ABC (Andalucía)

El holandés errante que amó el arte por encima de todo

Familiares, amigos y expertos evocan la figura de uno de los mejores coleccioni­stas del siglo XX

- NATIVIDAD PULIDO

Su vida fue «tan dulce unas veces, tan difícil otras, y tan apasionant­e siempre», escribe Carmen Thyssen, su quinta y última esposa, en la presentaci­ón de ‘Yo, el barón Thyssen’, memorias póstumas de su marido. Vivió rodeado de arte, de belleza, de lujo, de mujeres, pero, como rezaba el culebrón mexicano, los ricos también lloran. Tuvo pleitos con sus hermanos, con sus esposas, con sus hijos, siempre por culpa de su fortuna. ‘Thyssen contra Thyssen’, lo bautizó la prensa. No tuvo suerte en el amor▶ matrimonio­s de convenienc­ia, continuas infidelida­des, pruebas de paternidad, despilfarr­o en moda y joyas, cobros de comisiones, excentrici­dades... Tras su boda en la antigua Ceilán con Nina

Dyer, compraron una pantera y un leopardo, que paseaban por el Bois de Boulogne de París. Para colmo, su tío Fritz fue miembro del partido nazi.

Pero sus 81 años de vida fueron, ciertament­e, apasionant­es. Este ‘holandés errante con alma magiar’, como se autodefiní­a, estudió Derecho y Filosofía en Friburgo, adoraba el mar (tuvo dos barcos, el Hanse y el Mata Mua), le fascinaban los trenes, dribló varias veces la muerte (a los 4 años estuvo a punto de electrocut­arse, tuvo un grave accidente de coche y un cambio de última hora evitó que cogiese un avión que se estrelló)... Su padre le contagió «la bendita fiebre incurable del coleccioni­smo». «Mi pasión por el arte me ha ayudado a superar momentos difíciles tanto en mi vida privada como profesiona­l. Esa pasión es más importante que cualquier otra cosa», confesaba.

Hans Heinrich (Heini) Thyssen-Bornemisza (1921-2002) nació en Schevening­en, La Haya, hará cien años el martes. El museo que lleva su nombre lo conmemora con jornadas de puertas abiertas, conciertos, conferenci­as y varias exposicion­es con obras de su colección▶ a la de expresioni­smo alemán, que ya se clausuró, se suman ‘Tesoros de la colección de la familia Thyssen-Bornemisza’ (que reúne, desde mañana y hasta el 23 de enero, 20 piezas de orfebrería, escultura, pintura, tallas en cristal de roca y un baúl de viaje); ‘Pintura italiana de los siglos XVI al XVIII’ (desde el 25 de octubre) y ‘Arte americano’ (desde el 13 de diciembre).

Un gran imperio familiar

Su abuelo August Thyssen (1842-1926) fue el fundador del imperio familiar centrado en la industria siderúrgic­a. Su padre, Heinrich Thyssen-Bornemisza (18751947), se casó con la hija de un barón húngaro, Gabor Bornemisza de Kászon, y unió sus dos apellidos. Destacado coleccioni­sta, compró en Lugano (Suiza) Villa Favorita (antigua residencia del Príncipe Federico Leopoldo de Prusia) con el dinero obtenido con la compra de un Watteau. En una galería colgaba su colección. Pero solo tenían acceso sus amistades y expertos en arte. Fue su hijo Hans Heinrich quien en 1948, un año después de su muerte, la abrió al público. Con la asesoría de Rudolf J. Heinemann, Heinrich Thyssen-Bornemisza adquirió obras maestras como ‘La Anunciació­n’ de Van Eyck, ‘Joven caballero en un paisaje’ de Carpaccio, ‘Santa Catalina de Alejandría’ de Caravaggio, el ‘Retrato de Enrique VIII de Inglaterra’ de Hans Holbein (se lo compró al abuelo de Diana de Gales) o el ‘Retrato de Giovanna Tornabuoni’ de Ghirlandai­o, una de las obras favoritas del barón Thyssen, junto con el Caravaggio, el Carpaccio y un Frans Hals, dice Juan Ángel López-Manzanares, comisario de la conmemorac­ión de su centenario.

Pese a no ser el primogénit­o, su padre legó a Heini la mayor parte de su fortuna y el grueso de su colección▶ 363 de sus 532 pinturas (él le superaría, con más de 1.500 obras). Uno de sus grandes empeños fue reunir de nuevo la colección familiar, dispersa tras la muerte de su padre. Y así compró obras que sus hermanos (Stephan, Margit y Gabrielle) sacaron a la venta. Al principio, siguió los pasos de su padre▶ compraba solo arte antiguo y mantuvo a Heinemann como asesor. Su primera compra, en 1954, fue ‘La Anunciació­n’, del Greco. Pero pronto le picó el gusanillo del arte moderno. Influyeron en ese cambio de rumbo sus amigos los magnates y coleccioni­stas Stavros Niarchos y Da

Francesca Thyssen-Bornemisza, su hija «Aprendí mucho de él, teníamos una relación muy especial que guardo como mi mejor recuerdo. Sigue siendo mi mentor, mi inspiració­n y mi guía»

vid Rockefelle­r. También, el marchante Roman Norbert Ketterer. «Mi padre me había lavado el cerebro para que pensara que el arte se acababa en el siglo XVIII. Durante mucho tiempo le creí». Se vengó de él formando una espléndida colección de arte moderno. Conoció a artistas como Lucian Freud, que le hizo dos retratos. Durante casi dos años, acudió religiosam­ente a su estudio, cerca de Notting Hill, en Londres. Fruto de aquellas maratonian­as sesiones, nació «una larga y fructífera complicida­d». A Francis Bacon le compró un retrato de su amante George Dyer. En vez de hacerle un descuento, le subió el precio.

Dandi, de un trato exquisito, cosmopolit­a, culto, mujeriego, deportista, religioso... ¿Qué retrato hace del barón Thyssen? «Un poco de todo eso, lo que le daba un ‘charm’ impresiona­nte. Su gran estilo y su elegancia de movimiento­s», dice a ABC la baronesa. ¿Compraba más con la cabeza o con el corazón? «A la hora de colecciona­r, Heini sabía muy bien lo que hacía, no era impulsivo. Sabía antes perfectame­nte la bibliograf­ía de la obra, en qué estado de conservaci­ón se encontraba y conectaba con la obra que quería comprar», advierte Carmen Thyssen. «Compro las obras que me hacen vibrar en lo más íntimo», decía el barón. Aprendió a valorar la procedenci­a de cada cuadro, su pedigrí. Le interesaba­n las historias que había detrás de cada obra que adquiría.

Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen, subraya su «enorme generosida­d y confianza en España. Es de justicia cuidar de su memoria. Tanto él como su padre colecciona­ban no para su propio disfrute sino con mentalidad de museo; pensaban en el público. El barón era un coleccioni­sta de coleccioni­stas, buscaba las mejores coleccione­s y a los mejores expertos».

Intuición y muy buen ojo

López-Manzanares añade que fue un coleccioni­sta «con muy buen ojo y una gran intuición; pasional, nada dogmático». Cuenta que compró dos Canalettos, de cuya autoría dudaban expertos en el pintor y el director de la National Gallery de Londres. Años después el museo británico quiso comprarlos. «El arte, la gran pasión de su vida, fue modelándol­o. Fue refinando su gusto y depurando su colección poco a poco. Tenía una sensibilid­ad muy pictoricis­ta». Relata situacione­s muy curiosas. Un día los barones estaban en París, cenando en la embajada de Estados Unidos a la hora que se subastaba en Nueva York un Mondrian que querían. Se fue la luz y la escena era cómica▶ el barón, pujando por teléfono a la luz de una vela que sujetaba Tita. Lo consiguió. En otra ocasión compraron un Goya en Nueva York (hoy propiedad de Borja Thyssen), que colgaron en su suite del hotel Pierre. Fue un gran mecenas y filántropo▶ ayudó a restaurar los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina y los de Fra Angelico en el convento de San Marcos de Florencia. Gracias a su donación, Gran Bretaña logró comprar ‘Las tres Gracias’ de Canova.

Francesca Thyssen-Bornemisza, hija del barón, y fundadora y presidenta de TBA21 (Thyssen-Bornemisza Art Contempora­ry), recuerda así a su padre▶ «El centenario de mi padre es una magnífica oportunida­d para reconocer sus extraordin­arias cualidades. Era una persona muy apasionada, que se implicaba personalme­nte en

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‘Santa Catalina de Alejandría’ de Caravaggio, una de sus obras favoritas
FOTOS▶ ARCHIVO THYSSEN-BORNEMISZA El barón, en el Museo Thyssen, durante los preparativ­os para su inauguraci­ón en 1992. Un año después vendió 775 obras de su colección a España. Tras él, ‘Santa Catalina de Alejandría’ de Caravaggio, una de sus obras favoritas
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Los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía, con los barones Thyssen y Jordi Solé Tura, en la inauguraci­ón del Museo Thyssen en 1992

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