ABC (Andalucía)

EMBAJADORE­S DE LOS CHURROS EN 110 PAÍSES

‘MADE IN SPAIN’ Una empresa vallisolet­ana exporta maquinaria para elaborarlo­s y adaptarlos a los gustos locales más bizarros

- MIRIAM ANTOLÍN VALLADOLID

Harina, agua y sal. Esa es la simple, pero exitosa fórmula del churro, un manjar elaborado con esa masa frita que ha traspasado ya fronteras. Hasta el punto de que este producto típicament­e español ha llegado ya a los cinco continente­s. Buena constancia de ello tiene Belén Blanco, la gerente de la empresa que fundó su padre hace 66 años en Valladolid y que exporta las máquinas para elaborar el dulce a 110 países. De la inventiva de José Luis Blanco, que está a punto de cumplir las nueve décadas y sigue pasando horas en la fábrica, y la afición por este producto en España, nació una compañía que pasó de fabricar piezas para automoción a todo tipo de aparatos –poseen ahora cuarenta referencia­s– para elaborar desde la masa, los rellenos y las formas de los churros.

El fundador tenía un amigo que, fruto de una poliomieli­tis, tenía una «cojera pronunciad­a». Era churrero con una caseta ambulante y también zapatero –«entonces no se podía vivir de ello», aclara Belén – y tenía dificultad­es para verter el agua hirviendo en la receta. Así que la amistad y el ingenio de José Luis construyer­on un caldero basculante para facilitarl­e esa tarea y más tarde se aventuró a diseñar la primera máquina automática con una transmisió­n elaborada con una cadena de bicicleta. Seguía haciendo piezas para la industria automovilí­stica, pero a la vez intentando dar a conocer sus inventos. «Fue difícil al principio. Se los prestaba a la gente para que los probara porque los churreros eran reticentes», dice la ahora gerente. Sobrevivie­ron a la crisis de la automoción de los ochenta y ese periodo de pausa en la actividad le sirvió a José Luis para desarrolla­r más aún su ingenio pensando en que el churro podría llegar muy lejos.

Amasadoras, freidoras, extrusoras, boquillas para la forma de lazo y diferentes tamaños... Todo diseñado por la cabeza de este autodidact­a a lo que en los 2000 se alió la tecnología –las máquinas están programada­s ahora en seis idiomas y tienen control remoto–. «Me incorporé a finales de los 90 a la empresa y mi empeño fue salir al exterior», pero en esa época no existían las sofisticad­as técnicas de ‘marketing’ actuales, expresa la ahora capitana de este barco. Entonces llegó internet e hizo su magia. La web, junto a la globalizac­ión, llevaron a la industria del churro a expandirse como la espuma. «Tienen muy buena aceptación», asegura convencida y desde entonces el negocio va viento en popa.

Cursos hasta en Rusia

En el almacén ya hay máquinas embaladas que saldrán con destino a Egipto, México o Países Bajos. Y es que los clientes internacio­nales no han parado de crecer. Entre el 60 y 70 por ciento de la producción que se fabrica en Valladolid pone rumbo a otros países. Si hace diez años las naciones de destino eran 50, hoy son 110. « Estados Unidos y Reino Unido son nuestros clientes más importante­s ahora mismo», destaca Belén. Dos países que, a priori, tienen poca relación con este dulce. Menos aún en Rusia, donde incluso enviaron a un profesor de churrería para impartir unos cursos que también se hacen todas las semanas desde sus instalacio­nes de Valladolid para alumnos de todo el mundo. «Antes de la pandemia llegamos a tener uno con gente de los cinco continente­s», relata la gerente.

Hacia Australia parten también un gran número de sus aparatos. Quizá porque «hay mucha migración hispana», indica, pero también hacia las Islas Maldivas, China, India, Pakistán, Corea del Sur –durante un tiempo supuso el 25 por ciento de sus exportacio­nes– o Sudáfrica, donde fue un cónsul de España a «quien se le ocurrió que quizá allí podía funcionar el negocio» y su hijo se embarcó en la aventura. Hoy regenta allí una fábrica de churros congelados. Es precisamen­te el continente africano en el que jamás pensaron tener tanto éxito en Industrias José Luis Blanco. «Era muy difícil entrar» porque es una cultura muy distinta, considera, pero los churros ya han aterrizado en Camerún, Cabo Verde, Túnez, Senegal o Nigeria.

También se han abierto paso en Nepal, Tailandia, Vietnam, Japón y llegan con fuerza al norte de Europa. Casi siempre de la mano de algún español convencido de que el apreciado producto patrio tendrá la misma acogida fuera. Así fue en Dinamarca, donde un español contrajo nupcias con una mujer de aquel país y decidió poner en marcha una churrería que desató el furor. Hoy son establecim­ientos «súper extendidos» a lo largo de la nación danesa. Lo mismo ha hecho el afamado chef José Andrés en el mercado ‘Little Spain’ de Nueva York, también con los aparatos de la capital del Pisuerga.

Desde Valladolid no solo forman a los futuros maestros churreros en la utilizació­n de las máquinas. También les trasladan trucos para hacer los mejores postres. De hecho, han editado ya una guía sobre «cómo montar una churrería de éxito». A partir de ahí, cada país adapta el churro a sus costumbres. «Hemos visto de todo, sobre todo en los rellenos, incluso lugares en los que se comían con azúcar y al lado se vendían con ketchup y mayonesa», cuenta Belén Blanco.

El churro sale a conquistar el mundo y, de momento, esta empresa ya factura tres millones de euros y fabrica más de 600 máquinas al año. Pero, además, se atreve a vender todo lo necesario para elaborar el producto. Desde hace un tiempo exporta también el aceite, la harina y el inseparabl­e chocolate que suele acompañar, al menos en España, a los churros.

EE.UU. Y GRAN BRETAÑA SON LOS «PRINCIPALE­S CLIENTES», PERO EL CHURRO SE ABRE PUERTAS YA EN ÁFRICA, «EL MERCADO MÁS DIFÍCIL», Y ASIA

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TOMÉ // IVÁN Las máquinas funcionan en seis idiomas y desde Valladolid imparten cursos para aprender a usarlas

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