Un enemigo íntimo de la nación española
La historiografía patria busca un relato neutro del corso dos siglos después de su muerte
Ningún título o apodo le quedó lo suficientemente grande en vida a Napoleón Bonaparte. Sus soldados lo llamaron ‘el pequeño cabo’; sus enemigos, el ‘tirano Bonaparte’, ‘el ogro de Ajaccio’, ‘el usurpador universal’ y hasta el anticristo; mientras que sus admiradores le ensalzaron como ‘el alma del mundo a caballo’ o el ‘hombre del siglo’. El corso, desde luego, no dejó indiferente a nadie. Ni siquiera en China. Una biografía suya fue escrita en el país asiático solo una década después de su muerte para saciar el gran interés que levantaba allí.
Cuando se cumplen dos siglos desde que Bonaparte exhaló su último aliento en la isla de Santa Elena, la figura del militar ya no despierta en Europa las pasiones de antaño. Ni fue un dios ni fue un monstruo, aunque sin duda cambió la historia. Napoleón fue responsable de un conflicto que causó millones de muertos, esparció parte de las ideas revolucionarias por el continente y dejó al Antiguo Régimen colgando de un hilo, si bien el cuerpo aún caminó solo por inercia varias décadas más.
España contra Bonaparte
Las naciones afectadas por las pisadas del ‘Gran Corso’ han ido exorcizando sus filias y sus fobias, a excepción de aquellas donde el trauma fue demasiado inolvidable. «Napoleón llevó a Europa pateando y gritando hacia la era moderna. Los principios asociados a la Revolución arraigaron en la mentalidad reformista y liberal, los cimientos tradicionales de las monarquías se vieron sacudidos y una burocracia moderna, centralizada y eficiente fue heredada o imitada por muchos estados. En cuanto a España, me temo que probablemente no hubo mucho de lo que pre