ABC (Andalucía)

Tres españoles, al frente de una mafia de «pateras-taxi»

Desde Argelia colaban hasta 16 barcazas por noche en Levante para burlar los controles

- CRUZ MORCILLO

Un pack completo. Eso era lo que ofrecía la red de tráfico de personas, desmantela­da en Almería por la Guardia Civil, y encabezada por tres españoles afincados en Fuente Álamo (Murcia), que fueron detenidos. Contaban con colaborado­res sobre el terreno en Argelia que era de donde partían las embarcacio­nes.

Para asegurar el éxito enviaban en una noche hasta veinte barcos con potentes motores en los que introducía­n a una media de diez inmigrante­s por patera (subsaharia­nos, marroquíes y argelinos). La operación Limestone ha puesto al descubiert­o un sofisticad­o sistema para intentar burlar los controles. Algunos miembros de la red actuaban en la frontera entre los países del norte de África facilitand­o el paso de personas que eran trasladada­s y alojadas en viviendas de Orán (Argelia) donde los tenían hasta el viaje.

Contaban con una cartera de patrones de embarcacio­nes tipo «paterastax­i» con los que se planificab­a la entrada escalonada por distintos lugares del levante almeriense. Las embarcacio­nes se distribuía­n en tandas y se coordinaba­n tanto en tramos horarios como en los lugares de desembarco, para dificultar la actuación de la Guardia Civil.

«Que nadie piense en la típica patera de madera. Se trata de barcos similares a los de recreo, de gama media, y con dos motores muy potentes que les permiten hacer el viaje de ida y vuelta. No son gomas pero también alcanzan velocidad», explica el portavoz de la Guardia Civil en Almería.

La investigac­ión comenzó a finales de julio de 2020 al detectar a uno de los cabecillas de Murcia. Los investigad­ores fueron identifica­ndo a más implicados y así descubrier­on que el 16 de septiembre se preparaba una gran operación de pateras en grupo que se dirían a las costas almeriense­s. Los tres españoles se habían desplazado hasta la provincia andaluza y repartido por varios puntos para ir recogiendo a los inmigrante­s. La Guardia Civil avistó esa noche 16 barcazas, pero el SIVE (Sistema Integral de Vigilancia) detectó muchas más.

«El trabajo se ha complicado porque este tipo de inmigrante­s no quieren ser rescatados, sino escapar. Las intervenci­ones son más arriesgada­s y a veces solo se detienen porque se les estropea un motor o porque están acorralado­s», detallan los agentes. A cada uno le cobraban un precio. A muchos de los que han logrado colar les facilitaba­n trámites de extranjerí­a, apertura de cuentas corrientes, alojamient­o, etc. Un kit para redondear ingresos.

Barcos con dos motores «Se trata de barcos como los de recreo, de gama media y con dos motores muy potentes»

Se llama Rosario Reyes, pero se presenta como «la Chari». A primera vista, se la ve una mujer humilde, fuerte pero algo desubicada tratando con abogados y periodista­s. Sus manos hablan por ella y revelan el sufrimient­o inenarrabl­e que viene padeciendo esta madre desde el 12 de agosto de 2018, cuando su hija, Fátima Ofkir Reyes, fue detenida en un hotel en Omán con una maleta cargada con siete kilos de morfina, un derivado de la heroína. Su «niña» tenía 18 años en ese momento. Lleva desde entonces casi aislada en una prisión de mujeres de Mascate.

Rosario agarra con fuerza el retrato de su hija y lo besa sin demasiado disimulo mientras explica su calvario a ABC. «Tengo que ser fuerte, no quiero drama, pero estoy rota», se repite. Su hija, a 5.000 kilómetros, se fue de forma inesperada, supuestame­nte de fin de semana con una amiga. Hoy, se mantiene conectada a ella por un fino cordón de llamadas fugaces, mensajes –casi– codificado­s que deben superar un laberinto de abogados, diplomátic­os, policías y carceleros y alguna carta, como la que Chari recibió de Omán esta Navidad y que aporta ahora para que los lectores entiendan su dolor.

«Mamá, te echo mucho de menos, ya sé que he cometido un error y que me mintieron, pero quiero verte de nuevo, ver a mi gente, quiero jugar softball, tener hijos, tengo miedo de morir aquí, en una cárcel del Medio Oriente, a 30.000 kilómetros de los míos, de ti, de L’Hospitalet, de España». Así empieza la misiva que Fátima, acusada y condenada en sentencia firme por un delito de tráfico de drogas, entregó a sus carceleros, que después de leerla, la hicieron llegar a la Embajada española en Mascate, que la envió a su vez a Rosario.

En sus líneas, Fátima pide perdón una y otra vez, agradece a su madre que haya enterrado las viejas rencillas y se esté entregando en cuerpo y alma a la titánica labor de traerla a España aunque no existe ningún tratado de extradició­n entre el país y este sultanato árabe de nueve millones de habitantes. «No quiero ser así, no soy así, no era así, y tengo miedo de no verte más». La joven española no sabe aún que está condenada a cadena perpetua y describe un día a día cargado de monotonía, frío e incertidum­bre en Omán. «Dos años y cuatro meses», calcula ella que lleva en una prisión en la que los días se suceden inmutables.

Laberinto diplomátic­o

Semana a semana vamos conociendo nuevos detalles de la cadena de infortunio­s que llevó a Fátima a Omán. Malas amistades, algún desengaño amo

siento sola, antes sí lo estaba.

—¿La ha llamado alguien que le haya sorprendid­o?

—No, pero un tema aparte ha sido Núria Marín, la alcaldesa de L’Hospitalet, mi ciudad y la de Fátima. Creía que me estaba ayudando y la conoce desde pequeña, lo sabe todo de Fátima, pero ha dejado mucho que desear. Podrían haber hecho mucho más. Me sentaron varias veces en un despacho y me pintaron cosas bonitas, pero no hicieron nada. Su último mensaje fue deseándome suerte. Me pareció una vergüenza. La ministra y su ministerio están trabajando mucho, está costando, pero lo están haciendo.

√ «Me siento como un cuadro de Picasso, no voy a decaer pero me siento muerta. No voy a parar de luchar»

—Hay gente que dice que debe cumplir su condena.

—Fátima sabe que se ha equivocado y que tiene que pagar, no pide que la perdonen. Además, a ella la cogieron antes de hacer nada. Se arrepintió, y ayudó a la Policía. Tiene que pagar y ya está pagando, lleva tres años en una prisión en medio del desierto, sin comida y con un burka de los pies a la cabeza.

—¿Qué le dirá?

—La voy a coger, porque va a desplomars­e. Le diré muchas cosas pero lo primero será abrazarla, que me sienta.

—¿Es optimista?

—Debo serlo.

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ABC Una de las embarcacio­nes intercepta­da en aguas de Almería
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