Vejez depende de la genética y del tipo de vida que llevemos
La LUIS DEL VAL
UNO de los métodos para calcular la edad de un ser humano es contar el tiempo transcurrido desde su fecha de nacimiento. Está admitido, y hasta puede parecer una obviedad recordarlo, pero si vas a contratar un seguro de vida –que, en realidad, es un reconocimiento de la muerte– la compañía no admite sólo la fecha de nacimiento y, según la cuantía contratada cuando llegue el fallecimiento, te somete a un reconocimiento médico, tanto más exhaustivo cuanto mayor sea la prima. Y es que la fecha de nacimiento nos da una idea aproximada de cómo está nuestro cuerpo o nuestra mente, pero no es el único factor, porque si fuera irrebatible todos moriríamos a la misma edad.
La vejez o el estado de nuestros órganos depende de la herencia genética, y del tipo de vida que hayamos desarrollado. Si tenemos la suerte de no heredar la tendencia a tener un oncogén y llevamos una vida sana –osea, aburrida– es probable que vivamos más que quien vive de una manera desordenada, donde un dry martini es recibido con mayor alegría que un zumo de naranja. Recuerdo a mi madre, cumplidos los cien años, quejarse de lo torpes y poco perspicaces que se mostraban sus compañeros de residencia, que eran veinte años más jóvenes que ella.
Bueno, pues a esta complejidad del cálculo de la vejez, ha venido a sumarse la aplicación de las vacunas, según la fecha de nacimiento. Si tienes 59 años, no te ponen una vacuna determinada, pero en cuanto cumples 60, al minuto siguiente, ya te pueden vacunar. Siempre había creído que el cumpleaños era una convención, pero los epidemiólogos parecen haber descubierto unas vacunas que, al entrar en tu cuerpo, se leen la fecha que hay en tu DNI, aunque no lleves la cartera.
Con objeto de intentar explicar este prodigio, aparece el epidemiólogo de guardia, y declara, con rostro severo, que los beneficios de la vacuna son superiores a sus riesgos. De acuerdo. Y los beneficios de la circulación por carretera son superiores a los riesgos y las muertes que produce. Y, desde luego, los beneficios de las fábricas de vacunas son superiores a las temporadas sin pandemias. Pero permítanme que, ante la falta de pruebas empíricas, dude del método.