La ducha maldita
Johnson quería una ducha a presión extrema que le golpeara por todos los lados de su cuerpo
Las exigencias de los presidentes son a veces una verdadera pesadilla para estos empleados. Johnson, que gobernó después de Kennedy, fue especialmente problemático, según revelaron después varios asistentes suyos y su propia familia. Era alguien sin excesivos modales, que dejaba abierta la puerta del baño mientras hacía sus necesidades y solía dictar cartas y memorandos sentado en la taza del wáter. Su obsesión era la ducha. Quería que los fontaneros copiaran la que tenía en su residencia cuando era vicepresidente, una especie de tifón de agua caliente con una presión que le dejaba la piel enrojecida. Los emplea- dos trabajaron en la dichosa ducha durante años, y hasta vieron al presidente Johnson como su madre lo trajo al mundo, obligándoles a presenciar el funcionamiento de su obra magna de ingeniería, que nunca le dejaba satisfecho.
Antes de morir en 2007, el fontanero al cargo, Howard Bernard Arrington, dejó constancia de su calvario con la ducha de Johnson en una entrevista en la revista ‘Life’. «Mi ayudante y yo trabajamos horas y horas en la ducha, y cuando probaba la presión, el presidente decía que no le bastaba. Después se empleó en que quería chorros de agua por todo el cuerpo, no sólo por encima de la cabeza. Y más adelante nos dijo que quería uno en el suelo. No para sus pies, desde luego. Lo que quería es que le cayera justo por debajo en el trasero», contó.
REFORMAS Y MUSEO. Cuando Richard Nixon llegó a la Casa Blanca en 1969, probó la ducha de Johnson y la mandó quitar inmediatamente, horrorizado. El baño de marras volvió a su estado original, y la ducha a un modelo normal con alcachofa sencilla. En realidad ese baño, como el edificio tal y como está ahora es obra de otro presidente, Harry Truman. Nadie ha dejado una huella tan profunda en este edifico como ese presidente, que heredó el cargo de Franklin Delano Roosevelt, fallecido inesperadamente en 1945. Primero, los Truman decidieron construir un balcón en la columnata del patio trasero, a la altura de sus dependencias, algo que provocó una verdadera ola de indignación en la época. Al presidente y su mujer los diarios de Washington los acusaron de querer hacer experimentos modernos en la histórica mansión de 1792. Hoy, sin embargo, ese balcón es uno de los más fotogénicos. por parte de nacionalistas puertorriqueños, justo a la puerta de la Casa Blair.
Sólo una década después, ya con la reforma hecha, Jackie Kennedy decidió catalogar la mayoría del edificio, haciendo inventario de su mobiliario, y dejando lo que no usaba en almacenamiento. Ahora, cuando una primera dama se estrena en el cargo, una de las primeras cosas que hace es acudir al almacén en Maryland donde está la colección de antigüedades para decorar las plantas segunda y tercera. Según recuerda West en su libro ‘Arriba en la Casa Blanca’ (‘Upstairs in the White House’, en inglés’), «con obras de arte valiosísimas y antigüedades en las salas de estado y en la residencia, la Casa Blanca se convirtió pronto en un museo». West asesoró y acompañó a Kennedy en el proceso.
ATENTADOS Y DISPAROS. El asesinato de Kennedy cambió mucho las cosas en la Casa Blanca. Aumentó la seguridad en torno al presidente, elevada todavía más después del intento de asesinato a Ronald Reagan en el hotel Hilton de Washington en 1981. Pocas veces, sin embargo, ha conseguido un intruso meterse en la Casa Blanca, o amenazar directamente a la familia en ella.
Con el primer presidente de raza negra, Barack Obama, sucedió al menos dos veces. En 2011 un desempleado de 21 años, Óscar Ramiro OrtegaHernandez, se cercó a la verja trasera y disparó a la residencia con un fusil semiautomático. Rompió varios cristales mientras la primera daba estaba en una sala aledaña. Tres años después, un tal Omar González saltó la reja, corrió hacia las puertas y llegó a entrar en la planta principal, hasta que el Servicio Secreto lo inmovilizó, mientras la familia del presidente estaba fuera.
Con Trump, y la protesta racial del verano caliente de 2020, esas medidas de seguridad se han multiplicado exponencialmente. Al presidente Biden le recibió una residencia en medio de un búnker, rodeada de vallas y barricadas, con varios perímetros de seguridad y un gigantesco dispositivo policial y militar, reforzado todavía más por el saqueo del Capitolio, en el que murieron siete personas (cinco en el acto, dos por suicidio después).
Ahora, los principales diarios de la capital, junto con no pocos políticos, le han pedido al nuevo presidente que poco a poco devuelva a la Casa Blanca y a quienes trabajan en ella a la normalidad, retirando barricadas, y permitiendo que se pueda acercar de nuevo el pueblo que viene de todo el mundo a Washington solo para sacarse una foto a sus puertas.