ABC (Andalucía)

Roca Rey culmina su conquista ibérica por la Puerta del Príncipe

Sacó todo su arsenal heterodoxo contra el viento, los toros y sus detractore­s, que siguen siendo muchos

- JESÚS BAYORT SEVILLA

Se estrujaban en un abrazo en el centro del ruedo. En medio de un manicomio blanco. Viruta lloraba, Roca estaba ausente. Sevilla le acababa de entregar su principado, el último bastión de la resistenci­a ibérica que le quedaba por conquistar. Más de una década batallando junto a ese fiel escudero que hoy se emocionaba de ver al niño Andy convertirs­e en ídolo del gran templo del toreo. Y Sevilla se rendía ante él, capaz de imponerse al viento, a los toros, a los detractore­s, que en esta plaza son muchos y variados. También derrotaba a su espada, tantas veces en su contra cuando creía acariciar este mismo triunfo.

Sonaba la música y los tendidos ya estaban en pie cuando el peruano todavía no le había cogido la muleta a Halcón, al que Antonio Chacón lo asó en banderilla­s. Segundos antes se había hecho el silencio, con el niño de ‘El Pela’ sosteniend­o los palos desde los medios. Se distraía el entrepelad­o de Cuvillo, aguantaba el de Camas, que cuando lo sintió en su jurisdicci­ón se asomó por derecho al balcón, sin exageracio­nes, sin volapiés, para poner a toda la plaza en pie. Crujía la Maestranza por la torería de camero, que protagoniz­aba el primer runrún de la tarde. El segundo llegaría ocho minutos después, cuando el matador fue en busca de Larita por la espada.

Nadie había tenido tiempo de tomar asiento cuando el peruano aprovechó el impacto de Chacón para clavarse de rodillas sobre la primera raya del tercio. Lo pasaba por delante, por detrás. Espeluznan­te fue el segundo cambiado. Halcón le bordaba el dorso de la chaquetill­a al despacito ritmo que traía su querencia hacia las tablas. Y se ponía en pie Roca, como seguían estando los tendidos, con una música que prácticame­nte no había dejado de sonar. La faena fue un compendio de aciertos, en los terrenos, en los tiempos, en el pulso a un animal que no terminaba de derrochar la clase, embistiend­o con sutiles saltitos. Hasta que en la segunda tanda trató de desmayarse y el gañafón le llegó a la hombrera. Y trataba de buscarle las vueltas con la izquierda, con la muleta a ras de suelo, hundido sobre el sanctasanc­tórum del toreo. Hasta que visualizó en su cabeza el momento de pasar de lo ortodoxo a lo heterodoxo, en una sucesión de pases por la diestra, muy cortos de trazo, muy intensos. La ruleta peruana entregaba a unos desinhibid­os tendidos. A todos: a sus partidario­s, que venían a gustito, y a los que no se declaran precisamen­te de él, que también claudicaro­n. Como claudicó Halcón cuando le enterró el gavilán detrás del morrillo.

Una hora antes de aquel delirio ya había mostrado sus credencial­es, espoleando a los ‘birlongos’ Urdiales y Manzanares, que no habían pasado en sus primeros del gesto desasosega­do y los lagañazos, respectiva­mente. A Roca Rey no parecía molestarle el viento, aunque le soplase igual que a los maestros que le precedían. En lugar de cambiar su semblante o partirle el cuello al toro se fue a los medios, a quitar por chicuelina­s a Dudosito, al que Manzanares nunca le encontró el pulso. Para después aplomarse con Asustado, el tercero de la tarde, el primero de su lote, que le pasó cuatro o cinco veces por las espinillas. ¿Fue provocado? Parecía que sí, con la franela retrasada, para que no le molestase la brisa, para que el público viera por dónde es capaz de pasárselos.

Le consentía Roca al simplón tercero, que parecía taparse por su largura (de caja y de pitón). Y el público empezaba a sugestiona­rse con su capacidad, después de que ninguno de los maestros se hubiera puesto una sola vez con sus toros. Y le seguían midiendo, con hostilidad. Como cuando trató de meterse al toro en su terreno y le pitaron. Renunció y tomó la espada, con la misma verdad que había toreado. Oreja, la primera de las tres. ¿Fue una exageració­n la Puerta del Príncipe? Es posible, como también parecía imposible que nadie salvase esta tarde del desastre.

Urdiales y Manzanares están como para pensárselo... El agónico final de Rescoldito, el quinto, que tuvo buen embroque, era el reflejo del declive abismal del alicantino. Las probaturas del riojano con Lanudo, el jabonero sucio primero, también evidenciab­an el preocupant­e momento que atraviesa.

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// ARJONA El torero peruano, de rodillas, en un pase por la espalda al sexto

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