ABC (Andalucía)

El Vaticano recuerda las bombas que mataron a sus refugiados

► Una exposición rememora el horror por el ataque de los aliados en 1944 a los jardines papales de Castel Gandolfo, donde se cobijaban 12.000 personas

- JAVIER MARTÍNEZ-BROCAL CORRESPONS­AL EN EL VATICANO

El Palacio papal de Castel Gandolfo, con sus magníficos jardines, su granja y sus ruinas de la villa del emperador Domiciano, fue escenario de un dramático bombardeo casi olvidado que ahora cumple 80 años y que el Vaticano recuerda con una exposición que incluye una filmación inédita, fotografía­s y objetos de la época. Durante la II Guerra Mundial, unas 12.000 personas se refugiaron dentro de los muros de la residencia estival de los pontífices, con la esperanza de que les protegiera la condición neutral de la Santa Sede. Sin embargo, un ataque aliado acabó con la vida de entre 500 y 700 refugiados el 10 de febrero de 1944.

«Hemos querido regresar a los lugares donde tuvo lugar esta tragedia para conservar la memoria del pasado, para recordar la historia de la ayuda y la caridad del Papa con refugiados y desplazado­s, y del dolor de un bombardeo y de muchas vidas rotas por la guerra», explica Luca Carboni, del Archivo Apostólico Vaticano, y organizado­r de ‘Castel Gandolfo 1944’.

Una de las primeras que visita la exposición es Anna di Baldo, de 89 años, quien estaba allí el día del bombardeo, cuando tenía sólo ocho. Explica a ABC que tras el desembarco aliado en Anzio el 20 de enero de 1944, el frente de guerra alcanzó los ‘Castelli romani’ y por eso miles de hombres, mujeres, niños y ancianos se amasaron ante los portones de la casa del Papa en Castel Gandolfo, en busca de un lugar seguro. Desde Roma, el Papa Pío XII ordenó que se abrieran las puertas y que los salones y jardines se pusieran a disposició­n de aquellas personas.

En pocos días nació una pequeña ciudad de 12.000 habitantes. Anna y su familia fueron de los primeros en entrar, y pudieron ocupar un dormitorio en un edificio conocido como la ‘ Villa estiva de Propaganda Fide’. Los salones del Palacio papal fueron re

«Se estima que en el bombardeo perdieron la vida quinientas personas, pero no lo calcularon entonces»

servados a ancianos y enfermos, los pasillos y las escaleras, al resto de personas. Cuando se ocuparon todos los espacios, comenzaron a levantar miles de tiendas en los jardines. Incluso el cuadripórt­ico de Domiciano se convirtió en zona de viviendas. Los hombres se ocuparon de la intendenci­a. Organizaro­n un cuerpo de Policía con unos cincuenta exoficiale­s y militares retirados. El padre de Anna se ocupaba de distribuir la leche.

En primera persona

Luca Carboni explica emocionado que preparando la exposición dieron con una inédita grabación cinematogr­áfica de la vida cotidiana de estos refugiados. «Parece una obra del neorrealis­mo italiano –asegura–. Son once minutos de la vida cotidiana de estas personas en los jardines del Papa: filas para la comida, niños que juegan, mujeres que cosen». Las imágenes tienen una enorme fuerza expresiva, pues muestran que nada les hacía temer la tragedia. Hasta el 10 de febrero de 1944, a las 8.45 de la mañana.

«Primero escuchamos las sirenas, y luego comenzó el bombardeo», recuerda Anna di Baldo. En menos de una hora los Aliados lanzaron 98 toneladas de explosivo en la zona. «Atacaron posiciones alemanas que estaban muy cerca, junto al lago, al otro lado de los muros de las villas papales», recuerda. No fue un bombardeo de precisión. De las 432 bombas, al menos 27 cayeron en el territorio vaticano, don

de d había miles de refugiados. «Estábamos en la habitación cuando nos dimos cuenta de que las bombas bo estaban cayendo también en nuestro edificio. Salimos corriendor­r por las escaleras y todo estaba tab lleno de escombros. Miré hacia arriba y vi que no había techo y qque había personas heridas o sin vid vida», añade Anna.

S Su siguiente recuerdo es conmo movedor: «Había mucha gente que se movíam buscando cada uno a su mad madre o a su hermano. Yo llamaba a mim padre y a mi hermano, no los enco encontrába­mos. Pensábamos que se hahabrían ido a Roma a llevar a algúngún hherido», continúa. Su hermano apar apareció, pero su padre había fallecido. «Se dio cuenta uno de los curas,ras, perop no nos dijo nada. ‘Don Italo,lo, ¿u usted ha visto a mi padre?’ ‘ Voy a buscarlo’, nos respondió. Pero fue a avisar a mis abuelos, que se habían refugiado cerca. Entonces, vino mi abuelo y dijo: ‘Ahora tú acompañas a mamá, os lleváis vuestras cosas, y me encargo yo de todo lo de vuestro padre’. Mi madre entendió que significab­a que había muerto», narra. Supieron que cuando sonaron las sirenas, estaba repartiend­o la leche y se puso en la puerta del edificio para evacuarlo. «Falleció por ayudar a las personas, lo vio uno de mis hermanos, y mi padre le dijo que escapara corriendo», concluye convencida.

Víctimas sin nombre

Según Luca Carboni, «se estima que en el bombardeo perdieron la vida quinientas personas, pero no lo calcularon entonces y pudieron ser muchas más. Algunos dicen setecienta­s o incluso mil » . « Por eso, dedicamos la muestra a todas las víctimas ‘sin nombre’, a quienes ni siquiera un archivo hace justicia, pues su nombre no aparece en ningún papel», añade.

Además de fotos, vídeos y documentos de la época, la exposición recoge una cronología elaborada con datos de ocho archivos. Por ejemplo, explica que en 1956, el Gobierno de EE.UU. reconoció al Vaticano un resarcimie­nto de casi un millón dólares por los daños materiales que provocó este bombardeo.

La exposición fue inaugurada por el gobernador del Vaticano, el cardenal español Fernando Vérgez, quien destacó que «aquí la Santa Sede acogió y ayudó a quien pedía ayuda sin hacer distincion­es de sexo, religión o ideas políticas». La historia no concluyó con el bombardeo, pues, dice, «para atender a los heridos, la villa se convirtió en un hospital y Pío XII dispuso que se utilizaran sus propias habitacion­es. En su dormitorio nacieron durante esos meses 36 niños, entre ellos unos gemelos a los que los padres pusieron los nombres de Eugenio Pío y Pío Eugenio en honor del Pontífice».

«Espero que esta ‘Castel Gandolfo 1944’ nos ayude a recordar el bien que aporta la solidarida­d humana y también el mal que todo acontecimi­ento trágico, como una guerra, conlleva inevitable­mente » , se despide Luca Carboni.

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// ABC Los aliados atacaron por error la residencia papal
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// J. M-B Anna di Baldo (i), supervivie­nde del bombardeo, con su familia
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