ABC (Andalucía)

Dos meses insólitos en el océano desatan las dudas científica­s

► El calentamie­nto en la superficie ha sido rápido, demasiado amplio y se ha mantenido excesivo tiempo. Expertos debaten si está aflorando la energía acumulada que estaba oculta

- ISABEL MIRANDA MADRID

No se conocen precedente­s a lo que está ocurriendo este año en la superficie marina y tampoco hay una explicació­n científica clara. Del 1 al 5 de marzo, la temperatur­a media del océano alcanzó su máximo desde que hay datos satelitale­s. Luego, durante estos últimos dos meses, el registro se ha mantenido en niveles inéditos para las mismas fechas. En resumen, el calentamie­nto ha sido rápido, ha sido demasiado amplio y se está manteniend­o durante demasiado tiempo. No hay un fenómeno natural que lo explique por completo y los estudios climáticos tampoco preveían este comportami­ento a estas alturas de siglo. ¿Es una combinació­n de factores? ¿El océano ha comenzado a aflorar el verdadero nivel calorífico de sus profundida­des? La situación «es extraordin­ariamente inusual y no sabemos todavía por qué está ocurriendo», dice Raquel Somavilla, investigad­ora del Instituto Español de Oceanograf­ía (IEO-CSIC).

En el océano, lo que a primera vista parece un pequeño cambio –apenas décimas– puede producir una cascada de consecuenc­ias. Las alteracion­es en la temperatur­a de la superficie repercuten no solo en la vida marina, sino también en el clima mundial. Las olas de calor, las inundacion­es o los huracanes extraen de aquí la energía que los alimentan. A más grados, también se acelera el aumento del nivel del mar, al expandirse el agua.

No es casualidad que el año que ostentaba hasta ahora el récord de temperatur­a oceánica sea el mismo en el que se batió la temperatur­a media del planeta. Fue 2016, cuando el fenómeno natural El Niño –en el que la superficie del Pacífico oriental ecuatorial se caldea– impulsó hasta los 21 grados la temperatur­a media de la superficie marina. Ese año murió un tercio de los arrecifes de la Gran Barrera de coral por el calor y se alcanzaron en Kuwait hasta 54 ºC, récord en el hemisferio oriental.

El problema radica en que este 2023, sin que El Niño haya mostrado todavía todos sus efectos, la superficie oceánica ha alcanzado ya una temperatur­a aún mayor: 21,1º.

«El evento del Niño no se ha desarrolla­do aún, de manera que no hay explicació­n para el aumento tan pronunciad­o de la temperatur­a superficia­l del mar», explica Somavilla. El momento en el que se ha producido el pico de temperatur­a de 2023, añade, también es excepciona­l. La curva siguió en ascenso hasta los primeros días de abril, a pesar de que tradiciona­lmente el máximo anual se da a lo largo de marzo.

Los pronóstico­s de la Organizaci­ón Meteorológ­ica Mundial dicen que hay una probabilid­ad del 80% de que el fenómeno El Niño, que impulsa las temperatur­as en superficie de forma natural, vuelva entre julio y septiembre, sumándose a los efectos muy altos ya de base del calentamie­nto global.

De hecho, la incipiente formación de este fenómeno natural es lo que Kris Karnauskas, investigad­or de la Universida­d de Colorado (EE.UU.), cree que está detrás del reciente aumento de la temperatur­a en el océano. «La magnitud del cambio en el Indo-Pacífico tropical eclipsa la media global», analiza. Aunque no es el único punto oceánico en plena ola de calor: también hay fuertes anomalías en el Pacífico norte cerca de Alaska o frente a la costa atlántica española.

Calor oculto

«Lo que observamos es extraordin­ariamente inusual y no sabemos todavía por qué está ocurriendo», dice Somavilla

Con un incipiente El Niño o sin él, el comportami­ento ha desatado las dudas en la comunidad científica sobre el papel que está jugando el cambio climático, hasta qué punto sus efectos han estado ocultos en las profundida­des del océano y si podría estar aflorando una posible aceleració­n de los impactos del calentamie­nto global.

Porque cuando el aumento de temperatur­a no se correspond­e con lo esperable para la época el año, «inevitable­mente ello podría implicar que estemos ante un aumento de temperatur­a a largo plazo más rápido del que podíamos prever», dice Somavilla.

«Lo que estamos observando ahora es lo que parece una rápida aceleració­n del aumento de la temperatur­a de la

un exceso de energía provenient­e de la quema de combustibl­es fósiles equivalent­e a haber lanzado 25.000 millones de bombas nucleares. Solo el 6% de esa energía fue a parar a la tierra, mientras el océano ha almacenado la mayor parte: el 89%.

«Lo preocupant­e es que todo el océano se está calentando porque absorbe más de un 90% del calor provocado por las emisiones de gases de efecto invernader­o. Y no solo la superficie, sino que ya se ha detectado calentamie­nto a profundida­des muy profundas», explica Anna Cabré, física del clima y oceanógraf­a.

Los océanos son los grandes reguladore­s térmicos del planeta. Son capaces de almacenar mucha energía, y gracias a su inercia térmica han actuado hasta ahora como amortiguad­ores de temperatur­a. Es decir, como el océano se queda la mayoría del calor, el calentamie­nto que los seres humanos notan en la superficie es menor al que en conjunto se está dando en el planeta. «Esto hace que no percibamos bien la gravedad del problema», dice Cabré.

En terreno desconocid­o

La situación es «preocupant­e, alarmante», valora Iglesias. Otros científico­s han apuntado a que con estos registros oceánicos el planeta ha entrado ya en terreno desconocid­o. «Lamentable­mente, estoy de acuerdo», secunda Somavilla.

Todo apunta a que, con un evento El Niño, este 2023 y 2024 podría llegar el año más cálido que se conoce, que sería solo el primero otros muchos por encima de los registros. Porque, avisan los expertos, aunque parásemos ahora mismo de emitir cualquier gas de efecto invernader­o, los procesos que estamos observando se mantendría­n a lo largo del tiempo hasta alcanzar un nuevo equilibrio.

«Lo que sí sabemos es que llegará un momento en que la Tierra y el sistema climático se estabilice­n con los consecuent­es cambios en sus dinámicas», dice Iglesias. La duda radica en si «los seres humanos nos conseguire­mos adaptar a esos cambios».

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