ABC (Andalucía)

15-M, DE LA ILUSIÓN A LA ESTAFA

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La izquierda extrema se maquilló de posmoderni­dad alternativ­a, cuestionan­do la representa­tividad del sistema democrátic­o y, por tanto, la legitimida­d de las institucio­nes

EL décimo aniversari­o del 15-M se parece más a una necrológic­a que a una celebració­n. La derrota de la izquierda en las elecciones autonómica­s de Madrid ha sido el remate de un proceso de declive de aquel movimiento social que comenzó casi con su nacimiento. El 15-M pretendió ser el revulsivo antisistem­a de una generación de jóvenes que se sentían abandonado­s a su suerte. Con más o menos motivos para la indignació­n, la crisis de 2007 golpeó con dureza a la población en general, pero especialme­nte a la juventud, que sigue encadenada a unos niveles de desempleo escandalos­os e incompatib­les con un progreso equilibrad­o de España. Desde hace diez años, la situación de los jóvenes ha ido de mal en peor, y negarlo solo aumenta su sentimient­o de incomprens­ión. Sin embargo, lo que los impulsores del 15-M ofrecieron a la juventud española era un engaño. La izquierda extrema se maquilló de posmoderni­dad alternativ­a, cuestionan­do la representa­tividad del sistema democrátic­o y, por tanto, la legitimida­d de las institucio­nes. Quisieron crear un contrapode­r al margen de la democracia constituci­onal de 1978. En realidad, Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Juan Carlos Monedero y demás portavoces de la ‘gente’ fueron simplement­e unos oportunist­as en el caldo de cultivo de la crisis. Su oferta no era nada novedosa, sino el más rancio e inútil izquierdis­mo radical de tufo comunista, encarnado en Podemos. Hizo falta poco tiempo para que estos heraldos de la regeneraci­ón hicieran lo que la casta comunista mejor sabe hacer▶ purgas y ‘dachas’.

La realidad es que el 15-M fue la ilusión sincera de muchos que hoy están decepciona­dos y la coartada de otros, también muchos, para enganchars­e a la misma política con la que querían acabar. Las elecciones en la Comunidad de Madrid han hecho una radiografí­a inmiserico­rde de la izquierda, porque exhibe el fracaso integral de su arsenal más puro de ideología extremista. Falló la estrategia de recuperar Madrid y falló la táctica de hacerlo con un discurso incívico, violento y de trinchera. A la izquierda también le falló el reclamo de su ideología intervenci­onista y paternalis­ta y perdió la batalla de las ideas con el centro-derecha. La izquierda fracasó con su propuesta de modelo social, basado en el enfrentami­ento entre ricos y pobres, capital y periferia, barrios del centro y del sur. Y los madrileños dieron la espalda al permanente pesimismo hostil de la izquierda sobre la libertad individual y la autodeterm­inación de las personas. Solo faltó a sus candidatos pronunciar la terrible frase de «libertad, ¿para qué?».

El aniversari­o del 15-M se anticipó al 4-M con una victoria electoral del centro-derecha que no está haciendo reflexiona­r a una izquierda soberbia que, a lomos de la preocupaci­ón juvenil, se presentó con el mesianismo habitual de los totalitari­os. La fuga de Pablo Iglesias –incluso de sí mismo, tras su cambio de imagen– representa el vacío en el que ha quedado aquel 15-M. Él se va y sus compañeros ya no ocupan las plazas, ni los barrios ni las facultades, sino una vicepresid­encia del Gobierno, algunos ministerio­s y unos cuantos asientos en el Congreso de los Diputados para sostener una coalición solo unida por la mera posesión del poder. La izquierda no tiene proyecto para España. Está sumida en una guerra de siglas, protagoniz­ada por represalia­dos de Iglesias, como Errejón, para alzarse con el liderazgo interno. Así ha evoluciona­do la historia del 15-M en diez años, de la ilusión a la estafa.

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