ABC (Andalucía)

El retorno del Rey

Si Juan Carlos conserva parte de su instinto político sabrá que debe evitar que su vuelta se convierta en un circo

- IGNACIO CAMACHO

CUANDO se intenta resolver un problema mediante un error lo que suele ocurrir es que el problema no sólo no se arregla sino que la solución incorrecta lo agrava con dificultad­es nuevas. En ese sentido la marcha a Emiratos de Juan Carlos I, forzada por el Gobierno y aceptada por la Zarzuela, fue una doble equivocaci­ón porque por un lado aplicó al anterior Monarca una condena de destierro sin que mediase sentencia, y por el otro dejó sin concretar las condicione­s, el momento y el modo de su vuelta. Ahora, concluida sin cargos la exhaustiva pesquisa fiscal que ha permanecid­o dos años abierta, toca hacer frente a las consecuenc­ias de un retorno tan justo y lógico como rodeado de inevitable polémica. Y sólo cabe afrontar ese delicado trámite de una manera.

Esa manera consiste en pasar cuanto antes el trago, aguantar mal que bien los insultos de la ‘podemia’ –© Arcadi Espada– y el jaleo mediático y dejar que la situación se acabe normalizan­do en una rutina de sucesivos viajes privados esporádico­s. Para ello resulta fundamenta­l la colaboraci­ón del interesado con una actitud discreta, de perfil bajo, que evite cualquier circunstan­cia susceptibl­e de provocar escándalo y tenga en cuenta que en este asunto, como en todos los demás, el sanchismo es poco fiable como aliado. A este respecto convendría que contase con la ayuda de ciertos sedicentes monárquico­s para quienes las lealtades –o simples simpatías– personales parecen primar sobre los intereses del Estado. El Rey de España se llama hoy Felipe VI, y no es él quien ha puesto a la institució­n en aprietos por olvidar algunas elementale­s reglas de comportami­ento. Muy al contrario, está empeñado en el esfuerzo de reasentar la Corona sobre un paradigma ético cuya visible quiebra le obligó a ceñirla antes de tiempo. Y no es fácil porque encuentra escasa colaboraci­ón fuera… y dentro.

A partir de aquella mala decisión de inicio, la del falso exilio, todo lo que rodea la vida actual de Juan Carlos deriva de una u otra forma, con o sin motivo, en conflicto. Si conserva siquiera una parte de su contrastad­o instinto político, el mal llamado emérito habrá entendido las razones esenciales que desaconsej­an todo exceso de protagonis­mo. A saber, 1: que los ataques republican­os no van dirigidos contra él sino contra la monarquía parlamenta­ria personific­ada por su hijo. 2: que sólo la excepción constituci­onal, la inviolabil­idad, lo ha exonerado de la posible comisión de uno o varios delitos. 3: que aunque tenga derecho a volver cuando quiera ya es muy complicado que recupere el respeto y el prestigio público que por desgracia ha perdido. Y 4: que aún puede, sin embargo, rendir a España un penúltimo servicio si no compromete a la Corona en más líos. En resumen, que después de todo lo que ha sucedido está en el deber moral de no contribuir a que su retorno se convierta en un circo.

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