voluntad de poder inquebrantable de Kohl y está por ver si tiene el colmillo de Merkel, pero en el último carnaval, recién nombrado caballero de la Orden contra la Seriedad Animal y cuando la sucesión de Merkel parecía zanjada con la votación de AKK, prometió a un público enfervorecido▶ «Yo seré la nueva “Mutti” (mamá) de Alemania!».