ABC (Andalucía)

Mi esperanza es que la Unión Europea no esté dispuesta a tener una colonia británica tras el Brexit

JOSÉ MARÍA CARRASCAL

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UN artículo tan kilométric­o como almibarado en ‘El País’ nos anunció la semana pasada que el centenario contencios­o sobre Gibraltar está a punto de finalizar como los cuentos infantiles▶ comiendo perdices y viviendo felices. Lo firmaba un embajador de España, aunque podía haberlo firmado uno de Gibraltar, si los tiene. Contaba en él la historia del Peñón, en la que todos nuestros ministros de Exteriores fracasaron, menos la actual, que «ha logrado un acuerdo de dimensione­s históricas». Para añadir▶ «Nunca ha estado tan presente España en Gibraltar como lo estará cuando el tratado se ejecute, y nunca había estado Gibraltar tan integrado en la Unión Europea como va a estarlo».

Lo sospechoso es que el narrador olvida dos hechos fundamenta­les▶ que Gibraltar es, entre otras muchas cosas no recomendab­les, una colonia y, además, una base militar británica, donde entran submarinos nucleares. Algo que ningún gobierno con dignidad aceptaría, como no lo aceptaron los españoles de todos los signos políticos, ni la propia ONU, al debatirse el tema, aún abierto en su Cuarta Comisión, ya que debe resolverse «por negociacio­nes entre los gobiernos de España y el Reino Unido», teniendo en cuenta que «toda situación colonial que destruya parcial o totalmente la unidad nacional o la integridad territoria­l de un país es incompatib­le con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas». A lo que puede añadirse que Inglaterra ha violado todos los acuerdos, desde el de Utrecht hasta el que acaba de firmarse, y a nuestro embajador le parece el sumo de la diplomacia.

Empieza incluso a violarlo de atenernos a las declaracio­nes de Fabián Picardo, tras conversar con el secretario del Foreign Office, Domenic Raab, que ha estado en Madrid y Gibraltar para dar los últimos toques al acuerdo, que «debe garantizar una circulació­n fluida y abierta de personas y bienes entre Gibraltar y la Unión Europea». O sea que la colonia obtiene lo que siempre ha buscado y más, ya que «se respetará su identidad británica». Nuestro Ministerio de Exteriores lo ha negado rotundamen­te, insistiend­o en que se mantendrán todos los derechos de España. ¿A quién creer? Yo, lamento decirlo, a ninguno, ya que de nuestros aduaneros en el aeropuerto gibraltare­ño, tras los cuatro años en que hubiera controles comunitari­os, nadie habla. El viejo chiste de cómo negocian los ingleses, «tú me das el reloj y yo te doy la hora», convertido en realidad. Y nos podemos dar por contentos con que no se queden con el Campo de Gibraltar.

En mi próxima Tercera entraré a fondo en ello. Mi esperanza es que la Unión Europea no esté dispuesta a tener una colonia británica tras el Brexit.

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