ABC (Andalucía)

El pantano

La desesperad­a contraofen­siva sanchista se va a llevar por delante las últimas briznas de respetabil­idad de la política

- IGNACIO CAMACHO

L Ametáfora del ventilador está muy manida, pero no por eso el recurso de esparcir porquería deja de ser la técnica predilecta del Gobierno cuando se ve en dificultad­es políticas. Moncloa lleva tres semanas buscando en el PP alguna corruptela con la que apagar los ‘reskoldos’ del escándalo de las mascarilla­s, y mientras la encuentra o no en Galicia, la retaguardi­a de Feijóo, ha fisgado en la trastienda de Ayuso, su enemiga favorita, el fetiche al que clavar agujas de vudú cada vez que necesita estimular el ánimo decaído de los votantes socialista­s. Tras probar sin mucho éxito con el padre y el hermano, ha aparecido un novio al que echarle encima la Fiscalía, previa pesquisa de una Agencia Tributaria devenida en servicio de informació­n y en arma de contraofen­siva. Con la esposa de Sánchez bajo sospecha indiciaria de conflicto de intereses, el mensaje resulta de una claridad nítida: parentela por parentela, familia por familia.

Las diferencia­s dan igual a la hora de aventar basura. Los detalles se pierden en los titulares de telediario­s y tertulias, munición gruesa para un bombardeo dialéctico cuyo fragor sepulta matices y convierte las particular­idades en minucias. La izquierda es consciente de su superiorid­ad en el dominio de la conversaci­ón pública y lo usa con eficacia aplastante, puntería precisa e intuición oportuna. Ayuso es la única rival a su nivel en ese aspecto, por instinto, por combativid­ad y por esa desenvoltu­ra capaz de crear a su alrededor una secta de amantes de la fruta. El blanco ideal para dirigir los cañonazos, aunque sólo sea para que el ruido y la nube de humo den un respiro al líder acorralado y produzcan cierta confusión en el adversario. El presidente conoce la profundida­d del daño que puede producirle la trama corrupta de su entorno cercano y ha dado orden de poner a funcionar a todo trapo eso que Pablo Iglesias llamó «la máquina del fango». Está dispuesto a convertir la legislatur­a en un pantano.

El precio y la consecuenc­ia de esa estrategia desesperad­a es una atmósfera de crispación que se va a llevar por delante las últimas briznas de la política como actividad respetable. Es un disparate. Si los ciudadanos ya tienden a pensar –desde hace mucho tiempo, además– que todos los políticos son iguales, sólo les falta contemplar­los enfrascado­s en una batalla salvaje, buscándose la yugular en una disputa repugnante por ver quién oculta vicios más graves. Habrá quienes apaguen su mala conciencia con esta burda ficción de un empate en deshonesti­dad pero un presidente no puede eludir sus propias responsabi­lidades. La carrera de Sánchez comenzó con una tesis plagiada, siguió por un intento de pucherazo y avanza a base de continuas huidas hacia adelante. Cuando no le queden más delincuent­es con los que aliarse dejará un páramo institucio­nal cubierto de escombros, un paisaje devastado por un turbión de fraudes.

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