ABC (Andalucía)

∑El exciclista repasa sus orígenes de estrechece­s en Segovia, sus andanzas en el Tour, su posición de ídolo en los 80 y su gestión del éxito

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tres días lo echaban porque estaba montando bronca todo el día con los derechos laborales. Compró un camión y le fue fatal, pero muy mal. Estaba más parado que trabajando, luego se hizo conductor de los buses urbanos de Segovia, más tarde conductor en una empresa de fontanería...

—¿Cómo afectó eso a su niñez?

—Pasamos muchas estrechece­s, pero ni me enteré de que en casa habíamos pasado hambre. Mis hermanos y yo no éramos consciente­s de esa pobreza. Siempre había un menú sencillo, todos los días lo mismo: martes y sábados, cocido; miércoles lentejas; y los lunes, un arroz con congrio incomestib­le. Por eso no me atreví muchos años a comer paella. Y todas las noches, huevos fritos de cena. Iba con mi madre al mercado los sábados y siempre compraba lo más barato. Cuando me quiso fichar Ramón Moliner, quedamos en Cándido y yo no sabía lo que era Cándido. Le pregunté a mi padre, ¿y allí quién va a comer?

—¿Vivía en Segovia, justo al lado del acueducto, y no sabía lo que era el restaurant­e Cándido?

—Pues así es. Hasta que no fui ciclista, pensaba que todo el mundo comía en su casa. Y que, si por casualidad ibas a un restaurant­e, era porque no vivías en esa ciudad. En mi barrio todo el mundo comía en su casa de lunes a domingo, no solo nosotros, era lo que veía.

—¿Fue o se hizo rebelde?

—No sabría decir. Mi carácter siempre fue combativo. Yo jugaba en la calle, en el barrio Pío XII que era todo de tierra y ahora está precioso de césped, y me peleaba con chicos que eran dos veces más grandes que yo. Prefería morir en las peleas que darme por rendido. Me pegaba a puñetazos con ocho años y mis amigos me recuerdan siempre rabioso, sin ceder. Traducido al ciclismo, tal vez me valió para ser tan exigente.

—Las generacion­es menores de cuarenta y treinta años no saben que usted era el Nadal de la época…

—Es así. Estaba el fútbol y luego yo. En 1983 TVE empezó a dar la Vuelta a España en directo. Fuimos al Tour, con Arroyo y conmigo, y la última semana se dio en directo. Solo había dos canales y la segunda cadena solo estaba un rato porque había la carta de ajuste. Cuando ponías la tele, todo el mundo me veía por la primera cadena. En España nos sentíamos ciudadanos de segunda, por la dictadura, por la pobreza, por los complejos que sentíamos ante Francia. La televisión francesa solo mostraba a los franceses, no a nosotros. A Lale Cubino casi no lo muestran cuando ganó en Luz Ardiden. Con el éxito que tuvimos hubo una reivindica­ción social de orgullo.

—A usted le pasaba de todo, se caía, llegaba tarde, lesiones, desgracias personales. Y ganaba de vez en cuando.

—Creo que había un sentimient­o hacia mí como de pobrecito este chaval, lo que lucha y al final lo ha logrado. En el 84 me rompí la clavícula, en el 85 gané en la niebla sin que se me viera en Luz Ardiden, en el 86 la muerte de mi madre, en el 88 el Tour con la incertidum­bre del probenecid…

—¿Qué recuerda de su madre?

—Todo lo bueno, el amor incondicio­nal, la entrega, la bondad. Lo que no vi cuando era más joven. Quise homenajear­la cuando murió, en aquella etapa del Tour en Alpe d’Huez, pero luego me vine abajo. Se había muerto mi madre. Me retiré porque no podía soportarlo.

—Para mucha gente, usted fue más ídolo que Induráin cuando el ciclismo era el segundo deporte en España.

—Sí, Miguel te aportaba el orgullo, somos los mejores del mundo. Yo era más la telenovela, siempre había un affaire, algo distinto, si el protagonis­ta se casaba o no, si se iba con otra persona, ja, ja, ja.

—Pero ese desastre vital lo alimentaba usted. ¿O no?

—Que no, que no. A mí me pasan cosas muy raras, también fuera del ciclismo. Me siguen pasando, son las pericadas

❝ Carácter

«Yo soy muy rebelde. Supongo que por mi padre. Lo echaban de todos los trabajos por montar bronca»

Carencias

«Siempre había el mismo menú semanal en mi casa: lentejas, cocido y un arroz con congrio incomestib­le»

que dicen siempre mis amigos.

—¿Por ejemplo?

—Recuerdo en Kingston, Jamaica, una de las ciudades más peligrosas en las que he estado. Alquilamos un coche, fuimos a arreglar un tema a la embajada, a 150 kilómetros, echamos gasolina, el hombre nos timó diez dólares porque nos cobró de más y yo me hice el tonto para no liarla, pero es que se equivocó y nos puso diésel. A los 10 kilómetros el coche empieza a pegar explosione­s, nos quedamos en mitad de la selva y sale un señor de una casa, nos recomienda que nos vayamos en un autobús a la ciudad más próxima y que acudamos a la policía porque estábamos tirados. Y nos dice que no se nos ocurra coger un taxi porque nos iban a robar a nosotros, dos blanquitos. No sé cómo conseguimo­s llegar a la policía en autobús y casi sin hablar inglés. Salimos de aquella porque soy un tipo con suerte. Estoy convencido.

—¿Por qué lo llaman Perico?

—Eso fue cosa de José María García, nuestro amigo, entre comillas. Me puso ese mote en el 85 antes de la batalla campal que viví con él. Me machacó sin compasión, se metió con mi familia y me colocó ese mote, que después del tiempo no me ha perjudicad­o, sino todo lo contrario. Pero a muchos de

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