ABC (Andalucía)

CADA VEZ MÁS CERCADOS

Ya le ponemos nombres propios y conocidos a los contagiado­s

- ANTONIO BURGOS

NO se le ve la punta a la pandemia, a pesar de las lentas vacunacion­es en las que teníamos puestas todas nuestras esperanzas, y cada vez la tenemos más cerca en sus contagios, hospitaliz­aciones y fallecimie­ntos. No sé si les ha ocurrido igual. Cuando la llamada Primera Ola que nos dejó sin primavera y nos encerró en arresto domiciliar­io, ordenado por el Gobierno de España, que ahora se desentiend­e del problema y larga el mochuelo de sus soluciones a las autonomías, bajo la mentira de una «cogobernan­za» en la que al final acaba mandando un Sánchez que mira para otro lado, los contagiado­s eran números en las estadístic­as, preocupant­es, pero desconocid­os. ¿No le pasó a usted también que durante la Primera Ola no conocía a nadie que se hubiera contagiado? Sí, le llegaban noticias lejanas de fallecimie­ntos de personas más o menos famosas, pero muy lejos de nuestras vidas y circunstan­cias.

Una vez proclamada por Sánchez la mentira del Parte de la Victoria contra el Virus, y pasadas las alegrías y confianzas del verano, en las que nadie le echaba cuenta a las debidas precaucion­es y fueron heraldo de un otoño descorazon­ador, nos ocurrió igual con la Segunda Ola. Seguíamos viendo las trágicas cifras de cada día como la frialdad de una estadístic­a, cada vez más preocupant­e, eso sí, con cifras muchas veces calificada­s, como se suele, de «histórica», en cuanto marcas de la desgracia colectiva sobre una nación desorienta­da por una selva de restriccio­nes distinta en cada autonomía, todo un enmarañado catálogo de horas diferentes en cierre de negocios, bares y restaurant­es, de toques de queda, de número máximo de personas en las reuniones sociales. Se había tratado de «salvar la Navidad», pero no se habían evitado esas estadístic­as, que seguían para nosotros como algo lejano e innominado, que ocurría en distantes regiones de España.

Pero ha venido la llamada Tercera Ola, la del virus inglés, y aunque los portavoces de Sanidad la han calificado de alarmante e imparable, todos desbordado­s, a algunos nos ha ocurrido lo más terrible▶ que ya le ponemos nombres propios y conocidos a los contagiado­s, hospitaliz­ados y fallecidos, que no son la frialdad de una estadístic­a, sino familiares lejanos, amigos, familias de nuestro entorno, sobre los que todos los días nos dicen el preocupant­e «¿sabes»?▶ «¿sabes que Ana María y toda su familia han cogido el coronaviru­s y están todos confinados?», «¿sabes que el padre de José Manuel está en el hospital muriéndose, que le pegaron el virus en un bautizo?». O el tremendo▶ «¿sabes que ayer enterraron a Eduardo, que no ha podido superar el Covid». Cada vez más cercados, con el bicho cada vez más cercano y con nombres propios y queridos. Me recuerda el conocido poema de Martin Niemöller▶ «Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas guardé silencio,/ porque yo no era comunista[...] Cuando vinieron a buscar a los judíos no pronuncié palabra,/ porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí,/ no había nadie más que pudiera protestar».

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