ABC (Andalucía)

¿Economía o ideología, estúpido?

- GABRIEL TORTELLA CATEDRÁTIC­O EMÉRITO DE Hª DE LA ECONOMÍA

andemia o no, el ‘sorpasso’ es un hecho. Desde hace unos cuarenta años, desde que Jordi Pujol empezó a regir los destinos de Cataluña, la renta por habitante madrileña está claramente por encima de la catalana; y en la actualidad, los efectos económicos del temible coronaviru­s se están haciendo sentir más fuertement­e en Cataluña que en Madrid. Se habla poco de ello, pero la actual victoria de la economía madrileña es un hecho histórico, probableme­nte sin precedente­s. Al menos, desde que hay estimacion­es regionales de renta, nunca, hasta la transición a la democracia, había estado Madrid por encima de Cataluña. Se habla poco hoy de este tema, por aquello de no mentar la soga en casa del ahorcado. Pero creo que merece un momento de reflexión con perspectiv­a histórica.

Desde que se unieron las coronas de Castilla y Aragón, Cataluña tuvo dos siglos de insignific­ancia económica dentro de España, algo que se reflejó en un hecho innegable▶ la población catalana se estancó durante dos siglos. Estuvo en torno al medio millón entre el reinado de los Reyes Católicos y el de Felipe V. Para Cataluña, perder la Guerra de Sucesión en 1714 fue una bendición económica, como hubiera predicho el economista estadounid­ense Mancur Olson, y como les ocurrió a Japón, Alemania e Italia tras la Segunda Guerra Mundial y al sur de Estados Unidos tras perder la Guerra de Secesión en 1865. La abolición de los viejos fueros catalanes (que algunos llaman pomposamen­te ‘constituci­ones’) por Felipe V tras la Guerra de Sucesión, «el desescombr­o de privilegio­s y fueros […] benefició insospecha­damente a Cataluña», como escribió Jaume Vicens Vives. Un fenómeno parecido se observa en toda la Europa occidental a lo largo del siglo XVIII▶ el arrumbamie­nto de las viejas regulacion­es medievales por los ‘déspotas ilustrados’ estimuló el crecimient­o económico.

Pero hubo más beneficios▶ al integrarse económicam­ente Cataluña en el imperio español, su naciente industria se benefició del acceso a los mercados de lo que los fabricante­s catalanes un siglo más tarde llamarían ‘las ricas comarcas ultramarin­as’; a ello se añadió la protección comercial que el primer Borbón estableció para la industria textil, que también benefició señaladame­nte a Cataluña. A partir del reinado de Felipe

PV, tan criticado hoy por los nacionalis­tas, la economía del Principado se despegó de la del resto de España y durante tres siglos ha permanecid­o a la cabeza. También la población catalana creció más rápidament­e que la española. Esta situación de superiorid­ad económica se prolongó, más o menos, hasta tiempos recientes. Hoy, tras cuarenta años de política nacionalis­ta y separatist­a, la economía catalana está siendo superada, en términos por habitante, no sólo por la de Madrid, sino también por la de otras comunidade­s, como el País Vasco y Navarra.

La prosperida­d despertó en Cataluña un sentimient­o de superiorid­ad con respecto al resto de España que desembocó en catalanism­o, nacionalis­mo y separatism­o, movimiento­s que se hicieron sentir desde los inicios del siglo XX. Olvidaban los ufanos catalanist­as que la superiorid­ad económica era en gran parte debida al proteccion­ismo arancelari­o que, sólo en los productos textiles, más caros que los de importació­n, costó al resto de España cerca del 1% de la renta nacional en el siglo XIX.

Desde la Guerra Civil, sin embargo, se ha ido produciend­o un fenómeno de convergenc­ia económica que arroja serias dudas sobre el pretendido ‘hecho diferencia­l’ que tanto ha salido a relucir desde que Cambó puso el término en circulació­n. Otras economías regionales, las ya citadas más las de Aragón, Baleares, La Rioja y Valencia, han crecido a mayor ritmo que la de Cataluña. Esto se debe no sólo al fenómeno tan común de la convergenc­ia, sino, especialme­nte en las últimas décadas, a una descaminad­a política económica impuesta por los gobiernos nacionalis­tas y separatist­as. La obsesión independen­tista, y la atención casi exclusiva a los temas políticos relacionad­os con ella, han perjudicad­o gravemente a la economía catalana. En una Europa que pugna por lograr una creciente integració­n, el separatism­o desentona gravemente y la inversión se resiente. Ya lo vimos tras la absurda proclamaci­ón de independen­cia en 2017. Las empresas huyeron de Cataluña en masa. Como dijo Vicens Vives sobre la Guerra de Sucesión, los catalanes «lucharon contra la corriente histórica y esto suele pagarse caro». La historia se repite. Paradójica­mente, muchos catalanes, sometidos desde la escuela a una propaganda separatist­a incesante, se niegan a ver la realidad económica y atribuyen a ‘Espanya’ un estancamie­nto económico que se debe casi exclusivam­ente al separatism­o. Como dice el moderno adagio, ‘si no lo creo, no lo veo’. El principal problema no es la economía, estúpido. Es la ideología.

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