Protestas bajo la bandera mapuche
tarles sus tierras, que las entregaron porque fueron extorsionados o se aprovecharon de ellos y se retrotraen a esa época. Es la historia de nunca acabar porque ¿dónde pones el límite?», se pregunta Andrés Montero, descendiente de Teodoro Smith, fundador de Temuco, capital de la Araucanía.
Según el último censo de 2017, el 12,7 por ciento de la población se considera indígena. Hay quechuas, atacameños, diaguitas… pero los mapuches (o mapuche en su lengua) son mayoría. «Hace unos años –recuerda Montero– sólo el 4,5 se consideraba mapuche. Hoy, basta con tener un sexto apellido o aceptar la cosmología indígena para que se les reconozca y puedan reclamar territorios que consideran propios», los denominan ‘wallmapu’, que abarcan una basta zona del sur de Chile. El primer presidente de la democracia (1990), Patricio Aylwin, impulsó la ley indígena para compensar a estos pueblos. Fue el principio del proceso de entrega de tierras a modo de reparación pero la forma en que se implementó la ley es lo que muchos consideran hoy que facilitó el ‘terrorismo rural’.
«Hay más de 380 comunidades mapuches pacíficas que viven y proclaman progreso con dignidad», defienden las empresas forestales que, en general, reconocen que han sido marginadas y existe escaso orgullo nacional sobre su cultura, idioma, historia y raíces. Los que abrazan la violencia se agrupan, en colectivos como la Organización de Recuperación Territorial. Diferentes estimaciones calculan que no son más de doscientas personas. Los consideran ‘rasca’, grupos de medio pelo, pero que están perfectamente pertrechados. Siempre lo rechazaron pero se les vinculó con ETA y las FARC, la guerrilla que supuestamente les habría facilitado adiestramiento,
Una manifestante ondea una bandera mapuche en la plaza Italia de Santiago. Este estandarte de reciente creación tomó protagonismo en las manifestaciones y los actos vandálicos que siguieron al estallido social de octubre de 2019