Españoles de clásicas
deros de adoquín por los campos de labranza del norte de Francia.
«Mi sueño es ganar la París-Roubaix algún día», dijo ufano Cortina en la presentación del Movistar.
Ningún español lo ha hecho. Flecha, segundo en 2007 y tercero en 2008 y 2010, es el único relevo de Miguel Poblet, el primer ciclista español que adquirió celebridad lejos del Tour de Francia o la Vuelta a España. Segundo en 1958 y tercero en 1960 en el velódromo de Roubaix, un escenario único donde los supervivientes reciben como premio una ducha y el vencedor, un adoquín.
Roubaix, conocido como el «Infierno del Norte» después de la Segunda Guerra Mundial, tiene su monumento en el bosque de Arenberg, 2.400 metros con adoquines desordenados con filos de navaja, una carretera trampa y húmeda donde a Johann Museeuw casi le amputan una pierna después de una caída. El belga regresó años después para ganar la carrera y señalar a su rodilla izquierda como símbolo de resistencia a la adversidad.
Sin tanta épica, sin barro, pero con la misma pasión por la dificultad y el sacrificio es el Tour de Flandes, donde también se dirige el Movistar en 2021. Carrera más joven que Roubaix, nacida en 1913, Flandes representa la esencia del ciclismo. Su secuencia de muros adoquinados en formato de pared salpican un recorrido de «piedras chupasangre», como las llamó el poeta Willie Verhegghe. Koppenberg, Taaienberg, Kwaremont, Paterberg o el célebre Kapelmuur, montañas fugaces de enorme desnivel, son los nombres propios que Iván García Cortina debe dominar para convertirse en pionero.