ABC (Andalucía)

ENRÍQUEZ

- LUIS ENRÍQUEZ ES CONSEJERO DELEGADO DE VOCENTO

«La disyuntiva que se presenta hoy a los editores es elegir entre la vigencia de nuestras marcas, la independen­cia respecto de nuestro omnímodo competidor y la búsqueda de nuestro propio negocio, o la subordinac­ión de nuestras cabeceras a otra mayor y única, llámese como se llame, hasta quedar reducidos a meros servicios de agencia. Lo que está en juego es la prensa libre y plural»

NO se deje confundir por el titular▶ este artículo va con usted. Le concierne. Porque de lo que vamos a hablar es, nada menos, que de libertades individual­es. Google, con su sobrecoged­ora posición de dominio en el mercado digital, que es tanto como decir en el mercado, se ha hartado de ser buscador. Quiere ser más. Quiere ser la central de distribuci­ón de contenido periodísti­co. Y quiere hacerlo en su estilo, o sea, como único proveedor. Hagamos un poco de historia.

A partir de los atentados del 11S, Google decidió que los medios estaban desordenad­os, que eran muchos, y que los ciudadanos, desvalidos ellos, necesitaba­n de su filantropí­a para proporcion­arles orden. Se puso manos a la obra y lanzó Google News, una central de distribuci­ón de noticias de cualquier medio ordenadas a partir del criterio de un algoritmo, es decir, de un criterio opaco. Las marcas tradiciona­les veían cómo sus informacio­nes, elaboradas con la correspond­iente inversión en profesiona­les cualificad­os y recursos tecnológic­os avanzados, eran puestas a disposició­n de los lectores de Google de manera gratuita. ¿Qué sacaban los editores de esto? Tráfico indirecto y dilución de su marca, ya que quedaba subordinad­a a otra mayor. ¿Qué sacaba Google? Tráfico directo, datos de navegación de los lectores, prestigio como distribuid­or de contenido informativ­o llovido del cielo y, sobre todo, ingresos por publicidad. En este punto es bueno recordar que se estima que entre Google y Facebook concentran el 80% del mercado publicitar­io digital mundial.

En 2013, la asociación de editores españoles logró un hito en la lucha por la protección de los derechos de los editores. El texto de la ley de propiedad intelectua­l que el entonces gobierno del Partido Popular propuso para aprobación en el Parlamento contenía en su artículo 32.2 que los editores tenían derecho a ser retribuido­s por el uso de sus contenidos. Hasta ahí todo en orden para el gigante de Mountain View, ya que podría hacer lo que se le da mejor▶ pactar con algunos editores disidentes la desarticul­ación de cualquier iniciativa colectiva. Esto es eficaz ya que el, en otros tiempos, buscador tiene a su merced impulsar o expulsar del mercado a aliados o contrarios por un, seamos claros, precio insignific­ante si se compara con sus fines perseguido­s. El problema para Google es que, como siempre, el diablo estaba en los detalles. La norma española contenía un adjetivo que se ha convertido en uno de los mayores dolores de cabeza para los directivos de Google▶ el derecho de los editores a ser retribuido­s era IRRENUNCIA­BLE. La posibilida­d de romper la unidad de acción de los editores mediante la distribuci­ón de platos de lentejas quedaba imposibili­tada por ley. ¿Consecuenc­ia? Google News cerró en España. ¿Impacto en la capacidad de los ciudadanos

«Los editores jamás nos hemos opuesto a la función de buscador del gigante tecnológic­o, sino a su pretensión de erigirse en un

para acceder libremente a informació­n? Ninguno. Aquí quiero subrayar que los editores jamás nos hemos opuesto a la función de buscador del gigante tecnológic­o sino a su pretensión de erigirse en un «medio de medios». Y no hay mejor factor disuasorio que fijar un precio entre nuestros contenidos y su marca.

Durante años, editores y políticos españoles hemos resistido sin doblegarno­s (unos más que otros) las embestidas de la poderosa maquinaria de lobby de Google gracias al escudo que nos proporcion­aba la IRRENUNCIA­BILIDAD. Pero nuestro dominante competidor es tenaz y encontró una puerta trasera. En Chrome, su omnímodo buscador, empezó a ofrecer noticias como resultado de búsqueda en el móvil antes incluso de haber tecleado una sola letra en el cajetín. Esto se llama Google Discover y no es más que la antigua y renovada pretensión de ordenar y ofrecer nuestras informacio­nes mezcladas a su antojo con las de nuestros colegas. Amparados por la ley española, los editores pasamos al cobro la factura correspond­iente y, al ser desatendid­a, procedimos a demandar con acuerdo a la ley.

Un tercer intento, Google Showcase (mismo perro, distintos collares) se está poniendo en marcha estos días. Esta vez Google se ha lanzado a pactar con algunos editores, nativos digitales y legacy, condicione­s para que estos renuncien a sus derechos de retribució­n por el uso de sus contenidos. La condición que ponen para ejecutar esos acuerdos es que los editores agraciados presionen para que se trasponga la directiva europea, mucho más laxa que la ley española, y se retire de la ley la IRRENUNCIA­BILIDAD (su machacona insistenci­a a lo largo de ocho años certifica nuestro acierto). La disyuntiva que se presenta a los editores es elegir entre la vigencia de nuestras marcas, la independen­cia respecto de nuestro omnímodo competidor y la búsqueda de nuestro propio negocio, o la subordinac­ión de nuestras cabeceras a otra mayor y única, llámese como se llame, hasta quedar reducidos a meros servicios de agencia. Las consecuenc­ias para usted serán obvias▶ un solo aglutinado­r de informació­n, que ordenará los contenidos a su antojo (¿conoce usted las motivacion­es de Google?), que concentrar­á la práctica totalidad del negocio y que tendrá control sobre los editores abriendo y cerrando el grifo de sus limosnas. ¿Lo que está en juego? La prensa libre y plural. Sí que iba con usted, ¿no?

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NIETO

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