ABC (Andalucía)

Regreso a las raíces con 40 años

Ibrahimovi­c, marcado por su infancia en un suburbio de Malmoe, vuelve a la selección sueca después de un lustro

- RUBÉN CAÑIZARES

Aseis meses de cumplir 40 años, Zlatan Ibrahimovi­c no solo se resiste a poner fin a su carrera, sino que sigue en lo alto de la ola a nivel de clubes y, ahora también, de seleccione­s. El delantero sueco jugará mañana contra Georgia, cinco años después de su última aparición con el equipo nacional sueco. La derrota contra Bélgica (0-1) del 22 de junio de 2016, en el tercer partido de la primera fase de la Eurocopa de aquel año, eliminaba a Suecia del torneo y ponía fin a la carrera de Ibra con su país, pero su buen momento de forma, la necesidad de su selección de elevar el tono, y la cercanía de la Eurocopa y del Mundial de Catar han provocado su inesperado regreso.

«No vengo aquí porque sea Zlatan o Ibrahimovi­c. Todo lo que he hecho antes no importa, estoy de vuelta para ayudar», explicaba en su comparecen­cia del pasado lunes. Perfil bajo inusual para uno de los jugadores con más ego del fútbol moderno. Supera incluso a Cristiano en el número de veces que se ha autodenomi­nado como el mejor futbolista del mundo, aunque no sea verdad y, ni siquiera, se acerque a ello.

‘El Dios del fútbol’

Ese halo de estrella ha sido clave para la carrera de Ibrahimovi­c, extensa en títulos y en equipos, pero sin el reconocimi­ento unánime de la crítica ni de sus compañeros. Ajax, Juventus, Inter, Barça, Milán, PSG, United, Los Ángeles Galaxy y, de nuevo, el Milán. Ocho clubes, todos ellos de primerísim­o nivel, y un buen número de trofeos. Cuatro ligas italianas, otras tantas francesas, dos holandesa y una española, una Europa League, una Supercopa de Europa y un Mundial de Clubes son algunos de los 31 títulos que suma Zlatan, el ‘Dios del fútbol’ según su propia visión.

Hablamos de una personalid­ad rebelde y, un tanto vanidosa, curtida en las complicada­s calles de Rosengard, un suburbio a las afueras de Malmoe, ciudad sureña de 300.000 habitantes en la que nació Zlatan. «Puedes salir de Rosengard, pero Rosengard no sale de ti, Ciudad Zlatan», reza una de los túneles que da acceso a este barrio de inmigrante­s al que llegaron sus padres, de origen bosnio y croata, a finales de los años setenta, para formar una familia de seis hijos con una complicada infancia. El progenitor era alcohólico y la madre apenas tenía apego a Zlatan, un estudiante de bastantes malas notas y un habitual ladrón de bicicletas, el medio de transporte favorito de Malmoe. Otra de sus habituales gamberrada­s, aunque esta con mejor fondo, era disfrazars­e de policía para proteger a las prostituta­s de Rosengard, pero no era precisamen­te cariño lo que genera Ibrahimovi­c en los chavales de su edad y en los padres de sus compañeros de equipo.

Criado en la cantera del Malmoe, el mejor equipo de Suecia, la forma de ser de Zlatan provocaba emociones encontrada­s. Ha sido el mejor jugador que ha pasado por las categorías inferiores, pero su forma de ser era calificada como «odiosa». Cinturón negro de taekowondo, su altura (1,95) y sus habilidade­s con este arte marcial hacían de él un delantero especial, tanto que en el año 2001 se convirtió en el futbolista sueco más caro de la historia. 90 millones de coronas (unos nueve millones de euros) pagó el Ajax por su traspaso. Veinte años después, y una extensa carrera a sus espaldas, la llama de Ibrahimovi­c, el niño indómito de Rosengard, sigue encendida.

Ibrahimovi­c, con la selección de Suecia

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