La primera vez de Norman Foster
No era un cartel de figuras, pero un primer espada debutaba en Las Ventas. De marfil lo hizo, con corbatín de lunares. El dandi de la arquitectura, Norman Foster, se estrenaba en San Isidro. Y lo hizo acompañado de
José María Michavila, un aficionado de manoletinas a montera. En inglés explicaba a Sir Norman Foster, cosecha de 1935, cada tercio. Y el premio Pritzker, recién llegado de Turquía y a punto de coger un vuelo a Nueva York, no perdía detalle, aplicando en su primera tarde las virtudes de todo buen aficionado: ver, oír y callar, los cánones de Sánchez de
Neira. Su mente privilegiada y esa sensibilidad artística pronto adivinaron el misterio del toreo: aplaudía lo bueno y silenciaba lo regular. «¿Cómo es posible que aprenda tan rápido?», decían en las cercanías. Al también galardonado con el Príncipe de Asturias de las Artes le gustaron las dos series más auténticas de Cortés. Y observó que, como en la arquitectura, eran importantes la distancia y los terrenos para que el dibujo saliera. El influyente diseñador del mundo asintió en un puyazo de Palomares mientras Antonio Muñoz hablaba de la dificultad de la suerte de varas: «Yo me he subido al caballo en tentaderos y qué difícil es picar bien». Le impresionó la embestida de Huracán y valoró la entrega de Colombo.
Preguntó por qué lo pitaban: «No le ha cogido el ritmo y el toro no tuvo suerte», comentaron en la fila de atrás. Acabó el de San Cristóbal «atropellando la razón», pero su filosofía es esta: «Si los venezolanos se juegan la vida en las calles, yo lo hago en los ruedos». Desde su llegada a la Marcial Lalanda sueña con ser un nuevo libertador: «Me toca tirar de amor propio, ser guerrero como
Simón Bolívar y morder cada día».
Entre toro y toro, Michavila preguntó al autor de la ampliación del Prado –«ojalá un figurón así para la reforma del coso», señaló un profesional– si le gustaba la Monumental BIC: «’Yes, yes’, grandiosa, neomudéjar, me ha fascinado». ¿Se atrevería con una plaza de toros? «No debería tener esa osadía», dijo con la naturalidad de los grandes. A lo Antonio Bienvenida. Su nieto Gonzalo le narraba el sexto Pedraza cuando el grito del sol estalló: «¡Vaya corrida nos habéis colado!». A su abuelo, que regaló un vestido a los héroes del Apolo XI junto a Camino y
El Viti –¡menuda terna!–, no se le hubiese escapado el brindis a Foster. Qué vamos a pedir en un tiempo en el que hasta Madrid olvida el centenario del torero de la eterna sonrisa...