ABC (Andalucía)

El padre del derecho de familia en España

Luis Zarraluqui Sánchez-Eznarriaga Heredó y agrandó el despacho Luis Zarraluqui que recibió de su padre, Luis Zarraluqui Villalba. Nació con aquella virtud que tanto nos repetía a los que trabajamos con él: pensaba en derecho

- LUIS ZARRALUQUI NAVARRO

Desde que murió mi padre, el pasado viernes 29 de abril, he leído infinidad de noticias, artículos, elogios… que toda mi familia agradecemo­s. Sin embargo, como ocurre tantas veces, no todo lo que ha aparecido era lo más relevante en su vida, ni siquiera en la profesiona­l.

Con estas líneas no pretendo insistir en que mi padre fue el auténtico padre del derecho de familia en España, y en que heredó y agrandó el despacho Luis Zarraluqui que recibió de su padre, Luis Zarraluqui Villalba. Además de la innegable influencia de su padre para ejercer la profesión –un abogado primera cuota– nació con aquella virtud que tanto nos repetía a todos los que trabajamos con él: pensaba en derecho.

El derecho de familia, como concepto, no estaba ni siquiera en la mente de los más avanzados. Hasta la ley del divorcio de 1981 se puede decir que era un abogado generalist­a. Fue asesor de bancos, inmobiliar­ias, compañías de aeronavega­ción, electrónic­as... y desde luego de personas, muchas personas. Gracias a su trabajo y a su dedicación, conocía gente... hasta en el infierno. Y a muchos les salvó, precisamen­te, de ese infierno. El capítulo de las nulidades eclesiásti­cas –nacionales e internacio­nales– merecería un espacio aparte; como se suele decir, la realidad superó con mucho la ficción. Para los que le hemos conocido bien, mi padre destacó por ser una persona tremendame­nte atractiva. Todos los que le conocieron, aunque fuera brevemente, querían pasar tiempo con él; se disputaban su compañía y su tiempo. Don Luis escuchaba, asesoraba y también regañaba.

Mi padre fue un privilegia­do porque estuvo dotado de una inteligenc­ia excepciona­l: todo le interesaba. Combinaba su afición por el estudio individual con un carácter que le llevaba a disfrutar de la vida; le gustaba el fútbol, los toros, el vino, y un largo etcétera. Tenía infinidad de amigos; en todos los mundos; desde el cine y el teatro, hasta la música, el periodismo y la política. Su mundo interior estaba regido por la lectura de cada uno de los libros que abarrotaba­n su biblioteca y que habían desbordado despachos, salones, dormitorio­s...

Don Luis –como cariñosame­nte nos referíamos a él todos– tenía esa autoridad innata propia de aquellos que no necesitan levantar la voz para que todos le escucharan. Su silencio nos deja un enorme vacío. Y lo deja a la profesión de abogados de familia que siempre lo ha tenido como referente y maestro.

Hasta siempre, don Luis.

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