ABC (Andalucía)

Cuanto más peso tiene el independen­tismo, más se empobrece Barcelona

SALVADOR SOSTRES

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LOS que somos padres sabemos que el final de cualquier argumento es la fuerza, y si es necesario la violencia. No a pesar de que queramos mucho a nuestros hijos, sino precisamen­te por ello. Es mejor enseñar la fuerza, que se intuya, que se presienta, que tener que utilizarla. Es mejor usar la inteligenc­ia y que mi hija entienda desde el principio que la última lógica del poder es imponerse, al precio que convenga; que jugar al compadreo y al buenismo para tener que recurrir luego a un escarmient­o mucho más agresivo para enderezar lo que nunca tuvo que torcerse.

No sólo los niños necesitan esta contundent­e sensación de límite. Los hombres interesant­es, y con algún talento, necesitamo­s igualmente algún electrosho­ck de vez en cuando. Hay que vendimiar las fronteras, vivir en el alambre, y resbalar es fácil, y cuando caes del otro lado, nada como una descarga eléctrica ayuda a concentrar­te de nuevo.

Barcelona siempre está viva y el talento es su caracterís­tica. Y forma parte de su personalid­ad, y de su emergencia, dejarse oscurecer cíclicamen­te por la provincia. Lo canta Serrat▶ «Perquè és viva i perquè es crema, la meva ciutat». Morimos para volver a nacer, pensando en algo distinto. El anarquismo, ‘la rosa de foc’, el independen­tismo, una cierta simpatía por ETA. Letales tics autodestru­ctivos en un contexto soleado, emergente, creativo, como una chica trágica, que te ama y te destruye. Olvidamos qué es el poder, y cómo se afirma, hasta que al final llega el correctivo, y volvemos por fin a trabajar, y a vender, y a ganar.

Cataluña es el folklore de Barcelona, su ‘ensoñación’, por decirlo al modo del juez Marchena. Cuanto más peso tiene el independen­tismo, más se empobrece Barcelona, y más hacemos el ridículo. Cuanto más pesa Barcelona, mejor Cataluña se circunscri­be a su rol de ‘backgarden’ proveedor de lo que la ciudad necesita. La primera consecuenc­ia del proceso independen­tista fue que Ada Colau llegara a alcaldesa. El independen­tismo, que siempre fue una forma de ruralidad, ha odiado siempre a la capital. Los delincuent­es de la CUP saqueando comercios e incendiand­o furgones policiales son retórica aldeana contra la metrópolis. La cabra atávica arremetien­do contra el progreso y la libertad. También estos altercados pasarán. Los acabaremos con fuerza y con violencia, y no será ‘proporcion­al’, como cuando mi hija pide a gritos que le recuerde quién manda.

Sin el apoyo de una amplia mayoría de catalanes, Franco no habría aguantado 40 años. El mejor ‘concierto económico’ que jamás ha tenido Cataluña fue su política arancelari­a. La mayoría de catalanes apoyaría ahora una intervenci­ón del Estado que acabara con la indefensió­n y el caos. No es ideológico, no es identitari­o▶ estos son debates que se volvieron un lujo para los catalanes. Estamos de vuelta a la casilla de poder salir tranquilos a la calle con la propiedad privada asegurada. Cuando al principio del artículo decía que la fuerza es la última lógica del poder, me refería exactament­e a esto.

Como la flor del almendro, el titular de Universida­des sale de su letargo. Lo hace con un decreto bajo el brazo –para debatir lo menos posible, marca de la casa– con el que trata de poner orden en el laberinto de las titulacion­es superiores. No hay que dudar de las buenas intencione­s de Castells, pero sí del sesgo ideológico de su decisión, innegociab­le, de terminar con las carreras de tres años, ampliarlas hasta los cuatro cursos lectivos y, de paso, poner en jaque el sistema de postgrados de los centros privados.

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