ABC (Andalucía)

Fuisteis legión y nunca os condecorar­on. Ahora, héroes de guerra sin laureles, os laméis las heridas de la batalla solas

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Esta carta te debió llegar ayer con el correo ordinario de los buenos días y el despacho urgente de las noticias fundamenta­les▶ has pasado bien la noche y te enfrentas a otra mañana, preparada para esa bendita monotonía de dar el paseo y hacer pequeñas compras en el barrio. Bendita porque puedes cumplirla cada día, a pesar del dolor en la rodilla, la espalda… y el alma. En estos tiempos hasta salir se ha convertido en un privilegio. No olvides el bastón y la mascarilla… y el sol, el aire, y mayo… las pequeñas historias de la gente y el precio de las acedías… respira y almacena sensacione­s para degustarla­s después de la siesta, en la tarde de lectura, antes de que empiece a sonar el teléfono con el ritual de los guardianes de tu soledad▶ ¿Cómo estás?

Los brillos de tu casa siguen reflejándo­se en el dorado de las viejas piezas de metal que siempre te gustaron, aunque la artrosis haga de frotar toda una hazaña. Todo está en orden, como siempre lo estuvo. Cuando había aunque no hubiera; cuando se podía aunque no se pudiera; cuando te plantabas ante la adversidad y le rugías como una leona para que no amenazara la felicidad que necesita la infancia que pariste por tres veces. Todo está limpio y ordenado, como te ha gustado siempre, celosa de tu profesión nunca reconocida como tal. ‘Ama de casa’, decías con el orgullo de la humildad de las mejores. Y fiel cuidadora. Fuisteis legión y nunca os condecorar­on. Ahora, héroes de guerra sin laureles, os laméis las heridas de la batalla solas. Fuertes, como siempre, pero solas. Mira si han pasado gobiernos y ninguno os dio el lugar merecido. Hasta el feminismo fariseo ha lapidado vuestra gesta. Nunca, mi guerrera, te llegará esa jubilación por haber sido capitana de nuestro barco en la flota de los niños felices que conquistar­on el futuro.

Ahora, que la tele es una mascota de uñas afiladas y el tiempo te reta ante las fotos, con el blanco de tu memoria y el negro de tus ausencias, goza de la tranquilid­ad ganada a pulso. Esta noche, después del trabajo, volveré cansado a llamar a tu puerta y a decirte que mañana hablaremos de esas cosas que te perecen importante­s, como la política, aunque sepa que mañana siempre será demasiado tarde. Ayer fue una flor, mañana será un beso, pero este artículo no lo recortes como acostumbra­s, decidida a encuaderna­rlo para la posteridad. Este no, porque este es tuyo. Tuyo para siempre.

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