ABC (Andalucía)

Convendría, además, recordar la máxima romana «Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla»

- Líder de Bildu en Vitoria

HAY fechas ilustres, que honran la historia de una nación. Como las hay deplorable­s, que la denigran. El 7 de marzo de 1467, cuando se firmaron las capitulaci­ones de boda de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, pertenece a las primeras al sentar las bases de una nación que poco después tendría el primer imperio en el que no se ponía el sol. Mientras la de cualquiera de nuestras guerras civiles señalaban la irremediab­le decadencia. Hay, sin embargo, fechas que combinan ambas cosas. El 23 de febrero de 1981 sin ir más lejos, cuyo cuarenta aniversari­o acabamos de, no me atrevo a decir celebrar, por lo que tuvo de deplorable, pero tampoco puede calificars­e de lastimosa, porque al final no se cumplieron los peores designios y España pudo continuar su andadura hacia la democracia que acababa de emprender.

Los actos estuvieron acorde con esa tónica de recuerdo de los enormes riesgos corridos y de alivio por haber salido indemnes. Quiero decir, sin jolgorio ni gimoteo. Todo muy escueto, muy medido, muy meditado, pero sin olvidar ninguna de las piezas importante­s. Aparte de que el país, con una pandemia que retrocede, pero está lejos de ser vencida, y de una situación económica que invita a todo menos a tirar cohetes, tiene asuntos tan graves como un problema territoria­l que cuestiona su integridad y unas diferencia­s brutales entre sus ciudadanos. Que ocho partidos no asistieran a la ceremonia advierte del ánimo, o más bien acrimonia que reina entre ellos, incluidos los afines ideológica­mente. Con decir que los dos que forman gobierno encuentran cada día un nuevo asunto sobre el que discrepar, está dicho todo.

La atención estaba centrada en las palabras del Rey. Concretame­nte, en si aludía a su padre y de qué forma lo enfocaba. Felipe VI se mantuvo fiel a la línea que nos tiene acostumbra­dos▶ claro y preciso, Además del obligado llamamient­o a la unidad, recordó que la democracia es una flor delicada que hay que cuidar y defender. Lo que le dio pie a recordar que fue la firmeza y determinac­ión de Don Juan Carlos I lo que permitió, hace cuarenta años, el triunfo de la democracia. Seguro que a alguno no le ha gustado. Que hubiesen preferido que se refiriera a los últimos episodios de su reinado, incluida la salida del país y buscar refugio en otro donde todo tiene que serle extraño.

Pero lo que se conmemorab­a este 23 de febrero era lo que ocurrió hace cuatro décadas y hace falta ser muy olvidadizo o resentido para obviar que Don Juan Carlos trajo la democracia a España y aquella noche, la salvó. Convendría, además, recordar la máxima romana «Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla».

Se le acumula el trabajo a quien trate de redactar el parte de guerra de este ‘dos Gobiernos en uno’. A una lucha a garrotazos aún no resuelta se le suma otra y a esa, una más. Tras ese ‘España es una democracia de chichinabo’ de Iglesias, y estando Calvo a tortas con Montero por la ‘ley Trans’, ahora es Ábalos el que anda por las television­es de porfía con una secretaria de Estado, escudera del vicepresid­ente. A bofetada limpia y sin respetar jerarquías.

Carlos Lesmes

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JAIME GARCÍA
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EFE

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