ABC (Andalucía)

UNIDOS HASTA LA MUERTE

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

LA imagen sigue produciend­o escalofrío­s 75 años después. Está tomada el 29 de agosto de 1945 en la plaza Loreto de Milán y en ella aparecen cinco cuerpos. Están boca abajo, atados por los pies a una viga, con los brazos inertes. Hay una multitud que mira. Son los cadáveres de Benito Mussolini, Clara Petacci, su amante, y otros tres dirigentes fascistas.

Dos días antes, el convoy en el que huían hacia Suiza, custodiado por tropas alemanas, había sido detenido por los partisanos en un cruce de carreteras. Tras dormir en una casa rural, fueron llevados a la aldea de Giulino, donde se les fusiló. La orden había partido de los jefes de la Resistenci­a. El cuerpo de Mussolini fue golpeado y vejado tras su ejecución e incluso una campesina orinó sobre sus restos.

Mussolini estaba cubierto por una manta en el interior de un camión cuando le detuvieron. Ya sabía que su destino estaba sellado. Cuando los partisanos le colocaron frente al paredón, el jefe del pelotón le dijo a Clara Petacci que se apartara. Pero ella se negó y optó por correr la misma suerte que el Duce.

Tenía 33 años y el caudillo italiano estaba a punto de cumplir 62. Clara era dos años menor que Edda, la hija mayor de Mussolini. Se habían conocido el 8 de septiembre de 1933 en la playa de Ostia. Ella se acercó a saludarle y, tres días después, Benito la invitó al Palazzo Venezia. Estaba emocionada porque le admiraba tanto que tenía las paredes de su habitación llenas de fotos del líder. Su familia era fascista y monárquica.

Unas pocas semanas después ya eran amantes. Mussolini habilitó un apartament­o en el palazzo, puso un coche a su disposició­n y ordenó que tuviera escolta. El Duce solía interrumpi­r su actividad a media tarde y acercarse al dormitorio de Clara.

Mussolini se jactaba de haber tenido más de 500 amantes y de acostarse con tres o cuatro mujeres en la misma noche. Pero quedó fulminado por la belleza de Clara, a la que veía todos los días durante al menos un corto intervalo de tiempo. La relación no podía trascender al público ya que estaba casado con Rachele, con la que había tenido cinco hijos, y debía mantener la imagen de padre de familia ejemplar.

Rachele, que era una fiel esposa, una madre responsabl­e y una mujer que hacía todo lo posible para agradar a su marido, se enteró pronto de la aventura. Ya estaba acostumbra­da a las infidelida­des de Benito. Creyó que sería una relación pasajera, pero se equivocó. Duró 12 años. Y lo peor para ella es que el líder fascista la dejó en Como con sus hijos, mientras huía a Suiza con su amante. El propio Mussolini estaba avergonzad­o de su conducta y se despidió de Rachele con una carta en la que decía▶ «Perdón por todo el mal que te he hecho. Tú sabes que eres la única mujer a la que he amado. Lo juro antes Dios».

Pero Benito nunca se separó de Claretta.

En los veranos con su familia en el Gran Hotel de Rímini, el mismo que filmó Fellini en ‘Amarcord’, alquilaba una villa vecina para estar junto a su amante. Cuando el Gran Consejo Fascista acordó su destitució­n en julio de 1943, refrendada por el rey Víctor Manuel, Mussolini fue arrestado y encarcelad­o en el Gran Sasso. Pero un comando alemán le liberó y entonces decidió trasladars­e al norte del país para fundar la República de Saló, un régimen títere de los nazis. Vivía en la enorme mansión de los Feltrinell­i en Gargagno con Rachele, pero instaló a Clara en la cercana Villa delle Orsoline, un antiguo convento.

Años después de su muerte, fueron hallados, enterrados en un jardín, los diarios de Clara Petacci, que abarcan desde 1932 a 1938. En ellos, narra con absoluta franqueza la naturaleza de su relación. Dice que Benito era un maniaco del sexo. «Hace el amor con violencia. Es como un león, impetuoso y majestuoso», escribió. Le gustaba llamarla ‘Ricitos’ y se desahogaba de la escasa comprensió­n de su mujer, sus problemas para gobernar y su mala salud, muy deteriorad­a a partir de 1936, por una úlcera de duodeno.

Petacci apunta que Benito no soportaba el trato cotidiano de Rachele▶ «Mi mujer no es consciente de mi grandeza. Me trata con muy poco respeto. Esta mañana me ha puesto dos calcetines desparejad­os», pone en su boca.

Mussolini se distanció mucho de su familia cuando se negó a conmutar la pena de muerte al conde Ciano, casado con Edda, que le abroncó por su cobardía y se marchó a Suiza. Rachele, consciente de la derrota desde la caída de Roma en el verano de 1944, le presionaba para abandonar el país. Pero Benito prefirió aguantar en el minúsculo territorio de Saló, en el que planeaba resistir con una milicia en las montañas. Huyó cuando ya era demasiado tarde. Y la única persona que tenía al lado al exhalar su último suspiro era Clara Petacci.

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