Yenín, la ‘pequeña Gaza’ de Cisjordania
Sus habitantes son descendientes de palestinos expulsados de sus tierras en 1948 y es uno de los lugares más pobres de los territorios ocupados. Los niños anhelan convertirse en ‘mártires’
«Nuestra moral está en lo más alto y la gente nos apoya. Vivimos para la gente y por Alá. Nuestra moral proviene de ese respaldo total del campo y la destrucción provocada por Israel no ha logrado su objetivo, el campo está con la resistencia». Jarebha (nombre de pila) aparece de la nada y se planta en mitad de la ruta central del campo de refugiados de Yenín con el dedo en el subfusil. Lo que era una carretera de asfalto, ahora es un barrizal que trabajadores de la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (Unrwa) tratan de hacer practicable para los coches de los 14.000 vecinos de un campo que Israel asalta cada vez con más frecuencia y dureza. Sus habitantes son descendientes de palestinos expulsados de sus tierras en 1948 y es uno de los lugares más deprimidos de los territorios ocupados por el desempleo y la pobreza.
Desde que estalló la guerra en Gaza Israel ha intensificado sus operaciones en los campos de refugiados del norte de Cisjordania como Yenín, con el objetivo de acabar con una resistencia armada que no ha podido sofocar en los últimos años. Las facciones palestinas se han unido bajo el paraguas de las Brigadas de Yenín, donde combatientes de Yihad Islámica, Hamás y Fatah comparten trinchera. Combatientes como Jarebha, de 22 años, que lleva los últimos dos en la clandestinidad. Tiene los ojos fuera de órbita después de toda una noche de patrulla y asegura que « hemos perdido a muchos combatientes y seres queridos, sabemos que se convierten en mártires y eso nos alegra, pero compartimos el dolor con sus familias». No hay pared sin la foto de un ‘mártir’, no hay familia que no tenga uno. Y esos ‘mártires’ son cada vez más jóvenes.
Los milicianos –pocos, muy motivados, pero mal preparados y peor armados para hacer frente a uno de los mejores ejércitos del mundo– patrullan por la noche y duermen durante el día. Justo el ciclo opuesto que realizan la mayoría de vecinos, que durante el día están en sus casas y al caer el sol escapan a la ciudad por el terror que provocan las incursiones israelíes, algunas de varios días.
Ferial muestra una medalla con la foto de su pequeño Ashraf, abatido en junio por un dron. Tenía catorce años
Incremento de violencia
Los milicianos saben que cada día que pasa es un día que ganan en la carrera hacia una muerte casi segura. Israel controla cada movimiento desde el aire y entra por tierra cuando quiere, Yenín es una especie de campo de prácticas para sus hombres. Un comando de las fuerzas especiales entró la semana pasada en el hospital Ibn Sina, pegado al campo, y ejecutó en sus camas a tres milicianos, uno de ellos un paciente parapléjico tras las heridas sufridas hace tres meses en un ataque de dron. Esta operación realizada por hombres y mujeres disfrazados de personal sanitario fue un mensaje para todos los combatientes.
La violencia se ha recrudecido en los territorios ocupados tras los ataques de Hamás del 7 de octubre, pero antes de esta fecha, en 2023, los israelíes ya habían matado a 234 palestinos, 52 de ellos en Yenín, según datos de la ONU. Israel entra por tierra, con excavadoras que destrozan caminos y calles, y bombardea desde el aire, estrategia que no empleaba desde la Segunda Intifada y que ahora ejecuta en la mayoría de ocasiones con drones.
Ferial muestra una medalla con la foto de su pequeño Ashraf, abatido en junio por un dron. Tenía catorce años y era su hijo menor. «Soñaba con crecer y casarse, y que yo estuviera a su lado. Un día me dijo: madre, ¿te entristecería si caigo mártir?, y yo le dije: