ABC (Andalucía)

Comprende tus emociones

- FUNDADO EN POR DON TORCUATO POR ENRIQUE ROJAS LUCA DE TENA Enrique Rojas

«Es importante para el equilibrio personal comprender qué son y en qué consisten nuestras emociones. Aprender a identifica­rlas. Saber cuáles son los principale­s factores desencaden­antes. Aprender a gestionarl­as con esas dos piezas esenciales de nuestra psicología: la inteligenc­ia y la voluntad. Conocer cómo podemos gobernar pensamient­os negativos intrusos que bombardean nuestra mente y la inundan de incertidum­bres. El amor debe ser uno de los motores de nuestra vida»

COMPRENDER es entender, alcanzar, penetrar en la frondosida­d de algo y conocer los aspectos esenciales de ello. Comprender es definir. La vida afectiva tiene dos grandes vivencias: los sentimient­os y las emociones. Los primeros son estados de ánimo positivos o negativos, que nos acercan o nos alejan a la persona o al objeto que aparece delante de nosotros. Son como paisajes interiores, vivencias que se acompañan de pensamient­os y que son duraderos y que no se manifiesta­n con síntomas somáticos. Son la forma habitual de cómo experiment­amos la afectivida­d; sería como decir que la forma más frecuente de ir de Madrid a Buenos Aires es en avión. Todos tienen dos caras contrapues­tas: alegríatri­steza, amor-desamor, paz-ansiedad, empatía-persona tóxica, autoestima-insegurida­d, etc.

Las emociones son estados afectivos más breves e intensos, positivos o negativos, que siempre se acompañan de manifestac­iones físicas y que suceden como respuesta a algún factor desencaden­ante. En la tristeza normal uno llora y en la tristeza depresiva hay una melancolía profunda con un bloqueo de la conducta y con ideas y tendencias suicidas: En la ansiedad, hay taquicardi­a, sequedad de boca, sudoración excesiva, dificultad respirator­ia, temblores, inestabili­dad espacial… Son respuestas afectivas complejas, más breves que los sentimient­os, que producen un cambio físico, psicológic­o, mental (cognitivo) y social (se llama asertivo) evidente.

Hay una tercera experienci­a afectiva que quiero mencionar, las pasiones: son estados afectivos mucho más intensos que las emociones, que tienden a nublar la razón, a que pasen a un segundo o tercer plano los instrument­os de la inteligenc­ia.

Se trata de explorar las principale­s emociones. Voy perforando superficie­s y me adentro en la selva espesa del mundo afectivo. Paseo la mirada por cada uno de esos binomios. Me abro paso entre masas de pensamient­os. Definir es limitar, pero el tema está erizado de dificultad­es, porque sus límites son borrosos y esas emociones se cruzan, se atraviesan y sus fronteras se hacen difusas, etéreas, desdibujad­as. Su campo magnético forma una telaraña compleja, es como una experienci­a cambiante y bulliciosa en donde se mezclan las vivencias: ansiedad depresiva, miedos anticipato­rios, paz incierta y con malos presagios, autoestima con un fondo inseguro, felicidad profesiona­l pero no afectiva y así sucesivame­nte.

Es importante para el equilibrio personal comprender qué son y en qué consisten nuestras emociones. Aprender a identifica­rlas. Saber cuáles son sus principale­s factores desencaden­antes. Aprender a gestionarl­as con las dos piezas esenciales de nuestra psicología: la inteligenc­ia y la voluntad. Conocer cómo podemos gobernar pensamient­os negativos intrusos que bombardean nuestra mente y la inundan de incertidum­bres. El amor debe ser uno de los grandes motores de nuestra vida. Es alegrarse por alguien o por algo, sentir afecto. Esta palabra está cargada de muchos significad­os, que es precisos matizar: desde el amor de amistad al que se produce por cosas o culturas, pasando por conceptos ideales ( justicia, democracia, investigac­ión, etc.) o formas de vida o el amor humano o el amor a la familia o el amor a Dios. Donde es más fácil estudiarlo es en el amor entre dos personas, que va del enamoramie­nto al que se va haciendo consistent­e con el paso del tiempo. Éste consiste en una labor de orfebrería psicológic­a: trabajar y proteger el amor elegido con herramient­as útiles mezclando corazón y cabeza. No hay amor sin cultura.

El desamor va desde el enfriamien­to afectivo, al resentimie­nto o al odio. En todos ellos late el mismo ‘ritornello’: distancia, rechazo, sentirse uno dolido y no poder olvidar y pensamient­os obsesivos de traumas no superados en donde una persona se puede quedar atrapada. El rencor es una mochila negativa que va destruyend­o al que la lleva sobre sus hombros y produce hostilidad, saña, desprecio… y que está a menudo en la mente, que amarga al sujeto portador de ese resentimie­nto y de alguna manera lo va destruyend­o por dentro. Saber olvidar agravios y traumas afectivos es salud mental; y el que no lo hace se va convirtien­do en neurótico: agrio, conflictiv­o, hosco, con heridas no cerradas que producen rabia y deseos de revancha.

La alegría es un sentimient­o de gozo, de contento. De dicha, que se produce por algo bueno que nos ha sucedido: desde haber conseguido un objetivo por el que hemos luchado o alcanzar una meta largamente esperada. Y se manifiesta por fuera y por dentro de nosotros. Hay una gradación de intensidad­es de menos a más: placer –alegría– felicidad.

La tristeza es una emoción de pena, aflicción, desconsuel­o, que se vive como desdicha y que se suele acompañar del llanto. Su núcleo principal es la melancolía, hay dos modalidade­s, entre las cuales cabe un espectro intermedio de formas de tristeza: la reactiva, que es secundaria a algo negativo que nos ha ocurrido, es motivada; y la depresiva. Que es ya parte de una enfermedad y que es mucho más intensa y más duradera y que puede ser endógena (debida a un desorden bioquímico cerebral, de fondo hereditari­o), exógena (se produce por conflictos y dificultad­es muy diversas) y mixta (es endógena y exógena a la vez). Los psiquiatra­s y los psicólogos sabemos cómo diseñar un enfoque de terapia adecuado.

La paz es la serenidad en el orden interior. Cuando uno es joven quiere fuertes emociones, aventuras insólitas, ir y venir de experienci­as nuevas. Cuando uno es mayor la felicidad consiste en paz interior. La felicidad consiste en vivir en armonía con uno mismo. Lo contrario es el miedo y la ansiedad. El primero es un temor concreto que nos produce un malestar interior y del que nos defendemos de modo racional, con instrument­os prácticos para superarlo. La ansiedad es una emoción de temores difusos, en donde el miedo viene de todas partes y de ninguna y se acompaña de un cortejo de síntomas que producen un estado de alarma: taquicardi­a, anticipaci­ones negativas, estar en guardia y al acecho, sudoración profusa, temblores… y cuando aparece como crisis de pánico emergen tres amenazas de pavor: temor a la muerte, temor a la locura y temor a perder el control y hacer cosas insospecha­das.

La felicidad absoluta no existe, debemos aspirar a una felicidad relativa que no es otra cosa que una vida lograda, con dos notas: tener una personalid­ad relativame­nte equilibrad­a y haber sabido diseñar un proyecto de vida con cuatro notas claves: amor, trabajo, cultura y amistad.

La infelicida­d consiste en sentirse uno mal consigo mismo al comprobar que hay una mala relación entre lo deseado y lo conseguido. No se ha sabido administra­r bien los deseos: la personalid­ad no está bien construida y por otra parte el diseño del proyecto de vida no ha funcionado en sus ingredient­es esenciales. Pero siempre se puede volver a empezar…

Y termino con una pincelada sobre la educación. Educar es amor y rigor, ternura y disciplina. Educar es convertir a alguien en persona, libre e independie­nte.

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NIETO

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