Los juegos del odio

Las personas no solemos elegir aquellos acontecimientos que dejarán huella en nuestros corazones; simplemente pasan sin llamar y se hacen un hueco en nuestro baúl de los recuerdos. A mí me ocurrió con la muerte de Miguel Ángel Blanco. Secuestrado el 10 de julio de 1997, la banda terrorista ETA anunció su intención de asesinarlo en 48 horas si no se cumplían sus exigencias. Recuerdo permanecer frente al televisor la tarde del domingo, en la que fue encontrado su cuerpo con dos tiros en la cabeza.

Recuerdo a sus padres, a su hermana María del Mar y a su novia agradeciendo desde el balcón del Ayuntamiento de Ermua las muestras de afecto de la gente. Miguel Ángel formó parte, sin saberlo, de un movimiento de unión entre los pueblos, entre las personas de bien que solo deseaban vivir en paz. Los jóvenes salían a las calles retando a ETA con frases como «ETA, aquí tienes mi nuca». Hoy, los jóvenes toman las calles reclamando su derecho a la libertad de expresión. Y lo hacen quemando contenedores, agrediendo a la Policía y saqueando tiendas, ocultos tras sus capuchas y sus mascarillas. Jóvenes cuyas madres arrancaban los mocos de sus caras mientras los padres de Miguel Ángel Blanco lloraban desconsoladamente la muerte de su hijo. Cuando pasen veinte años, quizás algunos de los jóvenes que ahora participan en esos violentos altercados puedan explicar a sus hijos que ellos formaron parte de los juegos del odio, que se enfrentaban a la Policía para defender el «No me da pena tu tiro en la nuca» de un rapero encarcelado por no poderse expresar con libertad. Quizá sus hijos no entiendan cómo la violencia pudo ser entonces el arma para conseguirla.