Poniendo en valor la hembra de cabra montés
La homologación supondría para la especie pasar a disponer de una base de datos científica que incrementaría su valor objetivo acreditado
de Arturo González llega a buen puerto.
Entre otras cosas, porque▶ –Finalmente se dará el valor real que tiene el trofeo de cabra montés hembra, hoy en día muy devaluado, logrando aumentar la demanda cinegética por esta especie que es bastante desconocida sobre todo entre cazadores internacionales.
–Al querer abatir los trofeos más grandes (por regla general, las más viejas) se eliminan las menos reproductivas manteniendo una población joven y sana.
–Al aumentar la demanda aumentará el precio de la especie, lo que repercutirá positivamente en el animal, potenciando la especie y su hábitat y contribuyendo a la conservación del entorno.
–Se incrementarán los ingresos de la zona y la actividad económica de los municipios, creando empleo y contribuyendo a frenar el despoblamiento rural y consiguiendo atraer inversión.
–Al poder homologarse, se tendrá una base de datos de la evolución de la especie completando y mejorando los estudios de la misma.
La homologación de un trofeo no es un capricho, trata de la investigación y la sostenibilidad ambiental ya que es una herramienta más de gestión del medio natural y contribuye a fortalecer los pilares sobre los que ha de sustentarse el desarrollo de ese mundo rural que todos pretendemos conservar.
El aprovechamiento cinegético es parte inherente de la actividad económica del sector forestal y tiene importantes repercusiones en las políticas tanto de desarrollo rural como de conservación de la naturaleza.
Tiene relativa importancia económica en el medio rural, siendo uno de los principales ingresos de muchos pequeños ayuntamientos de nuestra España despoblada y de propietarios forestales que orientan sus montes a la producción cinegética, y dentro de esta a la caza mayor, cuyos trofeos son susceptibles de medición mediante normas internacionales procediendo a su homologación y archivo por la Junta Nacional.
Exclusiva de la península
La homologación de una especie como la ‘Capra pyrenaica’, exclusiva de nuestra península, beneficia a nuestros pueblos, favorece el arraigo en zonas con riesgo de despoblación y fomenta el desarrollo de una actividad cinegética bajo estrictos criterios de sostenibilidad evitando un riesgo de superpoblación en una especie con pocos depredadores.
Asimismo, contribuimos a la ampliación de la oferta turística cinegética a nivel mundial, dando un impulso económico y social a la zona, favoreciendo inversión local y extranjera y generando puestos de trabajo.
Cuanto más valor se le dé a una especie más empezaremos a respetarla y apreciarla. La homologación supondría para esta especie pasar a disponer de una base de datos científica que incrementaría su valor objetivo acreditado y nos permitiría saber cómo va evolucionando año tras año, detectando posibles cambios evolutivos que son norma común en todas las especies.
En definitiva, «lo que ahora vale uno, pasará a valer cuatro» y la suma de estos pequeños gestos hará posible que nuestro mundo rural recupere el valor que nunca debió perder.
El sol ha descendido tras las copas de los pinos dunares y la marisma, siempre desolada, se torna ahora silente por un lapso de tiempo que abarca lo que el crepúsculo. Tan solo el alarmista ‘chibebe’ se atreve a romper el silencio con su profundo silbido. Al cabo, los patos avisan de su llegada con el siseo que produce el movimiento de sus alas. Siseo por el que los cazadores expertos llegan a identificar la especie aun en la oscuridad. Los picolaos, con determinación y alas inmóviles, se deslizan sin preámbulos a la superficie del lucio. Los silbones darán un par de vueltas antes de amerizar y puede que dejen escapar algún parloteo en el quiebro. Los rabudos se cernirán como cernícalos en el aire a poca altura sobre el agua. El ronco «knook» de los flamencos se deja oír en la distancia y al subir su potencia percibimos que se están acercando, hasta que el paso de la bandada sobre nuestra postura produce ese sonido de aire rasgado por un ciento de alas.
Es la caza a la espera de las aves anátidas en la incierta luz crepuscular, lo que en la vega más baja del Guadalquivir se conoce como cazar al caer.
Los patos pasan generalmente el día dedicados al descanso en algún amplio espacio inundado y, tan pronto se pone el sol, vuelan desde allí a sus comederos donde pasarán la noche en frenética actividad. Para vislumbrarlos al llegar a su querencia, conviene ponerse de cara a poniente y así distinguirlos cuando sus siluetas en vuelo se recortan sobre el fondo de resplandores del ocaso, negro sobre naranja. Se trata de una caza breve y con discretos resultados, que exige a la vez conocimientos sobre el medio y sobre las aves.
Añoro ahora esos episodios en que, con ocasión de las lunas claras de diciembre y enero, nos instalábamos en la marisma para aprovechar la iluminación del satélite a la hora del ‘caer’ de los patos. Una vez extinguido el crepúsculo podíamos tirar a las aves contra el fondo del disco luminoso o sobre la superficie del agua que reflejaba su luz. Caza auténtica y salvaje. Luego, sobre las ascuas de una candela hecha con almajos secos, asábamos las tripas de los patos cobrados, que a esa hora están vacías y por tanto limpias. Una auténtica delicia gastronómica, hoy sin duda relegada a la memoria.
He cazado muchos patos al ‘caer’, lo que allí se llama ‘duck flighting’, en Gran Bretaña, generalmente en aguas interiores y los resultados eran más generosos. Lo he disfrutado mucho y estoy muy agradecido a los buenos amigos que lo hicieron posible. Sin embargo allí esta caza me parece menos desafiante y como más programada. La marisma, no sé por qué, me produce sensaciones diferentes y más profundas.