Pasarse de listo
Hay políticos que suelen llevar la penitencia en el pecado y en ese afán por engordar su currículum para dotarse de una pátina académica que no poseen y para que ese nuevo barniz esté a la altura de la alcurnia de un puesto al que, casi todos, han llegado a dedo. Esconde esta práctica un complejo de inferioridad respecto a su formación que les lleva a «adornar» su currículum de presuntos saberes, en realidad desconocidos. En plena fiebre colectiva por tener un estudio de posgrado, vieron el cielo abierto muchas universidades, institutos o centros que en esa calentura encontraron el caldo de cultivo para hacer caja («será fácil, pero, eso sí, la matrícula hay que pagarla»), pues en esa efervescencia se creó la imagen general de que uno era un pelagatos si no tenía un máster o dos. Picaron los partidos que para mejorar la imagen de la cantera y el primer equipo se dedicaron a sufragar másteres a troche y moche en sus filas. Los afectados no decían ni mu, sabedores de que la maestría no les costaría mucho esfuerzo o al menos eso les habían asegurado. Lo mismo ocurrió con los doctorados y las tesis. Hacían falta doctores y... venga a aprobar cum laude o cum lo que sea trabajos mediocres o copiados en un 21 por ciento, como el de «Pedro el guapo», el narciso de Tetuán que además quería aparecer como «Pedro el listo».
Independientemente del futuro penal que le espere a Cristina Cifuentes, que el tribunal que la juzga determinará y que le pinta bastante mal, estas prácticas, ese catetismo de la titulitis, ese pasarse de listo, tiene además de la trampa un efecto secundario inmediato, una clara contraindicación▶ el crédito y prestigio de quien los expide y la desvalorización de estos estudios de posgrado que muchos alumnos se toman muy en serio, pues se han convertido en preceptivos, y que invierten muchos meses en hacer un trabajo de investigación, sea cual sea su excelencia.