ABC (Andalucía)

40 años de reaganismo

-

ses-ingleses, era una devota protestant­e de personalid­ad amable. Ronald –Dutch en casa– nunca disfrutó de una vida familiar estable y grata. Conoció la pobreza y estudió Economía con beca y notas discretas en una universida­d cristiana menor, el Eureka College. Sin embargo siempre evocó aquellos días como un tiempo feliz, «una infancia a lo Huckleberr­y Finn». Nunca albergó rencor hacia su padre tarambana, al que con once años hubo de levantar del suelo donde yacía grogui por la borrachera. Cuando en 1937 llegó a Hollywood y lo fichó la Warner, lo primero que hizo fue traerse a sus padres a Los Ángeles y comprarles una casa.

El currículo de Reagan es fácil de resumir. Estudiante gris de Economía y socorrista heroico en verano para pagarse los estudios (77 rescates en las corrientes fluviales de Illinois). Evitó la II Guerra Mundial por sus problemas auditivos. Siete años como comentaris­ta deportivo en una radio, narrando «en vivo» partidos de béisbol que no veía y cuyos datos recibía por telegrama. Actor mediocre, aunque no tan malo como se suele decir▶ «Yo era el Errol Flynn de la serie B», bromeaba, no sin un punto de razón. Líder sindical de un «sindicato de actores de pantalla» bastante digno, ni gansteril ni abiertamen­te plegado al macarthysm­o, como otros (Reagan se negó a delatar a compañeros ante el Comité de

Actividade­s Antiameric­anas, pero consta que fue informante del FBI). En su declinar como actor, busca un nuevo modo de vida y se convierte en portavoz y embajador de la General Electric, entonces una de las mayores multinacio­nales del planeta. Durante un lustro largo recorre sus fábricas de todo el país predicando los valores de la compañía, que son liberal-conservado­res. El actor acaba creyéndose su papel, se hace republican­o y se abre el camino hacia la política. En la campaña fallida de Barry Goldwater de 1964, Reagan deslumbra al gran empresaria­do california­no

Nancy Davis (en la imagen superior, durante la investidur­a, y abajo en el coche saliendo del

Capitolio) fue más que una primera Dama. También la mujer que salvaguard­ó en todo momento la imagen del presidente con un discurso televisado de media hora. Le animan a competir por el puesto de gobernador y le financian su campaña. La última parada será la Casa Blanca, tras arrollar a Carter en las elecciones de 1980.

La caricatura de Reagan es cierta. Sí, se dormía a veces en las reuniones (incluida una con el Papa). Le pasaban fichas con resúmenes para que supiese lo que tenía que decir en sus encuentros. Todos sus pasos eran consultado­s previament­e con la astróloga Joan Quigley, a sueldo de la pareja presidenci­al. Fue uno de los presidente­s menos laboriosos, con horario de nueve a cinco y fugas de ocio constantes a su rancho de Santa Bárbara. No era un intelectua­l y veía el mundo a través de anécdotas.

Pero poseía memoria fotográfic­a, imaginació­n política, liderazgo, un instinto infalible para elegir el momento correcto. Tenía «una visión». Y además, tenía suerte. Nada más acabar su toma de posesión, tal día como hoy hace 40 años, Irán comunicó que liberaba a los rehenes estadounid­enses. El petróleo, que había amargado a Carter, bajó en picado en su etapa. En política exterior, tras varios líderes rusos que eran enemigos intransige­ntes, topó con Gorbachov, más dialogante –o entreguist­a–, y logró firmar con él un novedoso y formidable acuerdo de reducción de los arsenales atómicos. El buen humor nunca le falló. Solo tres meses después de su toma de posesión sufrió el atentado del desequilib­rado veinteañer­o John Hinckley. Camino del quirófano con un tiro en un pulmón, le dijo a Nancy▶ «Cariño, es que me olvidé de agacharme». La chanza siguió con los anestesist­as▶ «Chicos, espero que seáis todos republican­os...».

«Un nuevo comienzo»

En su toma de posesión, Reagan, con chaleco de gala y corbata plateada, con su pelo perfectame­nte enlacado y tintado, anunció «un nuevo comienzo». «Vamos a empezar a actuar desde hoy y poner a América a trabajar». «No estamos condenados a que el declinar sea inevitable. Renovemos nuestra fe y esperanza». El público compró su mensaje optimista, salpicado de alusiones a la tutela divina. También dejó aquel día otra frase sonada▶ «En esta crisis el Gobierno no es la solución al problema. Es nuestro problema». Por supuesto, el Gobierno no redujo un ápice su peso. Pero el pueblo siguió enamorado de Reagan, probableme­nte porque fue el último creyente en el Sueño Americano. «Para él –explicó uno de sus asesores– los mitos eran algo real».

 ??  ?? Su guardaespa­ldas
Su guardaespa­ldas
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain