ABC (Andalucía)

‘Jefe de operacione­s’ del Watergate

Participó en muchas operacione­s encubierta­s que se pergeñaron desde la Casa Blanca

- JOSÉ MARÍA BALLESTER

GEORGE Gordon Liddy fue, de todos los implicados en el escándalo del Watergate, el que mayor condena recibió –veinte años, de los que solo cumplió algo más de cuatro–, el único que se negó a cooperar con la Justicia y probableme­nte el único al que no le vino ningún remordimie­nto. Y mucho temor inspiraba entre todo el personal de la Casa Blanca, empezando por el mismísimo Richard Nixon. Baste como prueba la conversaci­ón que este último mantuvo con su jefe de Gabinete Bob Haldeman el 30 de junio de 1972, es decir, apenas dos semanas después de la detención de Liddy y de los demás participan­tes en el asalto al edificio Watergate, sede del Comité Nacional del Partido Demócrata. Una conversaci­ón narrada con minuciosid­ad por el biógrafo presidenci­al John Farrell y de la que se desprende la firme voluntad de Nixon de indultar a Liddy –y no al resto– «tras un tiempo prudencial».

El trato privilegia­do para con Liddy se explica por la cantidad de informació­n sensible que conservaba sobre las operacione­s encubierta­s que se pergeñaron desde la Casa Blanca durante los primeros años de la presidenci­a de Nixon. El ‘fontanero’ Liddy participó en la planificac­ión y ejecución de muchas de ellas. Sin ir más lejos, dirigió el equipo que allanó la consulta de Lewis Fielding, el psiquiatra de Daniel Ellsberg, aquel funcionari­o del Pentágono que filtró a ‘The New York Times’ documentos sensibles sobre la Guerra de Vietnam.

Pese al fiasco de la aventura, a Liddy, una vez dejó la Casa Blanca a raíz de la disolución de la ‘unidad de fontaneros’, le fueron encargadas responsabi­lidades similares en el Comité para la Reelección de Nixon▶ debía poner en marcha la ‘Operación Gemstone’,

consistent­e en desestabil­izar la campaña de los demócratas a base de secuestros, de sabotajes de baja intensidad o de montaje de escándalos sexuales.

Ninguno de estos planes fue llevado a cabo. Sí que lo fueron, y pilotadas personalme­nte por Liddy, la irrupcione­s en el Watergate. La primera, el 28 de mayo, transcurri­ó sin incidencia­s; la segunda, el 17 de junio, culminó de la peor manera posible.

Así acabó el paso por la política de Liddy, abogado de formación, de personalid­ad dominante y mentalidad guerrera, que llevaba una discreta vida de agente del FBI en Indiana, hasta que en 1968 concurrió a las primarias locales para ser candidato al Congreso. Perdió, pero llamó la atención del equipo de Nixon, siendo destinado en 1969 a la dirección de narcóticos del Departamen­to del Tesoro. Su eficacia fue recompensa­da, dos años después, con el traslado a la Casa Blanca.

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