El último caudillo
Transformó todo, la economía, los servicios públicos, la forma de hacer política y el modo de hablar, de tú a tú, con EE.UU. Por ser, fue capaz de hacer sonreír hasta a Isabel II, pese a no estar lejos la guerra de Las Malvinas
Le llamaban ‘el turco’ aunque de origen sirio. Si decían ‘el Jefe’, todos sabían que sólo había uno▶ él. Llegó al poder entre chanzas y risas de desprecio por su aspecto. Melena ondulada, patillas anchas, poncho y esas erres arrastradas de la gente de La Rioja, su feudo. El gobernador de tierras áridas se convirtió en el jefe del Estado, de la época moderna, que mejor entendió la responsabilidad del cargo, el peso del pasado y la fuerza que tenía para cambiar el presente. Célebre por citas y ‘furcios’ (patinazos), no se equivocaba al citar a Maquiavelo▶ «El poder es para el que lo ejerce». Cumplió al pie de la letra.
Fullero (hacía trampas hasta al golf), hábil para cambiar a tiempo el discurso, gobernó sin miedo. «Si hubiera dicho lo que iba a hacer nadie me habría votado», reconoció cuando dio luz verde a una avalancha de privatizaciones y le dio bula a su cuarto ministro de Economía, Domingo Cavallo, para sacar adelante el Plan de Convertibilidad que equiparó el valor de un peso a un dólar. La hiperinflación que convertía los precios en una danza de números, en un mismo día y la escasez, formaron parte del pasado de miseria. Inauguró otro tiempo, el del fin del servicio militar obligatorio, el de ‘tirar manteca al techo’ en un alarde de abundancia. ‘Pizza con champan’, su combinación favorita y título de un libro formidable de Silvina Walger, definirían aquellos años de desembarco de inversiones españolas. Por entonces eran Telefónica, Endesa, Gas Natural, Repsol… Los nacionalistas enfurecían con ‘la nueva reconquista’, denunciaban la corrupción que se escondía en aquellas licitaciones eternamente bajo sospecha, la extinción de los ferrocarriles y la ostentación impúdica del lujo. Los otros, agradecían el fin de los cortes de luz, los ‘celulares’ para todos los bolsillos, las carreteras nuevas (con sus peajes), las góndolas de los supermercados repletas de productos importados, las operaciones de estética y el suma y sigue de negocios multimillonarios.
Menem tendía la mano, soltaba un chiste, sonreía, se entusiasmaba con la farándula y brindaba en ‘la quinta’ de Olivos con Maradona y los suyos. Fiestas de día y de noche mientras la nueva Argentina crecía, el FMI le ponía de ejemplo y… su matrimonio saltaba por los aires. Eran los 90 y el brigadier
Fullero Hacía trampas hasta al golf, fue célebre por sus patinazos, pero capaz de gobernar
sin miedo
Antonieti sacaba a punta de bayoneta a su mujer, Zulema Yoma, de Olivos. Con la vejez volverían a encontrarse y ella, a cuidarle. La maldición de su primera esposa se hizo pública▶ «Ojalá que te enamores». Si con la chilena Cecilia Bolocco fue amor sólo ellos supieron pero la pareja no tuvo futuro. La ex Mis Universo chilena le reprochó siempre el abandono de su hijo Máximo. Martha Meza nunca habló de su relación con Menem, cuando estuvo detenido por la dictadura. Su hijo, Carlos Nair, logró ser reconocido de mayor pero Menem lo recibía a escondidas de Zulemita y de Carlitos junior, el hijo muerto en un accidente o atentado. Un misterio para la historia.
Menem también fue el señor de los indultos a guerrilleros y militares, el hombre que le pidió a Raúl Alfonsín que dejara el poder antes de tiempo porque había ganado las elecciones para luego reprochárselo. Méndez, para los supersticiosos, fue el gran embaucador, el hacedor del pacto de Olivos para reformar la Constitución, el que tocó el cielo con las dos manos sin necesidad de asaltarlo. Los Kirchner, los mismos a los nunca les faltaba saliva para ‘chuparle las medias’ cuando era, ‘el Jefe’ le demonizaron. A él sí, ahora, la historia le puede juzgar.