Portugal,sin autoayuda
A la izquierda, féretros de víctimas del Covid en el refrigerador de un crematorio de Amadora. Arriba, despedida telemática de un familiar en la localidad de Sintra
Los cadáveres se amontonan en las morgues y los responsos se ofician de forma abreviada frente a los vehículos funerarios que trasladan a los muertos, pero el Ejecutivo luso no da su brazo a torcer. Antonio Costa es tenido, porque así lo ha venido demostrando, como un político sensato. Pero la virulencia con la que la pandemia está atacando a Portugal, que presenta la más alta incidencia acumulada del continente, parece haberle hecho perder ese punto que distingue a los dirigentes cabales cuando dejan de mirar el contexto y se dejan guiar por parámetros ideológicos. Es difícil entender que Portugal prefiera enviar a sus enfermos de Covid a Austria, o que médicos y material alemanes lleguen en misión humanitaria a las UCI del país con tal de no utilizar la sanidad privada lusa, que se ha ofrecido a aligerar el sistema público asistencial, absolutamente desbordado, sin que la solicitud haya sido admitida por el Gobierno de izquierdas. Demuestra con ello Costa que su ideología está por delante del interés inmediato de los portugueses y, de rebote, perjudica el prestigio del país, cuya imagen queda dañada con esta presunta solución, que deja la impresión de que el Estado no cuenta con medios para proteger a sus ciudadanos. Y no es cierto del todo. El personal sanitario y los medios de los centros privados son tan portugueses como Costa, y no utilizarlos sí que es un despilfarro.
sostenido y un siglo XX en el que sólo la Guerra Civil logró paralizar las obras.
Incertidumbre
Adiós, pues, al horizonte de 2026, fecha que se había fijado como meta definitiva coincidiendo con el centenario de la muerte de Gaudí, y puertas abiertas a la incertidumbre. Porque, después de casi un año de grúas paradas y taquillas semidesiertas, nadie se atreve a fijar un nuevo plazo para coronar los 172,5 metros de la torre central con una gigantesca cruz gaudiniana de cuatro brazos y una envergadura de 13,5 metros. «La Sagrada Familia no se parará. Trabajaremos de la manera que sea, pero seguiremos. Y si no es en el 2026, será en el 2030, pero la acabaremos entre todos», reconoció el presidente delegado del patronato de la Sagrada Familia, Esteve Camps, el día que se confirmó que el plazo de 2026 era, sencillamente, «imposible». «Las circunstancias no permiten dibujar horizontes de futuro a largo plazo», añadió Camps.
Unas circunstancias que se explican fácilmente con la comparativa entre el presupuesto para obras de 2019, cuando se llegaron a invertir hasta cien
Torre de Jesucristo
millones en la construcción del templo, y el de 2021, año en que lo sembrado durante 2020 apenas ha dado para destinar 17 millones de euros a las obras. Lo justo y necesario para poder terminar a finales de año la torre de María, la segunda más alta del templo. En estos momentos ya se han construido todos los niveles y únicamente faltan el terminal de 25 metros sobre el que se colocará una corona de piedra de seis metros de altura con una docena de estrellas de forja. Por encima, un hiperboloide de 18 metros hará las veces de linterna. Y en lo alto de la torre, una estrella luminosa de doce puntas, cada una de ellas de 7,5 metros, dibujará sobre el cielo de Barcelona una suerte de batseñal con la que el templo quiere ilustrar «cómo la Virgen María guía a Jesús de día y de noche».
«Si las medidas sanitarias lo permiten, durante este primer trimestre de 2021 está previsto colocar los primeros paneles de piedra de la corona. Durante el tercer trimestre se pondrán las dos grandes piezas de la linterna, y en diciembre, finalmente, la estrella», apuntan desde el templo. Será, tal y como subraya el director arquitecto del templo, Jordi Faulí, la primera torre en completarse desde los años setenta, cuando se levantaron las cuatro de la fachada de la Pasión. A partir de ahí, Dios dirá. O, mejor dicho, la Junta Constructora, encargada de decidir los siguientes pasos. «Ahora todos los esfuerzos se centran en terminar la torre», subraya Faulí.
El aniversario que no fue
El panorama, en cualquier caso, es completamente diferente al de hace un año. Y no sólo en la calle, donde ajetreados riders e incómodos silencios campan a sus anchas por donde antes reinaba el bullicio, las colas y ráfagas de selfies en todas las posturas imaginables. También a pie de obra, con los trabajos de nuevo en marcha desde el pasado 25 de enero, la sensación es de ralentí y medio gas.
Bien pensado, no es para menos▶ justo antes de que el templo se viese obligado a cerrar el 13 de marzo y a paralizar las obras (a diferencia de las visitas, retomadas de forma tímida e intermitente durante el verano, la construcción llevaba once meses parada), en el templo trabajaba más de un centenar de personas. El pasado lunes, en cambio, cuando la actividad regresó a la basílica, sólo 14 operarios volvieron a trabajar; la mitad en el templo y la otra mitad en el taller de Les Borges Blanques. El resto, una vez más, deberá esperar a que vuelvan las visitas más o menos regulares. Gaudí, profético de nuevo, ya dejó dicho que «todas las cosas que han tenido larga vida crecen despacio y con interrupciones». «Es la obra de su vida. Y sabía que era imposible acabarla», destaca Xavier Güell en la biografía «Yo Gaudí».
Eso sí▶ inconclusa y paralizada pero con una reputación a prueba de bombas, nada de lo anterior ha impedido
Fidelidad al proyecto original
Los responsables de las obras defienden que cada nuevo paso está basado en las indicaciones arquitectónicas y geométricas que dejó Gaudí Próxima estación, 2021
Sin nueva fecha prevista para terminar las obras, la prioridad es ahora terminar la torre de la Virgen, la segunda más alta del conjunto, a finales de este año
que la Sagrada Familia haya sido elegida por la plataforma Tiqets como el monumento más destacado del mundo de los Remarkable Venue Awards de 2020. Triste consuelo para una joya arquitectónica que, en circunstancias normales, debería haberse adentrado en 2020 con ánimo festivo. Un año para recordar el décimo aniversario, diez años ya, de la histórica visita del papa Benedicto XVI para consagrar el templo de Gaudí y convertirlo en Basílica.
El mundo miraba a Barcelona aquel 7 de noviembre de 2010 y lo que descubrió fue una asombrosa nave central de 4.500 metros cuadrados bañada por la luz de los vitrales, azules o anaranjados según el flanco, y rematada por estilizadas y asombrosas columnas arbóreas. Un altar tallado en una roca de pórfido de más de siete toneladas confirmaba que, además de como incomparable atracción turística, la Sagrada Familia reabría sus puertas como fabuloso centro de culto y peregrinaje.
Fue, sin duda, el empujón definitivo que necesitaba el templo para consolidarse a nivel internacional. En apenas un año, las visitas se dispararon un 40% (de los 2,3 millones de personas de 2010 se pasó a 3,2 millones en 2011) y, a más visitantes, mayores ingresos, lo que repercutió directamente en unas obras que, tras contener el aliento también en 2010 por el paso de la tuneladora del AVE a pocos metros de los cimientos, estrenaron a velocidad de vértigo su década prodigiosa. Diez años de presupuesto creciente y visitas al alza en los que, siguiendo «la voluntad de Antoni Gaudí de ir hacia arriba, hacia el cielo», como le gusta recordar a Faulí, se ha moldeado a conciencia el skyline barcelonés y, más importante aún, se ha superado la marca simbólica de las torres centrales de la fachada del Nacimiento, la única que Gaudí terminó en vida.
Ocurrió en 2019, cuando el templo rebasó los 107 metros de altura y, de
Con Subirats y su angulosa exploración del dolor para la fachada de la Pasión reaparecieron las voces discordantes y las críticas con notable retranca («que sea un templo expiatorio no significa que debamos castigarlo con esas esculturas», dijo el filósofo Xavier Rubert de Ventós), pero la obra siguió adelante. Siempre hacia arriba, buscando el cielo, como dejó escrito y documentado el genial arquitecto, y deslumbrando incluso a los más escépticos cuando se descubrió el asombroso interior del templo. «Siempre hemos seguido el proyecto de Gaudí con la máxima fidelidad –defiende Faulí–. Sí que es verdad que algunas partes las dejó más definidas que otras, pero el proyecto está ahí, ya sea en dibujos, maquetas o fotografías. Además, Gaudí, que era muy listo, dejó a sus discípulos indicaciones geométricas precisas».
Ahora, con las obras de nuevo en marcha, será sólo cuestión de tiempo que asomen la cabeza viejos debates relativos al impacto urbanístico en el barrio (en 2019, después de un siglo largo en situación irregular, la Sagrada Familia obtuvo su primera licencia de obras y pactó con el ayuntamiento invertir en mejoras en el entorno mientras algunas voces pedían una mayor fiscalización municipal del proyecto) y, sobre todo, al futuro del voladizo y la escalinata del portal de la Gloria, acceso principal al templo que, de materializarse como está previsto, implicaría derribos y expropiaciones.
Y todo mientras una comisión teológica trabaja en el diseño del monumental pórtico, uno de esos puntos sobre los que Gaudí fue un poco menos preciso de lo esperado y se limitó a anotar su voluntad de plasmar el cielo, el infierno, el limbo y el purgatorio. Otra vuelta de tuerca para un templo en el que religión, naturaleza y simbolismo conviven en armonía y que viene a confirmar que, en efecto, «todas las cosas que han tenido larga vida crecen despacio y con interrupciones». Un camino largo y sinuoso hacia la eternidad.