ABC (Andalucía)

∑El técnico del Almería, en plena pelea por la permanenci­a, visita a un Madrid que no se juega nada, pero debe lavar su imagen tras el ridículo en Montilivi

- RUBÉN CAÑIZARES

Delantero de Segunda B y entrenador de Primera. Licenciado en Empresaria­les y comercial de Transrutas, la agencia de viajes que fundó su padre en 1963. La vida de Joan Francesc Ferrer Sicilia, ‘Rubi’ (1 de enero de 1970, Vilasar de Mar) es un trasatlánt­ico de vivencias. Hoy, con el objetivo de mantener al Almería, al que subió la pasada temporada, visita a un Madrid herido tras Gerona.

—¿Qué recuerda de su infancia?

—Hay dos hechos que me marcaron. Con 6 años, nos fuimos a vivir a Vilasar de Mar, que está a unos 25 kilómetros de Barcelona, y ahí eché raíces e hice mi vida. Fue una infancia feliz, de estudiar y jugar al fútbol. El aspecto negativo fue a los doce años, con la separación de mis padres. Fue un trauma porque cuando eres un niño nunca piensas que tus padres se pueden separar.

—¿A qué se dedicaron su padres?

—Mi padre montó en el año 1963 una agencia de viajes, Transrutas, pero con la tercera embestida del Covid la tuvo que cerrar, después de casi 60 años. Aguantó todo lo que pudo por los trabajador­es, pero en ese momento nadie viajaba y fue imposible seguir. De ahí comimos toda la familia. Mi madre fue ama de casa y falleció el pasado año. Continuame­nte tengo recuerdos de ella.

—Está licenciado en Empresaria­les ¿Cómo fue su etapa universita­ria?

—Fue una época bonita. La carrera la hice en Vic y yo jugaba en el Manlleu, que estaba a seis kilómetros de Vic y era entonces un equipo importante de Segunda B. Me saqué la carrera con algún año de más porque me ganaba el sueldo con el fútbol y no tenía prisa, pero tenía claro que la terminaría.

—Tiene tres hijos, de 20, 17 y 14 años. ¿Es más complicado ser buen padre o ser buen entrenador?

—Como padre hay cariño, corazón y todo sale naturalmen­te. Ser entrenador es más duro. Es una continua toma de decisiones, de resolver problemas, de generar un grupo cohesionad­o, de preparar partidos… A mí siempre me han gustado los niños. Al principio quería tener cinco, pero ya con tres me di cuenta que eso no era tan fácil. Creo que dentro de mis errores les doy mucho cariño. Lo hago lo mejor que puedo y creo que no debemos hacerlo mal porque tengo tres hijos increíbles, que saben estar, valoran las cosas, no quieren estar por encima del resto y son educados.

—¿Frustra ser un futbolista que no logra jugar más allá de Segunda B?

—La mentalidad que me he aplicado es quedarme tranquilo porque hice todo lo posible, y Segunda B es una categoría que hay nivel y buenos jugadores. También es importante darse cuenta de que a lo mejor me faltaba algo para dar ese pasito de más. Se reconoce y listo. Y no pasa nada. Lo que tuve claro es que esta situación de futbolista me reforzó para ser entrenador. Como entrenador no podía fallar, no podía tener falta de confianza en mí mismo. De jugador necesitas cualidades técnicas, velocidad y más cosas, pero si de entrenador te preparas, ves fútbol, lo lees, tiene una idea propia, la trabajas y tienes algo de suerte, puedes llegar.

—¿Cómo pasa a los banquillos?

—Con 31 años, mi última temporada en el Vilassar de Mar, que metí 20 goles, me ofrecieron ser el entrenador y acepté.

Ahí empezó mi carrera como técnico. —Eso fue en 2001 y hasta 2010 dirigió en Tercera y Segunda B a L’Hospitalet, Espanyol B, Sabadell, Ibiza y Benidorm. Ahí casi lo deja, ¿qué pasó?

—En la temporada 2009-10 quedamos quintos con el Benidorm y no nos metimos en playoff por poco. Fue un año duro, porque no cobramos desde octubre, pero competimos bien. Lo que ocurrió es que no me salió ninguna propuesta y me puse a trabajar como comercial en la empresa de viajes de mi padre. Estuve un año sin entrenar, pero le dije a mi padre que, si salía algo interesant­e, quería tener una última oportunida­d en el fútbol. Entonces me llamó Raúl Agné, el entrenador del Girona, para que fuera su ayudante, y como yo nunca había estado en Segunda como futbolista ni como entrenador, acepté.

—¿Lo entendió su familia?

—Mis familiares pensaban que era complicado ganarse la vida como entrenador y, una vez que ya había entrado en la agencia de viajes, no entendiero­n la vuelta a los banquillos. Pensaban que, si tras nueve años no había cuajado, no lo haría ya. Entendí sus dudas, pero salió bien y el curso 2012-13, que ya soy primer entrenador del Girona, casi subimos a Primera. Ahí entré en la rueda.

—Tito Vilanova, que ya había intentando ficharle en dos ocasiones para su staff, se lo lleva al Barça en 2013, pero aquel salto se produce en mitad de un drama.

—¡Buf! Me hace recordar esos momentos y parece como si los estuviera tocando. Después de la primera semana, Tito nos reúne y nos dice que tiene que dejarlo, que ha recaído, que es algo definitivo. Fue muy duro. Intentamos estar a su lado lo que pudimos.

—¿Cómo se gestiona la muerte de un amigo, a una edad tan joven?

—Aquí la clave es el enfermo, y el enfermo era un crack. Te hacía ver que no debías sentir pena por él. Él empujaba y te transmitía mucho. Fue algo parecido a lo que sucedió con mi madre. Intentaban ponérselo fácil a los de al lado y, eso, dentro del sufrimient­o que se padece, da algo de paz y tranquilid­ad. Ayu

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