Biden asume las riendas de un país dividido en una capital fantasma
∑Washington, tomada por la Guardia Nacional, se prepara para poner fin a la época de Trump y entronizar al veterano demócrata como presidente
Solo se oye el chasquido de los zapatos con placas metálicas de centenares de miembros de la Armada. «Clac, clac». En la esquina de la avenida Pensilvania y la calle 17, en las inmediaciones de la Casa Blanca, los militares desfilan en fila única y atraviesan uno de los numerosos puntos de control que rodean el centro de Washington, fortificado desde hace más de una semana. «Clac, clac» es uno de los sonidos que emite el núcleo de la capital del país en las horas previas a la jura de Joe Biden como presidente de EE.UU. Poco más que eso. El murmullo ronco de un camión militar, una sirena lejana, el pedaleo de un repartidor de comida incapaz de llegar a su destino.
Hoy debía ser un día ruidoso. De júbilo para los seguidores de Biden y de protesta para quienes se oponen al resultado electoral. En las investiduras presidenciales, el Mall de Washington, el largo parque jalonado de museos y sedes de instituciones públicas, con profusión de columnatas y pórticos clásicos, la Roma contemporánea que quisieron crear los padres fundadores de la patria, se llena de visitantes. Cientos de miles de personas vienen cada cuatro años, agotan los hoteles, hacen cola en las cafeterías, aguantan durante horas las ganas de ir al baño y se parapetan con gorros y bufandas para saludar la llegada del nuevo presidente. O, como hace cuatro años con Donald Trump, también para protestar ante el nuevo ocupante de la Casa Blanca.
Este año, todo es distinto. El asalto de una turba pro Trump al Capitolio, la sede del poder popular, donde residen el Senado y la Cámara de Representantes, del pasado 6 de enero cambió todos los planes. Un episodio vergonzoso para la democracia más vieja y estable del mundo. Y, también, trágico. Cinco personas, entre ellas un policía, perdieron la vida en los incidentes. La escalinata donde hoy Biden se presentará ante el mundo para jurar defender la Constitución de EE.UU. está manchada de sangre.
El país sigue conmocionado y la mejor prueba está en las calles de Washington, una ciudad paralizada y densa de tensión. El bochorno y la tragedia de hace dos semanas no se pueden repetir en el día que simboliza el fundamento de la democracia▶ el traspaso pacífico de poderes. Evitarlo ha convertido a Washington en una capital fantasma.
El centro urbano, bloqueado
Decenas y decenas de manzanas en las inmediaciones del Mall están cerradas. En muchas otras, solo se permite pasar a peatones. La capital de EE.UU. está convertida en una ratonera, un laberinto de vallas metálicas, pilones de cemento y destacamentos de la Guardia Nacional. Cerca de 25.000 efectivos han inundado la ciudad, con guardias y policías traídos desde las cuatro puntas del país.
Las grandes avenidas, como la propia Pensilvania, un pulular constante de oficinistas, taxis, estudiantes, funcionarios y autoridades, son ahora ríos secos. No hay toque de queda, pero en las últimas noches, cuando se pone el sol, el escenario es todavía más desolador▶ las sombras de guardias nacionales en las esquinas y la luz de semáforos inútiles.
El propósito de las autoridades era vaciar la ciudad, ante el temor de que hubiera intentos de repetir un episodio como el del 6 de enero. Además de la fortificación de todo el Mall y sus alrededores, hay multitud de bocas de metro cerradas, los restaurantes solo pueden abrir sus terrazas y Airbnb ha cancelado todas las reservas que se habían hecho para esta semana.
«Nunca había visto nada así», dice Grant, un treintañero criado en Washington y que trabaja en las afueras en una compañía que produce test para Covid-19. Le cuesta llegar al trabajo, con muchas autopistas cortadas, y no tiene ni idea sobre cómo vivirá hoy la investidura. «Probablemente, por la tele».
Otros llevan aquí muy poco tiempo, pero han sentido la sacudida final de la presidencia de Trump en primera línea. «Es muy extraño ver así Washington, es una ciudad militarizada», dice mientras una pareja se sacan selfis delante de dos camiones blindados de la Guardia Nacional, con el Capitolio de fondo. Ella es enfermera y le tocó asistir a heridos del asalto. «Desde gente gaseada a heridos de bala», cuenta. «Fue muy duro ver a policías heridos».
El asalto al Capitolio
La sombra de los incidentes del 6 de enero ha llevado a desplegar un amplio dispositivo de seguridad
«Lo veré por la tele»
Un vecino asegura que hay muchas carreteras cortadas y que seguramente siga la investidura por televisión
Grietas en las familias
Su padre, Scott, está a su lado. Y su hermano, en el centro de la tensión que vive Washington. Es un oficial de la Guardia Nacional y está al frente de cien soldados que vigilan el Capitolio. Ellos están entre quienes han tenido que dormir en los suelos de mármol del edificio durante días. «Yo voté republicano siempre, hasta que llegó Trump», dice Scott, que espera que el asalto al Capitolio suponga un «shock» para muchos republicanos que han entrado en la espiral de erosión democrática del trumpismo.
La política ha dividido a su familia en los últimos cuatro años. Una grieta más en la brecha que parte al país, desde el Congreso a las cenas familiares. Biden recibe hoy en esa escalinata blanca un país en crisis económica y sanitaria por la pandemia –son ya 400.000 muertos– y dividido en profundidad. Hay dos Américas que vi
Mensaje de unidad
El nuevo mandatario busca cerrar las heridas internas y pasar la página de los extremismos
ven de espaldas y que observan realidades distintas.
El hasta hoy presidente electo lanzará un mensaje de unidad. De curación, de tender puentes. Lo ha repetido desde que confirmó su candidatura a la presidencia, con un EE.UU. envuelto en la turbulencia constante de Trump, una presidencia en la que han aflorado los extremismos por todos lados.
Hoy volverá a insistir en esa idea, con la realidad paradójica de que la desunión es tan grande que tiene que dar ese discurso en un Washington atrincherado ante la amenaza de ataques. Las palabras de Biden se encontrarán con buena parte del país con las orejas tapadas. Según una encuesta publicada esta semana por NBC News, casi el 80% de los republicanos creen que el próximo presidente no ganó las elecciones de forma legítima, después de que Trump denunciara sin pruebas consistentes –ni su propia Administración ni los tribunales las han encontrado– un fraude electoral masivo inexistente. Casi el 50% cree que el asalto al Capitolio fue provocado por el movimiento de extrema izquierda «antifa» –una teoría conspiradora que agitan los aliados más férreos de Trump– y no una turba de seguidores de Trump alentada por el presidente. Y estos republicanos no son un grupo de fanáticos, sino casi la mitad del país, que entregó 75 millones de votos a Trump.
Ayer Biden salió de Wilmington camino de Washington, para alojarse en la Blair House, una mansión del Gobierno de EE.UU. que recibe a dignatarios de visita y que es un alojamiento tradicional para los presidentes en la víspera de su investidura. Está casi enfrente de la Casa Blanca, donde no se encontrará con Trump, que, contra la tradición, no asistirá a la jura del cargo. Otra mala señal para su presidencia. «Sé que son tiempos oscuros, pero siempre hay luz», dijo ayer Biden. EE.UU. necesita encontrarla.