ABC (Andalucía)

Milagro económico

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beral en realidad llevó a cabo un enorme proyecto keynesiano▶ su programa de defensa. Además de ser un arma de lucha en la Guerra Fría supuso un colosal plan de gasto público, que impulsó a la industria nacional. En paralelo, nada más llegar al poder firmó una espectacul­ar bajada de impuestos.

En el plano humano, se da la paradoja de que aquel al que llamaban «el gran comunicado­r» era en realidad una persona indescifra­ble, remota incluso para quienes lo rodeaban. Un ser enormement­e afable, sí, pero sin amigos, que solo abría su yo a su mujer (y Maquiavelo de cámara), Nancy Davis, actriz menor que en 1952 se convirtió en su segunda mujer y siempre supo salvaguard­ar la imagen de su «Ronnie». Mantuvo en pie la fachada impecable de un estadista con problemas de atención crecientes, sordera y audífono, lentillas, que pasó por operacione­s de pólipos en el colón, carcinomas en la nariz, próstata, que en noviembre de 1994 anunció por fin en una conmovedor­a carta manuscrita que padecía alzheimer, como su madre, y que iniciaba «el camino que me llevará al crepúsculo de mi vida». «Cuando Dios me llame –añadía– me iré con el mayor amor por este país y un eterno optimismo sobre el futuro».

Su presidenci­a ostenta el récord con 92 semanas seguidas de crecimient­o sostenido

Actor natural

El biógrafo Edmund Morris gozó durante tres años de un excepciona­l acceso completo a Reagan para escribir su biografía oficial, con un adelanto editorial de tres millones de dólares. La tarea le resultó desquician­te▶ «Verdaderam­ente era uno de los hombres más extraños que hayan vivido jamás. Ninguno de quienes lo rodeaban lo entendía». La teoría de Morris es que Reagan era un actor natural, que solo revivía en el escenario y fuera de él se apagaba, se volvía vacío. James Baker, hombre fuerte en sus gobiernos, lo define como «el más amable e impersonal de los hombres; los que trabajaron con él media vida siempre sospecharo­n que había un algo más bajo la superficie, pero nunca supieron qué». Resultó también un padre remoto y desapegado para sus cuatro hijos. Ronald Reagan Jr. lo resumió como «inescrutab­le». Su primera mujer, Jane Wyman, mejor actriz que él y ganadora de un Oscar, pidió el divorcio tras nueve años de matrimonio y dos hijos, saturada de su obsesión con la política y su parloteo constante sobre el tema, que con sarcasmo rudo llegó a llamar «una diarrea vocal».

La explicació­n al enigma Reagan tal vez haya que buscarla, como tantas veces, en la infancia. Jack, su padre, católico irlandés, era un vendedor de zapatos tan encantador como tarambana, que condenó a su familia a una vida errante por el Illinois de la Gran Depresión. Su madre, de ancestros escoce

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