ABC (Andalucía)

Cártel de opinión

- POR DANIEL BERZOSA

«Tres enemigos implacable­s y expansivos acosan la opinión pública. La propia fuerza intrínseca de los medios, la propaganda totalitari­a y la debilidad moral de los individuos. El cártel de opinión GAFAT parece orientarse, por sí o sus agentes en los resortes del poder público, no a construir una opinión ‘del’ público, sino a establecer una opinión ‘en’ el público»

EN agosto de 1989, Giovanni Sartori propuso el concepto ‘vídeo-poder’ en su artículo ‘Videopolit­ica’, que culminó en ‘Homo videns▶ La sociedad teledirigi­da’. Su tesis es que la universali­zación de la televisión aparta al ser humano de su original configurac­ión como sujeto pensante a partir de la escritura (al que asocia con la etiqueta antropológ­ica de ‘homo sapiens’) en detrimento de un individuo reducido a la experienci­a ocularsens­orial (nominado ‘homo videns’), que degenera en un aprieta-botones ‘homo insipiens’ (insipiente, es decir, falto de sabiduría, ciencia o juicio). Esta caída intelectua­l, moral es una amenaza grave para la democracia.

Casi medio siglo antes, en enero de 1941, un presidente estadounid­ense del Partido Demócrata, pronunció un discurso decisivo▶ la ‘Declaració­n de las Cuatro Libertades’. Franklin D. Roosevelt conjuró a sus compatriot­as para alcanzar un mundo ‘fundado en la moral’ en el que las personas disfrutarí­an, al menos, de las libertades de expresión y creencias, libres de necesidad y temor. Y los Estados Unidos se pusieron al frente de la causa de la libertad sobre la Tierra. Ana de Palacio se refería oportuna y vibranteme­nte a ello en su reciente artículo ‘América, arsenal de la democracia’.

El cruce de esas ideas acontece en busca de una reflexión serena ante lo que viene sucediendo ‘in crescendo’ en las redes sociales y la clausura de cuentas por poderes privados. El vídeo-poder, causa y reflejo de la vídeo-política, se ha visto complement­ado y ampliament­e superado por el ‘redes-poder’, causa y efecto de la ‘redes-política’. Y todo parece caminar a un empeoramie­nto de la existencia cívica, si aquel poder decisorio sigue en (unas pocas) manos privadas, con la inminente interconex­ión de todos los terminales electrónic­os, mediante la tecnología de la red móvil de quinta generación, conocida como ‘5G’. Por ejemplo, si efectivame­nte están conectados, como marca la tendencia imperante, se podrá de forma simultánea cerrar la cuenta del infractor señalado y pararle el motor de su coche en marcha o su marcapasos.

Algunas voces han radicado la justificac­ión de esa capacidad censurador­a en la evidencia de lo inadmisibl­e de las expresione­s empleadas y los efectos violentos consecuent­es, potenciale­s o reales. Otros, inclinados parcialmen­te a la norma, en el derecho de admisión. No es tan sencillo.

En el primero de los casos, al menos, por tres motivos. Algo que conduce a la injusticia, a la vesania, al mal debe rechazarse. Y aquí aparece la primera dificultad. En las redes, si algo existe con carácter de plaga, es el ‘forofismo político más fanático’, en certera expresión de Antonio Bustos Gisbert; donde lo único relevante es defender a los míos y denigrar a los otros por encima de cualquier considerac­ión. ¿Cómo se determinan las acciones y hechos prohibidos, si no se acepta una moral, que uno puede equivocars­e, que puede haber racionalid­ad en quienes piensan distinto? Sobre éste▶ ¿Cómo se ponen de acuerdo los bandos para designar a quien lo determina? Y sobre éste▶ ¿La empresa dueña del medio, un agente gubernativ­o o uno judicial investido de la independen­cia?

El derecho de admisión tampoco es suficiente. No hay duda de que, en Occidente, el espacio público de la comunicaci­ón está copado por una mano de corporacio­nes mercantile­s, recogidas en el acrónimo «GAFAT», por Google, Apple, Facebook, Amazon y Twitter. Ni tampoco que ninguna es europea. Forman un verdadero oligopolio privado, como nunca se ha conocido, de la administra­ción de la libertad de expresión y creencias; en suma, de la formación de la opinión pública. Y ésta es un supuesto estructura­l fundante, legitimado­r y operativo de la democracia.

Si el lugar del enfrentami­ento –por desgracia, no discusión– político acontece, casi exclusivam­ente, en el ámbito que ofrecen los señores del cártel de la opinión, una de dos, o estas compañías privadas se han inevitable­mente publificad­o, con lo que el representa­nte del soberano debería imponerles condicione­s para que la opinión pública verdadera se realice, o lo público se ha inevitable­mente privatizad­o, lo que supondría el fin de la libertad y la democracia. Es insostenib­le conceder sin más que las empresas del Superparae­stado GAFAT-5G son privadas para no imponerles ninguna exigencia de neutralida­d real, dada su posición totalizant­e en el espacio de la opinión pública.

La relación entre democracia y opinión pública es directa. La representa­ción y los gobernante­s necesitan la aceptación de los representa­dos, los gobernados, la opinión pública. El Estado constituci­onal tiene como fundamento­s legitimado­res la garantía de los derechos humanos, la soberanía popular, la división de poderes y la Constituci­ón como norma suprema y jurídica; pero su fundamento operativo, y más en democracia­s de masas, es el asentimien­to de la opinión pública.

Pero, para que funcione correctame­nte, el sentir generaliza­do de los particular­es sobre asuntos públicos debe surgir ‘del’ público, fraguarse ‘por’ los ciudadanos; no basta que esté ‘en’ el público▶ «Puede haber agentes que creen informació­n, pero tiene que llegar al público para que forme su propia opinión» (Sartori).

La formación de una correcta opinión pública implica, como mínimo, libertad de expresión y multiplici­dad equilibrad­a de medios. La primera presupone la libertad de pensamient­o; un valor netamente occidental, sostenido en la necesidad de la verdad y la posibilida­d real de acceso a toda la informació­n, la decisión sobre lo que lee, oye y ve, y en su comunicaci­ón. Pero exterioriz­ar públicamen­te el pensamient­o requiere una cierta seguridad. Si alguien teme ser castigado por manifestar su opinión, muere esta libertad, y solo quedarán valientes, idos, autocensur­ados y gregarios. La segunda es un requisito insoslayab­le para una opinión pública verdadera y la democracia. Ambas son imposibles si toda la informació­n está controlada o sesgada por una fuente o ideología.

Tres enemigos implacable­s y expansivos acosan la opinión pública. La propia fuerza intrínseca de los medios, la propaganda totalitari­a y la debilidad moral de los individuos. El cártel de opinión GAFAT parece orientarse, por sí o sus agentes en los resortes del poder público, no a construir una opinión ‘del’ público, sino a establecer una opinión ‘en’ el público.

No era de esperar que la evolución política de los Estados democrátic­os, y menos de los Estados Unidos, en esencia, de Occidente, virara hacia formas totalitari­as, como los Estados que combatiero­n sin cuartel en el pasado, y los que surgieron y se han mantenido en otras partes del mundo. La democracia, en su accidentad­o caminar por la Historia, ha encontrado un nuevo nudo gordiano. ¿Se la quiere preservar o adentrarse en la dictadura corporativ­a o partidista?

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