BIDEN Y «MI PERSONA»
Incomprensible que el presidente demócrata no llame al referente progresista
LOS progresistas de todo el planeta estamos flipados. Por no decir escocidos. Han pasado tres meses desde la victoria de Biden y uno desde su investidura. Pero mientras escribo todavía no se ha producido «el acontecimiento planetario» –que diría la admirable Leire Pajín– de una conversación entre el líder progresista estadounidense y el referente máximo de esa ideología, el único mandatario que se denomina a sí mismo «Mi Persona». Según ha detallado ABC, el 9 de noviembre, una vez confirmada su victoria, Biden telefoneó al canadiense Trudeau. Al día siguiente, a Boris, Macron, Merkel y el primer ministro irlandés. El día 11 continuó con Japón y Corea del Sur y el día 12 de noviembre llamó al italiano Conte. Luego siguió la ronda. Ya ha despachado con los mandatarios de Chile, Jordania, Argentina, Costa Rica, etc, etc, etc. Sin embargo, de manera inexplicable, continúa ninguneando al líder mundial en cambio climático, revisión retrospectiva de guerras del siglo pasado, ideología «de género», eutanasia de vanguardia, acoso a los católicos –la fe de Biden– y «escudo social» averiado.
¿Cómo puede incurrir Biden en semejante ceguera, y más cuando Sánchez y el PSOE lo han pelotilleado hasta lo cursi? Tal vez la explicación haya que buscarla en que la Administración estadounidense no se informa a través de la televisión al rojo vivo y nuestra Sextita pública. Su mirada no está nublada por el botafumeiro de la propaganda oficialista. Nos observan desde la fría asepsia de hechos y datos incontrovertibles. Sánchez prometió que con él España recuperaría «su lugar en el mundo». Pero la realidad que ven los estadounidenses es que en la UE mandan alemanes y franceses, con aportaciones de italianos y holandeses. España pinta poco y está infrarrepresentada. En segundo lugar, nada saben de la jefa de la diplomacia española, pues se trata de una ministra sin contactos, relieve ni empuje, puesta ahí mayormente para cumplir con la cuota de género. Lo tercero que ven es que España es el único país de Occidente con ministros comunistas, y Biden es mucho más centrista e institucional que el sanchismo-podemismo (primo de radicales del Partido Demócrata como Sanders y Ocasio-Cortez, vapuleados precisamente por el abuelo Joe). Lo cuarto que constatan es que a pesar de toda la palabrería y trolas que soportamos, nuestros datos ante la pandemia son pésimos –cuartos en muertos por millón y mayor caída del PIB en la UE–, y además tenemos el único Gobierno que se ha puesto de perfil y ha traspasado el desafío a las regiones. Lo quinto que saben es que en España hay un grave problema de unidad nacional, pero el actual Gobierno no es precisamente una garantía para paliarlo, sino más bien un agravante. Y sexto, e importantísimo, perciben un Ejecutivo hostil a las grandes empresas, que espanta a los inversores con sus impuestos y sus collejas a las seguridad jurídica.
Como español deseo que el presidente de EE. UU. llame al de mi país. Pero entiendo su inmensa pereza.