ABC (Andalucía)

EL ABSURDO Y CHESTER HIMES

- RAMÓN PALOMAR

Sobrevivim­os en la eterna anomalía del

pertinaz absurdo

Embozados como manda la nueva tradición, los ciudadanos que tuvieron la mala fortuna de custodiar las urnas durante la fiesta de la democracia celebrada ayer en Cataluña, recordaban a los secuestrad­ores del simpático E.T. que yacía risueño bajo los mimos de la niñita Drew Barrymore. Un tanto anómala sí resultaba la estampa. Pero en fin, desde que nos empitonó la pandemia prima la anomalía, lo extraño, la rareza, esa suerte de niebla a lo Stephen King que nos abriga. Nos adaptamos porque la mansedumbr­e nos venció hace tiempo.

Observar a Junqueras discursear ejerciendo de vedette junto a Otegui de corista dispuesta a galvanizar los ánimos, desde luego, se me antojó anómalo. Tampoco contribuyó a equilibrar nuestra precaria salud mental escuchar a la ministra M.J. Montero, parlando en su idioma chiquispan­glish, quitarle hierro a las martingala­s mercadotéc­nicas de ese Iglesias buscando sus cinco titulares de gloria. «Se enmarca dentro de la campaña electoral», así excusó el navajazo del vicepresid­ente a nuestro país. Vamos, que es rutinario chapotear en cualquier anomalía o tropelía cuando el fragor de la campaña vitamina los corazones de los líderes. La lluvia de piedras y las tormentas de tornillerí­a precipitad­as contra los voxistas digamos que superan la banal anomalía pues incurren en furia violenta. Aunque para muchos esto carece de importanci­a, incluso lo asocian a una suerte de nuevo folclore asumido con desahogo. Descubrier­on los de la editorial Gallimard la obra de Chester Himes y le atribuyero­n un fascinante toque absurdo que renovaba el género negro. El escritor, primero alucinó porque entendía que lo suyo era puro realismo, pero después alcanzó esta conclusión▶ «El realismo y el absurdo son tan parecidos en la vida de los negros americanos que no se puede decir donde está la diferencia». Sospecho que andamos en similar trance. Difuminada la frontera entre lo normal y lo paranormal sobrevivim­os en la eterna anomalía del pertinaz absurdo.

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