ABC (Andalucía)

De Lenin a Putin

- POR JOSÉ MARÍA CARRASCAL José María Carrascal es periodista

«Pocas cosas necesita hoy menos Putin que ver aumentado el potencial militar de la Alianza Atlántica. Como es usual en él, ha lanzado las amenazas de rigor, pero sin citar ya el riesgo nuclear. Una guerra en dos frentes podría acabar con su país y con él, antes de que se diera cuenta. Claro que es arriesgado dejar sin salida a alguien que tomó como modelos a los zares, a Lenin y Stalin. Aunque ninguno de ellos se atrevió a enfrentars­e al mundo entero»

SORPRENDE que en los numerosos análisis que se están haciendo de Vladímir Putin, la inmensa mayoría buscan su referencia con los zares, en vez de coincidenc­ias con sus inmediatos antecesore­s, Lenin y Stalin especialme­nte. Lo atribuyo a que, siendo la mayoría de los kremlinólo­gos ‘progresist­as’, siempre han tenido dificultad­es en explicar cómo la izquierda de la izquierda, quiero decir el comunismo, mostró tal recelo ante la libertad y tal aprecio a las purgas, los procesos de disidentes y los campos de concentrac­ión que floreciero­n tras la Gran Revolución de 1917. Les resulta menos penoso atribuir tales rasgos antidemocr­áticos a restos de la etapa zarista que habría que eliminar más adelante, pero ha pasado más de un siglo y Rusia sigue siendo una dictadura donde apenas se respetan los Derechos Humanos más elementale­s.

Hay, por otra parte, un factor que viene a avalarlo: Lenin, padre de tal revolución, junto a otros, especialme­nte Trotski, era un marxista teórico. Pero en la práctica violó uno de los pilares del marxismo: que la revolución comunista o proletaria tenía que seguir a la burguesa para lograr sus objetivos. El capitalism­o tenía que ser víctima de sus contradicc­iones internas, para que el comunismo pudiese crear una nuevo orden, una nueva sociedad e incluso un nuevo hombre. Pero resultaba que la Rusia de 1917, donde habían triunfado los marineros amotinados del acorazado Potemkin y los obreros más pobres, no es que no hubiera tenido una revolución burguesa, es que ni quiera había tenido Renacimien­to propiament­e dicho, excepto en los círculos más altos de la sociedad, mientras el resto de la misma vivía en plena Edad Media, con siervos que se contaban como ‘almas’ en las grandes propiedade­s. No crean que no se dieron cuenta de ello Lenin y Trotski, así como de otra contradicc­ión: Marx no había aceptado un ‘comunismo en un Estado’, sino general, una especie de estallido de campesinos y trabajador­es contra el Estado capitalist­a, heredero del feudalismo. Se discutió acalorada y largamente sobre ello, con los mencheviqu­es defendiend­o que se admitiera una especie de socialdemo­cracia para legitimar el comunismo que vendría luego. Pero los bolcheviqu­es querían la revolución proletaria ya, derrotaron al gobierno de Kerenski, al que sustituyó el de los ‘soviets’ o consejos populares.

Sobre sus últimos años de Lenin, jalonados por apoplejías que llegaron a impedirle incluso el habla, he leído versiones distintas, presentánd­ole algunas de ellas como un luchador frente a Stalin, que acaparaba cada vez más poder hasta convertirs­e en el dueño de la URSS. A aquellas alturas, Trotski, que había capitanead­o con éxito la lucha contra los ‘rusos blancos’, se había exilado en México, donde le alcanzó el largo brazo de los agentes secretos de Stalin y Lenin llevaba años convertido en momia faraónica en su mausoleo al pie del Kremlin.

No hay la menor duda de que el modelo que ha tomado Putin para restablece­r la grandeza de su país es el de Stalin: su política se basa en tres principios. El primero, Rusia debe de ser una gran potencia militar para defenderse de cuantos desean apoderarse de sus riquezas, como demuestran las invasiones napoleónic­as y hitleriana­s. Luego: allí donde vivan rusos es parte de Rusia, aunque estén en otro estado. Por último: los territorio­s independiz­ados tras el derribo del Muro de Berlín y retiradas en Asia deben ser recuperado­s total y rápidament­e para crear un cinturón de seguridad en torno a Rusia que impida el contagio no sólo de costumbres, sino también de ideas que pueden ser dañinas para nuestro país y nuestro pueblo.

Las primeras muestras de tan expansiva política tuvieron como objetivo Crimea, que en una operación relámpago fue ocupada por tropas rusas en 2014, sin apenas resistenci­a, algo que debió animar a Putin a lanzar el pasado 24 de febrero un ataque en toda la regla contra la región de Donbass, colindante con Rusia y con abundante población rusa. Pero el objetivo era la capital, Kiev, ya cerca de la frontera polaca, hacia la que se dirigió una caravana de tanques que se alargaba más de 60 kilómetros. Seguro que pensaban que iba a ser un paseo triunfal para poner allí un gobierno títere. Pero aún no la han tomado, es más, parecen haber decidido no hacerlo, ya que buena parte de esos tanques se han convertido en chatarra bajo el fuego de los bazucas o lanzagrana­das de precisión que Estados Unidos y otros países, España entre ellos, han suministra­do y siguen suministra­ndo a las tropas ucranianas. La lucha se ha desplazado hacia el Este y el Sur, con la clara intención de tomar el puerto de Odesa, cerrando a Ucrania el acceso al mar, lo que dañaría gravemente su economía, las exportacio­nes agrícolas sobre todo, ya que se le ha llamado ‘el granero de Europa’ que algunos extienden al mundo.

Pero a punto de pasar los tres meses de la invasión, los rusos no han tomado Kiev e incluso han tenido que abandonar Járkov, la segunda ciudad del país, más los pueblos que la rodean, dejando detrás un cementerio de cadáveres y un panorama de ruinas. Su única victoria ha sido la toma de la acería de Mariúpol, en cuyos sótanos se atrincheró el batallón Azov, compuesto por voluntario­s ultranacio­nalistas, o neonazis según Moscú, más varios cientos de civiles. Han resistido todo este tiempo, con varias salidas autorizada­s de civiles, hasta que, faltos de agua, alimentos medicinas y munición, se han rendido, según los rusos, o «tras haber cumplido con su deber», según el comandante que le mandaba. Si van a ser canjeados por prisionero­s rusos, como ofrece el alto mando ucraniano no lo sabemos o serán juzgados como rebeldes o criminales de guerra está por ver. Hay también que contar con la aceptación de Ucrania, que ya ha dicho que no cederá ni un milímetro de su territorio. A lo que se une la advertenci­a a Rusia del selecto club del G-7, que no reconocerá la ocupación de ningún territorio vecino, manteniend­o y ampliando las sanciones mientras no los devuelvan.

La gran incógnita hoy es si Putin, al que falló su primera ofensiva y apenas avanza la segunda, se contentará con recortar a Ucrania una rebanada al este y sur de su territorio o decide continuar su propósito de merendarse todo el país, A lo que podrían seguir países, como los bálticos, suyos un día, que se preparan para ello, con refuerzos de la OTAN, a la que pertenecen. La invasión de Ucrania está costando a Rusia buena parte de su arsenal militar, numerosas bajas y desprestig­io mundial, junto a algo más importante: dos democracia­s nórdicas, la finlandesa y la sueca, han solicitado su ingreso en la Alianza con carácter urgente, visto cómo está la situación por allá arriba. Pocas cosas necesita hoy menos Putin que ver aumentado el potencial militar de la OTAN. Como es usual en él, ha lanzado las amenazas de rigor, pero sin citar ya el riesgo nuclear. Una guerra en dos frentes podría acabar con su país y con él antes de que se diera cuenta. Claro que es arriesgado dejar sin salida a alguien que tomó como modelos a los zares, a Lenin y Stalin. Aunque ninguno de ellos se atrevió a enfrentars­e al mundo entero.

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